BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



martes, 2 de abril de 2019

Una apuesta para el cardenal Baldisseri (Carlos Esteban)



En la presentación de la exhortación postsinodal Christus vivit, el cardenal Lorenzo Baldisseri la ha presentado como una ‘carta magna’ para la pastoral juvenil en el próximo futuro. Y aquí tenemos serias razones para ponerlo en duda.

¿Alguien sabe si el cardenal Baldisseri es jugador? Porque querría plantearle respetuosamente una apuesta. En la presentación del motu proprio postsinodal Christus vivit, el cardenal Lorenzo Baldisseri ha definido el texto de más de 32.000 palabras como un “hito” en el camino del sínodo -ese que se presentaba como ‘de la juventud’ y acabó siendo, por sorpresa de última hora, ‘de la sinodalidad’. También ha añadido Baldisseri que la exhortación “constituirá para el futuro próximo la magna carta de la pastoral juvenil y vocacional en las diversas comunidades eclesiales, todas marcadas, -aunque de diferentes maneras según las diferentes latitudes- por una profunda transformación de la condición juvenil”.

Yo me apuesto lo que Su Eminencia quiera a que no. Le apuesto que este túrgido documento no será ‘carta magna’ en absoluto, ni siquiera para quienes sean capaces de leer de cabo a rabo un texto interminable donde se repiten los lugares comunes y consignas de este pontificado. Estoy convencido de que será ignorado hoy y olvidado mañana, igual que ese ‘pacto para la paz’ firmado con el Gran Imán de Al Azhar que el Papa quiere que se estudie en las universidades como si fuera el Decreto de Constantino.

Más que una carta magna, Christus vivit parece una tortuosa hoja de ruta, y más que dirigirse a la juventud católica practicante real parece escrita para esa ‘juventud congelada’ que es la generación clerical de coetáneos de Su Santidad, los jóvenes que en el 68 decidieron que la suya era la juventud definitiva e inamovible, los que eran jóvenes sacerdotes o seminaristas cuando se propagó ese fantasma llamado "el espíritu del Concilio".

Esa es una de las claves esenciales de este pontificado, que se presenta como una renovación, una adaptación a los tiempos que vivimos, cuando en realidad es el último tren de una generación que vive con la frustración de esa ‘revolución pendiente’

Por eso, cuando Francisco habla de esos curas demasiado estrictos en el confesionario o que insisten indebidamente en cuestiones ‘de cintura para abajo’, se está refiriendo a una Iglesia que no existe salvo, quizá, en sus recuerdos. Nadie que lleve una mínima práctica religiosa católica puede pretender que el problema hoy es de estricto moralismo o de una adherencia pelagiana a las normas o aun a la doctrina.

Y esa es también la contradicción interna de la Curia actual. Francisco habla en la exhortación de la necesidad de introducir en la Iglesia “cambios concretos” y pide que la Novia de Cristo deje de lado estrechos prejuicios y “escuche atentamente a los jóvenes”. “Una Iglesia a la defensiva, que pierde la humildad, que deja de escuchar, que no permite que la cuestionen, pierde la juventud y se convierte en un museo”. Y, sin embargo, quienes han hablado íntimamente con el Papa insisten a menudo en su obsesión por hacer irreversibles los cambios que quiere introducir. ¿Qué sentido tiene un ‘cambio irreversible’, o en qué sentido puede lo irreversible reflejar una ‘apertura a los cambios’?

Y es que, al igual que esas definiciones estáticas de ‘juventud’ y ‘modernidad’ que tan poco tienen que ver con su propia esencia cambiante, tampoco el ‘cambio’ anunciado se quiere que cambie.

En algunas ocasiones hemos hablado de la conversión de una Iglesia que era la ‘roca inmutable’ en una institución entregada al ‘pensamiento líquido’ y constantemente cambiante, pero también esa conclusión es engañosa. Nadie quiere ‘el cambio’; nadie pretende que es bueno ‘cambiar’ en sí mismo, ni siquiera ‘actualizarse’; todo el mundo tiene una idea de lo bueno y de lo malo, de lo que conviene y lo que no, y habla de apertura al cambio para introducir esas ideas que quiere ver impuestas. 

Se llama ‘cambio’, por ejemplo, a una relajación litúrgica que lleva con nosotros medio siglo, pero pueden apostar a que si la novedad que quisieran los jóvenes de verdad, no los de ‘selfie’ papal, fuera una liturgia más respetuosa o incluso tradicional, una doctrina más clara y exigente, o ese anhelo perpetuo de toda joven generación, certezas en las que apoyarse y sobre las que construir su vida espiritual, dudamos mucho que fueran aplaudidas con el mismo entusiasmo.

Carlos Esteban