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domingo, 2 de noviembre de 2025

TRIBUNA: Carta abierta a León XIV a propósito de la celebración del 60° aniversario de la declaración conciliar Nostra Aetate



Santidad,

Como la lectura de su mensaje en la audiencia general celebrada a propósito de la celebración del sexagésimo aniversario de la declaración conciliar Nostra Aetate me ha producido sinceramente honda inquietud, paso a exponer, al hilo de sus mismas palabras, que pongo en cursiva, los interrogantes y reflexiones que se me han ido suscitando.

En el centro de nuestra reflexión de hoy, en esta Audiencia General dedicada al diálogo interreligioso, deseo poner las palabras del Señor Jesús a la samaritana: “Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad” (Jn 4,24).

¿Se puede adorar realmente a Dios en religiones que no han sido fundadas por el que es su Verdad, ni son guiadas por su Espíritu?

Este encuentro revela la esencia del diálogo religioso auténtico: un intercambio que se establece cuando las personas se abren unas a otras con sinceridad, escucha atenta y enriquecimiento recíproco. Es un diálogo nacido de la sed: la sed de Dios en el corazón humano y la sed humana de Dios.

¿Acaso toda religión es capaz de colmar la sed de Dios, que anida en el corazón humano?

En el pozo de Sicar, Jesús supera las barreras de cultura, género y religión, invitando a la samaritana a una nueva comprensión del culto, que no se limita a un lugar particular, sino que se realiza en espíritu y en verdad.

¿Acaso Jesús vino, en vez de a fundar la única iglesia capaz de, administrando la gracia redentora, dar culto en espíritu y verdad, a declarar que todas las religiones sin barrera de ningún tipo son válidas para ello?; ciertamente Jesús superó las barreras de cultura y sexo, presentando una propuesta que acababa con los límites entre pueblos y con las preeminencias entre sexos; pero ¿cómo se puede decir que superó asimismo las barreras religiosas, si él no vino a establecer algo que rebasara el ámbito religioso, sino la verdadera religión que lo cumpliera plenamente?; tanto es así que su mensaje es estrictamente religioso, que el primer paso ineludible, para aceptarlo, no es otro que la conversión, que supone la transformación religiosa del hombre, estableciendo, por una parte, la prioridad de lo religioso sobre todo lo demás, y, por otra, la ruptura con cualquier otro lazo religioso, lo que hace incompatible la opción por Cristo con cualquier otra adhesión religiosa, que vendría a ser una idolatría y una apostasía.

Este momento recoge el mismo sentido del diálogo interreligioso: descubrir la presencia de Dios más allá de toda frontera y la invitación a buscarle con reverencia y humildad.

¿Acaso, más allá de toda frontera, cualquier religión puede ofrecer realmente la presencia de Dios?, ¿y se puede buscar a Dios, haciendo abstracción de una religión concreta?, lo que viene a significar la relativización de todas las religiones, incluida aquella de la que el mismo papa se presenta como cabeza, y cuyas abismales divergencias las convertiría a todas en impedimentos para una ensalzada unidad que no pasaría de indefinido sincretismo.

Este luminoso documento (Nostra aetate) nos enseña a encontrar a los seguidores de otras religiones no como extraños, sino como compañeros de camino en la verdad; a honrar las diferencias afirmando nuestra común humanidad; y a discernir, en toda búsqueda religiosa sincera, un reflejo del único Misterio divino que abarca toda la creación.

¿Acaso en todas las religiones se puede encontrar un camino hacia la verdad salvífica?; ¿acaso el hecho común de la naturaleza humana, que obviamente abarca a todos los hombres, está por encima de las diferencias religiosas, que, en el caso de la religión cristiana, tienen un evidente carácter sobrenatural?; entonces ¿lo sobrenatural es accesorio y aun negativo frente a la igualdad de naturaleza?, ¿y no supone eso relativizar y hasta banalizar la esencia sobrenatural del cristianismo?; además ¿acaso todas las religiones permiten igualmente una búsqueda sincera de la verdad religiosa, reflejando el único misterio divino?, ¿y cómo se dice que este misterio abarca toda la creación, como si estuviera contenido en la misma?; ¿no habrá, más bien, que decir que el misterio divino supera infinitamente, que eso es trascender, toda la creación, para que se pueda mantener diáfanamente la eminencia de Dios sobre todas sus obras?, ¿y resulta que ese misterio divino trascendente va a poder ser reflejado y expresado adecuadamente por todas las religiones, cuando sólo una: la católica, posee el conjunto de toda la revelación sobrenatural: Escrituras y Tradición eclesial?, ¿o resulta que ahora la revelación sobrenatural es secundaria frente a la unidad de la naturaleza humana?, que ciertamente podrá ser portadora de la revelación natural, pero sin que se deba desconocer que tal naturaleza quedó profundamente dañada por el pecado original, lo que, como hasta aquí enseñaba el magisterio, hace imposible al hombre, privado de la ayuda de la gracia, discernir sin error, y alcanzar el camino hacia la salvación; además ¿cómo esa gracia puede actuar desde las distintas religiones, si sólo la iglesia católica puede ser su auténtico canal?, tal como se afirma en la tesis de que fuera de la iglesia católica, denominada así “sacramento universal de salvación”, en cuanto unida a Cristo como su cabeza y sacramento fontal, no hay salvación, ya que, si la iglesia no pidiera e intercediera por todos los hombres, ninguno se salvaría.

Incluso se podría profundizar todavía más, pues ¿cómo es posible tratar de cubrir con la deshilachada tela de la naturaleza humana dañada las radicales e incompatibles diferencias entre tantísimas religiones, cuyo mínimo común denominador queda reducido al carácter misterioso que todas se atribuyen, pero que llegan a entender de modo tan antagónico como inconmensurable entre sí? Hablar entonces de lazos comunes en medio de la absoluta disparidad entre las religiones existentes viene a ser una mentira tan sarcástica como la vulgar comparación entre un huevo y una castaña, cuando estos seres biológicos comparten, al menos, una forma más o menos esférica.

Ciertamente, pues nadie elige dónde nacer, se puede ser inculpablemente ignorante de la verdad salvífica de la iglesia católica; pero, en primer lugar, el juicio de tal situación corresponde a Dios, quien, queriendo, como dice el apóstol, que todos los hombres se salven, se encargará de que el sol salvífico de Cristo no deje sin iluminar de algún modo a ningún hombre que haya venido a este mundo; en segundo lugar, está también la norma moral que obliga a toda conciencia a formarse objetivamente según los medios con que cuente, y, en tercer lugar, tenemos la grave obligación que pesa sobre todos los seguidores de Jesús, de ser luz en medio del mundo, para extender el anuncio del evangelio, ya que la consecuencia inmediata de la consideración buenista de todas las religiones es la inutilidad total de algo tan intrínseco a la esencia de la iglesia, como es la misión evangelizadora; en efecto, si, como vino a afirmar Francisco en Indonesia, todas las religiones no son más que los distintos idiomas para comunicarnos con Dios, y los diversos caminos que a éste nos conducen, ¿qué sentido tiene molestarse en molestar a los demás con las puñeteras exigencias evangélicas, si ya se dice que el cuerpo es un animal de costumbres, y así sería mejor dejar a cada cual, que a todo se acostumbra uno, tranquilo y a su aire, viviendo, como pez en el agua, en la religión que ha mamado?

No olvidemos que el primer impulso de Nostra Aetate fue hacia el mundo judío, con el cual san Juan XXIII quiso restablecer el vínculo originario. Por primera vez en la historia de la Iglesia se elaboró un texto que reconocía las raíces judías del cristianismo y repudiaba toda forma de antisemitismo.

Aun repudiando sinceramente toda forma de antisemitismo, ¿puede ignorarse la falsedad de la identificación del judaísmo actual, de raíces talmúdicas, sumamente ofensivas hacia el cristianismo, con el judaísmo veterotestamentario?, a lo que se añade que, como afirma rotundamente el apóstol, el verdadero Israel está formado por cuantos creen en Jesús, reconociéndolo como a mesías y único redentor.

El espíritu de Nostra Aetate sigue iluminando el camino de la Iglesia. Reconoce que todas las religiones pueden reflejar “un rayo de aquella verdad que ilumina a todos los hombres” y que buscan respuesta a los grandes misterios de la existencia humana.

Como ya enseñaron los padres de la iglesia, las semillas del Verbo pueden hallarse por doquier; pero ¿puede eso significar, de hecho, la normalización de todas las religiones?, lo que supondría negar el principio básico de que la iglesia católica es la única no ya sólo que posee la plenitud salvífica, sino también que ha sido querida realmente por Dios, como destinataria de su revelación y como canal exclusivo de toda la gracia ganada por Cristo, de modo que todo lo que de verdadero posean parcialmente las demás religiones, es lo que comparten y hasta han tomado de la iglesia católica.

El diálogo debe ser no solo intelectual, sino profundamente espiritual. La declaración invita a todos —obispos, clero, consagrados y laicos— a comprometerse sinceramente en el diálogo y la colaboración, reconociendo y promoviendo todo lo que es bueno, verdadero y santo en las tradiciones de los demás.

¿Puede establecerse un diálogo realmente sincero y productivo que, a la vez que reconoce lo verdadero y lo bueno, no señale también lo erróneo y lo desafortunado? Es evidente que, según el principio de no contradicción, los opuestos no pueden ser, a la vez, verdaderos, ¿y entonces se podrá pasar por alto el fundamento mismo de toda lógica y así de toda racionalidad, para lograr imponer la verdad y bondad, amalgamadas, de la enorme diversidad religiosa?; ¿cómo no darse cuenta de que, eliminando la racionalidad, se dinamita precisamente el único puente que podría facilitar el diálogo interreligioso?, el cual necesariamente, para ser serio, debe internarse en las procelosas aguas del debate, ¿o ahora será que, enarbolando la bandera de la verdad, se llega al colmo de desestimar todo lo que huela a apologética?, ¿y qué verdad queda, en realidad, cuando se ha eliminado el sentido que le da la unidad, descoyuntada entre la caótica y amorfa variedad?, ya que efectivamente, cuando todo se considera verdad, nada termina siendo verdad, sino que todo acaba despedazado por el voraz relativismo, cuya primera víctima es la misma verdad. Lo peor para el caso es que sin verdad no hay ni Dios verdadero ni religión verdadera, y el tan cacareado diálogo interreligioso viene a derivar en un diálogo de besugos, que encierra en una jaula de grillos.

En un mundo marcado por la movilidad y la diversidad, Nostra Aetate nos recuerda que el diálogo verdadero hunde sus raíces en el amor, fundamento de la paz, la justicia y la reconciliación.

Como, fuera de la verdad, no hay amor verdadero, y éste no es otro que el sobrenatural que define a Dios mismo, tal como ha sido revelado por Cristo, ¿cabe un auténtico amor fuera de la fe en esa revelación?, ¿o equipararemos el amor cristiano, que brota de Dios mismo, con lo que cada cual pueda entender por amor, que es la palabra mas polisémica?

Debemos ser vigilantes frente al abuso del nombre de Dios, de la religión y del mismo diálogo, y ante los peligros del fundamentalismo y del extremismo.

Si en el paroxismo del relativismo ya no hay nada verdadero, ¿qué es todo uso del nombre de Dios sino un abuso lingüístico, carente de toda referencia no ya sólo real sino meramente portadora de sentido?, ¿y en qué deviene toda religión sino en un mero juego de palabras, cuya pretensión de realidad, más allá del imaginario cultural colectivo, también sería un completo abuso?; ¿qué moral, tan necesaria para la convivencia interpersonal y social, se podría entonces levantar sobre arenas tan movedizas?; en suma, disuelta toda posible racionalidad, ¿qué freno queda ya al extremismo fundamentalista y fanático, si la única que puede iluminar a la voluntad, para que, a su vez, embride la ciega impetuosidad de los sentimientos, es la razón?

Nuestras religiones enseñan que la paz comienza en el corazón del hombre. Por eso la religión puede desempeñar un papel fundamental: debemos devolver la esperanza a nuestras vidas, familias, comunidades y naciones. Esa esperanza se apoya en nuestras convicciones religiosas y en la certeza de que un mundo nuevo es posible.

¿De qué sirven enseñanzas que son radicalmente relativas?, ¿y qué sentido tiene apelar a las mismas en nombre de la paz y del corazón del hombre, si estas mismas nociones divergen profundamente en cada religión? ¿Cómo se habla de esperanza común entre las religiones, si toda esperanza se funda en la fe, y ésta es justamente la que distingue cada religión, de modo que tanta divergencia habrá entre las distintas esperanzas, cuanta sea la de la fe de la que dimane cada una?Más grave, empero, es que esa equiparación de esperanzas diluye no sólo la sobrenaturalidad de la cristiana, sino también la trascendencia de su objetivo, como se ve en el hecho de la reducción a la pura inmanencia de este mundo, como si la religión fuera una mera herramienta al servicio de esta vida terrenal, al estilo de la medicina o la política. Concebir la religión como un ideario político que podría llegar a convivir con otros dentro del marco de un cierto consenso fundamental, es olvidar precisamente el carácter de sustrato radical que posee toda religión, y que la convierte en una auténtica cosmovisión, incompatible, por definición, con cualquier otra, toda vez que la primera pretensión de cualquier religión es la del monopolio no ya de la fuerza ni de un territorio sino de algo tan elemental como la verdad y la bondad; ahora bien, una cosa es abogar por un diálogo civilizado entre las religiones, que siempre será mejor que la imposición por la fuerza bruta, y otra, reducirlo todo al diálogo por sí mismo, que así queda vaciado de todo contenido, y sólo consigue desactivar todas las religiones, despojadas de su doctrina, que es su razón de ser; sin embargo, el diálogo no puede ser un fin en sí mismo, sino que debe ser un instrumento para la verdad, igual que el camino no tiene más sentido que conducir a la meta, la cual desaparece, relativizada, cuando el anterior es absolutizado, como ocurre en la nueva iglesia sinodal, que lo convierte en un mero recorrido circular en que hasta queda eclipsado el maquiavelismo, pues no es ya que el fin justifique los medios, sino que éstos llegan a suplantar a aquél.

Por último, no puedo sino lamentar, desolado, que la iglesia se encuentre ahora mismo en la tormenta perfecta: atacada no sólo por los enemigos externos, sino también masacrada por los internos, y desde un doble fuego cruzado: el de los que la empujan, para prostituirla ante el mundo, y el de los que la acusan de haberse ya irreparablemente prostituido con el mundo; así, en suma, todos vienen en tropel, y generando una indescriptible confusión, a destruir y negar la esencia misma de la iglesia como cuerpo social visible que recorre toda la historia en evolución orgánica, sin cortar las raíces que lo unen al que es su cabeza, y sin obstruir la savia que recibe del que es su alma; por eso frente a todos aquellos es perentorio salvaguardar la identidad de la única iglesia católica reconocible históricamente, y el único modo reside en la llamada por Benedicto XVI “hermenéutica de la continuidad”, imposibilitada, empero, tanto por los que rechazan el concilio Vaticano II, como por los que, dando la razón a los anteriores, lo utilizan como coartada para la consumación de la ruptura doctrinal efectiva.

Por: Francisco José Vegara Cerezo - sacerdote de Orihuela-Alicante

Padre Alfonso Gálvez. La gravedad de la infiltración de la democracia en la Iglesia



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sábado, 1 de noviembre de 2025

San John Henry Newman, Doctor de la Iglesia




En la Solemnidad de Todos los Santos, y al cierre del Jubileo del Mundo de la Educación, el Papa León XIV proclamó a San John Henry Newman Doctor de la Iglesia. En una homilía centrada en la dignidad humana y la misión educativa de la Iglesia, el Pontífice presentó al cardenal inglés como una luz para los tiempos de incertidumbre y oscuridad.

Una proclamación con sentido profético

En una Plaza de San Pedro colmada de fieles, el Papa León XIV elevó a Newman al rango de Doctor de la Iglesia Universal, el número 38 en la historia. La ceremonia coincidió con la clausura del Jubileo del Mundo de la Educación, dedicado a la reflexión sobre el papel de la Iglesia en la formación integral de la persona.

“Newman nos enseña —dijo el Papa— que el conocimiento sin fe se vuelve estéril, y que la educación verdadera florece cuando está al servicio de la verdad y de la santidad.”

«Formar personas que brillen como estrellas»

En su homilía, León XIV destacó que la educación cristiana no se mide por el éxito económico, sino por la capacidad de ayudar a cada persona a descubrir su vocación. “En el corazón del camino educativo —afirmó— no hay estadísticas, sino personas reales. Estamos llamados a formar personas para que brillen como estrellas en su plena dignidad.”

Nuevo Copatrono de la educación católica

Durante la Misa, el Papa anunció que San John Henry Newman será Copatrono de la misión educativa de la Iglesia, junto a Santo Tomás de Aquino. Ambos, dijo, representan la unión entre la razón que busca la verdad y la conciencia iluminada por la fe.

“Su figura será un faro para las nuevas generaciones que tienen sed de infinito y que, por el camino del estudio, buscan el rostro de Dios”, afirmó el Santo Padre.

Las universidades como laboratorios de profecía

León XIV describió la educación como “una semilla indispensable de esperanza”. “Cuando pienso en escuelas y universidades —añadió— las imagino como laboratorios de profecía, donde la esperanza se estudia, se discute y se alimenta.”

Pidió a los docentes que vivan su vocación con alegría, brillando “como estrellas en el mundo” a través de su servicio a la verdad y su entrega a los jóvenes, especialmente a los más pobres.

Contra la oscuridad del nihilismo

El Papa advirtió contra “la enfermedad más peligrosa de nuestro tiempo: el nihilismo, que amenaza con cancelar la esperanza”. Recordó el himno de Newman Lead, Kindly Light (“Guíame, Luz amable”), compuesto cuando aún era pastor anglicano, como símbolo de esa fe que ilumina incluso en la noche más oscura.

“La educación cristiana —dijo— consiste en aprender a seguir esa Luz amable, aun cuando no veamos todo el camino.”

Educar para la santidad

León XIV concluyó recordando que “educar, desde la mirada cristiana, es ayudar a cada persona a hacerse santa”. Citó a Benedicto XVI en la beatificación de Newman: “Lo que Dios quiere más que nada para cada uno de vosotros es que seáis santos”.

El Papa cerró su homilía evocando a San Agustín, tan admirado por Newman: “Somos condiscípulos con un solo Maestro; su escuela está en la tierra, pero su cátedra está en el cielo”.

El legado de un converso

San John Henry Newman (1801–1890) fue sacerdote, teólogo y cardenal inglés. Convertido del anglicanismo al catolicismo, dejó una profunda huella en la teología moderna con su pensamiento sobre la conciencia, la fe y la educación. Su proclamación como Doctor de la Iglesia por León XIV reconoce su influencia duradera y su ejemplo de fidelidad a la verdad.

«Guíame, Luz amable» resonó en el ofertorio de la Misa, como eco del espíritu de Newman y de la misión educativa de la Iglesia: conducir las almas hacia la luz de Cristo.



TRIBUNA: La Doctrina de la Iglesia, ¿evolución o desarrollo?





Por una católica (ex) perpleja

Con motivo de la proclamación de San John Henry Newman Doctor de la Iglesia por parte de León XIV, recordemos esta importantísima contribución suya a la comprensión del desarrollo doctrinal correctamente entendido, con el fin de superar la confusión modernista.

Nuestro contexto es el del desarrollo de la “iglesia sinodal”. En este marco, el domingo 27 de octubre de 2024 finalizó la segunda sesión de la XVI Asamblea General del Sínodo de los Obispos. Infovaticana ofreció un interesante análisis al respecto del documento final del Sínodo, que reemplazó a la habitual exhortación apostólica postsinodal.

Como bien señaló el canal de Youtube La fe de la Iglesia analizando el citado artículo de InfoVaticana, el documento parece apuntar a una fundación eclesial cuando afirma que “una verdadera conversión hacia una Iglesia sinodal es indispensable para responder a las necesidades actuales”. Responder a la pregunta recurrente sobre qué es la sinodalidad parece una empresa vana: puesto que un sínodo es una reunión, la sinodalidad sería “el hecho de reunirse”; por tanto, sería una reunión sobre el hecho de reunirse. Lo que sí está claro es que, siendo el de “sinodalidad” un concepto vacío en sí, es preciso rellenarlo de contenido. Y en eso está la jerarquía eclesial: en dotar a esta iglesia sinodal de nuevos dogmas (ecologismo, fraternidad universal masónica, fomento de la invasión islámica y la sustitución poblacional) y pecados (contra la sinodalidad, contra la ecología, etc).

Una frase del documento llega a afirmar, para referirse a roles de liderazgo que considera que deberían desempeñar las mujeres en la Iglesia, que “no se podrá detener lo que viene del Espíritu Santo”. Del Espíritu de Dios, empero, del Espíritu Santo, ¿puede provenir algo que sea contrario a lo que contienen las fuentes de la Revelación, es decir, la Sagrada Escritura y la Tradición? Además de una miserable apelación a un espíritu que no es el de Dios, porque Él no se contradice, que vigilen estos innovadores vaticanos no estar incurriendo en pecado contra el mismo Espíritu, que no tiene perdón, como dijo Nuestro Señor. Porque resulta que los modernistas encaramados a la más alta jerarquía eclesiástica cometen un error propio de la herejía en la que han incurrido, y que es la confusión de la evolución con el desarrollo.

Han olvidado el principio de no contradicción del catolicismo: la Iglesia no se puede contradecir. Y han caído en el culto al progreso como algo positivo per se, refiriéndose continuamente a “las necesidades de los tiempos actuales” (¿recuerdan el “aggiornamento” del Concilio Vaticano II?), pensando que la doctrina católica puede “evolucionar” (cambiar) según los signos de los tiempos, aunque eso implique contradecir a lo que la Iglesia dijo con anterioridad.

Resulta por todo lo dicho dramático que el papa Francisco incurriese en el nefasto error de pensar que la doctrina no se desarrolla sin contradicción, sino que evoluciona con cambios. Es la consecuencia del pensamiento modernista que domina el actual razonamiento eclesial. En la consideración indistinta por parte del anterior Papa de los conceptos de progreso, evolución y desarrollo yace el origen del problema. Por eso creyó que podía inventar pecados nuevos y cambiar el Catecismo. En este sentido, pensemos en el cambio producido en el Catecismo sobre la pena de muerte: puesto que Francisco consideraba que la Iglesia ha tenido hasta ahora una visión equivocada del depósito de la fe como algo estático (como era habitual en él, creaba un problema que no existía – en este caso, la consideración de la doctrina como algo estático – para luego resolverlo de manera confusa y heterodoxa), argumentaba que “la Palabra de Dios no se puede conservar en naftalina como si se tratase de una vieja manta que debe protegerse de los parásitos. No. La Palabra de Dios es una realidad dinámica y viva que progresa y crece porque tiende hacia un cumplimiento que los hombres no pueden detener”. Por lo tanto – decía -, “la doctrina no puede preservarse sin progreso, ni puede estar atada a una lectura rígida e inmutable sin humillar la acción del Espíritu Santo”.

Este error en el pensamiento de Francisco – y por lo visto parece que de León XIV también: primero, cambio de mentalidades; luego, cambio de doctrina – no es nuevo. Alfred Loisy (1857 – 1940), principal representante del modernismo en tiempos de san Pío X, juzgaba necesaria una “adaptación del Evangelio a la condición cambiante de la humanidad”, y pretendía “el acuerdo del dogma y la ciencia, de la razón y la fe, de la Iglesia y la sociedad”. Esta “adaptación” y este “acuerdo” llevaban necesariamente, según Loisy – como indica Yves Chiron en su obra “Historia de los tradicionalistas”- al cuestionamiento de ciertos dogmas y a nuevas interpretaciones de las Sagradas Escrituras (p. 15).

Se observa claramente el error, al referirse Francisco al “progreso” de la Doctrina, y no a su desarrollo. En esta línea, su discurso era el de un continuo enfrentamiento entre lo que se hizo y dijo, que ya no es válido hoy, y las posturas contrarias desarrolladas, necesarias para que la Iglesia viva al ritmo del mundo y sus modas, aunque eso contradiga lo que dijo siempre. En definitiva, una hermenéutica de la discontinuidad o de la ruptura contra la que tanto luchó Benedicto XVI: una interpretación del Concilio Vaticano II y su fiel o abusiva implementación como un nuevo comienzo de la Iglesia. Una discontinuidad que Francisco parecía haberse propuesto convertir en ruptura y reinicio con esta especie de Concilio camuflado que es el sínodo de la sinodalidad.

Sin embargo, es necesario insistir en que la doctrina de la Iglesia no evoluciona a la manera en que plantean los modernistas, sino que se desarrolla, de la manera que puede desarrollarse un árbol desde una semilla: todo el árbol que llegaría a ser estaba ya contenido en la semilla, como brillantemente explicó el cardenal John Henry Newman. En su obra de 1845 “Un ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana”, Newman expone cómo el problema no es el hecho de que la doctrina se hubiera desarrollado a lo largo de los siglos – lo cual parecía innegable—, sino los criterios para el desarrollo. ¿Cómo se pueden distinguir los desarrollos que son auténticos de los que son falsos? En términos más explícitos, ¿cómo se puede distinguir la doctrina genuina de la herejía?

A este respecto, John Senior sintetizó de manera brillante la exposición de Newman en “La muerte de la cultura cristiana”, para el autor, “el evolucionismo religioso es confundido con frecuencia con la idea exactamente contraria de Newman acerca del desarrollo de la doctrina – en el cual toda la creación está para siempre contenida en su propio petardo. Evolución, dice Newman, no es desarrollo: en el desarrollo, lo que es dado una vez y para siempre al comienzo es meramente explicitado. Lo que fue dado de una vez y para siempre en la Escritura y la Tradición ha sido clarificado en generaciones sucesivas, pero sólo por adición, nunca por contradicción; por el contrario, la evolución funciona mediante la negación. Newman dedica un capítulo entero de su ´Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana´ a refutar la idea de que algo contrario al dogma o que no se encuentre en el consenso de los dogmas de los Padres pueda ser desarrollado alguna vez apropiadamente. Concebido positivamente, el desarrollo es radicalmente conservador, permitiendo sólo aquel cambio que ayude a la doctrina a seguir siendo verdadera al definir los errores que aparecen en cada edad”.

Lo que ocurre es que, como suele suceder, Francisco inventó que la Iglesia ha creído que la doctrina era estática, cuando resulta que el mismo Cristo dijo a los Apóstoles que el Espíritu Santo les ayudaría a comprender con el tiempo la verdad completa. Les ayudaría, y de hecho les ayudó, con el desarrollo de la doctrina, que no tiene nada que ver con un supuesto “progreso” o “evolución”. En un muy interesante artículo en InfoCatólica, Jorge Soley destacaba las siete notas que deben poseer los desarrollos auténticos de la doctrina según el cardenal Newman, en su obra citada, de las que carecen los que, aun presentándose como un mero desarrollo, no son más que corrupciones de la doctrina. De estas siete notas, me gustaría destacar aquí cuatro:

1) la continuidad de los principios: los principios son generales y permanentes, mientras que las doctrinas se relacionan con los hechos y crecen. Escribe Newman, “la continuidad o alteración de los principios sobre los que se ha desarrollado una idea es una segunda marca de distinción entre un desarrollo fiel y una corrupción”.

2) la sucesión lógica: Un proceso de desarrollo auténtico sigue las reglas de la lógica: “la analogía, la naturaleza del caso, la probabilidad antecedente, la aplicación de los principios, la congruencia, la oportunidad, son algunos de los métodos de prueba por los que el desarrollo se transmite de mente a mente y se establece en la fe de la comunidad”. Lo que le hace decir a Newman que una doctrina será un desarrollo verdadero y no una corrupción, en proporción a cómo parezca ser el resultado lógico de su enseñanza original.

3) la Acción conservadora de su pasado: escribe Newman que, “así como los desarrollos que están precedidos por indicaciones claras tienen una presunción justa a su favor, así también los que contradicen e invierten el curso de la doctrina que se ha desarrollado antes que ellos y en la cual tuvieron su origen son ciertamente corrupciones”. Si un desarrollo contradice la doctrina anterior está claro que no es desarrollo, sino corrupción. En este importante punto, Newman aclara que “un desarrollo verdadero se puede describir como el que conserva la trayectoria de los desarrollos antecedentes… es una adición que ilustra y no oscurece, que corrobora y no corrige el cuerpo de pensamiento del que procede”.

4) El “vigor perenne”: “la corrupción no puede permanecer mucho tiempo y la duración constituye una prueba más de un desarrollo verdadero”. Resulta interesante otro comentario que Newman desliza aquí y en el que se nos muestra como un fino observador: “la trayectoria de las herejías siempre es corta, es un estado intermedio entre vida y muerte, o lo que es como la muerte. O si no acaba en la muerte, se divide en alguna trayectoria nueva y tal vez opuesta que se extiende sin pretender estar unida a ella… mientras que la corrupción se distingue de la decadencia por su acción enérgica, se distingue de un desarrollo por su carácter transitorio”.

El desarrollo, pues, es conservador; no es rupturista ni innovador. La Iglesia afirma que la Revelación acabó en la era apostólica, con la muerte del último apóstol. Lo que se ha desarrollado – de manera orgánica y sin contradicciones – es la comprensión y exposición de la misma. Sin embargo, si la doctrina cristiana o católica progresara, tal como la entendía Francisco, en contradicción con postulados de tiempos anteriores al nuestro, eso significaría que la Iglesia erró al predicar que la Revelación se había terminado con la muerte del último apóstol y que, en realidad, la doctrina estaría incompleta y necesitaría ser completada. Se observa perfectamente el catastrófico error epistemológico, la ignorancia de la lógica católica y la intoxicación modernista. Si hablamos de desarrollo quiere decir que toda la doctrina está ahí, y lo que se hace es des-enrollarla, descubrirla, conocerla, abrirla. El desarrollo no añade nada nuevo, sino que descubre lo escondido; mientras que el progreso es todo lo contrario: un salto y, por lo tanto, algo nuevo. Dicho de otra manera: progreso es discontinuidad y desarrollo es continuidad. La doctrina de la Iglesia se desarrolla; no evoluciona. Por tanto, estemos atentos: allí donde haya contradicciones no existe un sano desarrollo doctrinal, sino corrupción y error.

Debido a la utilización manipulada que el progresismo en el Concilio Vaticano II hizo de la figura del Cardenal Newman, Peter Kwasniewski ha realizado aclaraciones muy necesarias sobre él tras el anuncio de León XIV de su proclamación como Doctor de la Iglesia. Aclaraciones que el bloguero Wanderer tradujo al español en un extenso artículo presentado en tres partes que recomiendo leer, en la que Kwasnieweski comenta cómo “es irónico que se mencione a Newman junto a los defensores de las tendencias reformistas de la Iglesia moderna, cuando —al menos en cuestiones relativas a la teología fundamental, la moral cristiana y la liturgia sagrada— arguyó enérgica y constantemente a lo largo de su carrera contra el racionalismo, el emocionalismo, el liberalismo y la «tinkeritis» litúrgica, es decir, la creencia de que podemos construir un culto mejor si modificamos lo suficiente lo que hemos heredado.

En el ámbito de la liturgia en particular, se opuso firmemente a las modificaciones y modernizaciones rituales destinadas a «encontrar a las personas donde están» o a «adaptarse a la mentalidad actual» (como dijo Pablo VI en su Constitución Apostólica del 3 de abril de 1969, que promulgaba el Novus Ordo).

Newman no era solo antiliberal (lo dice expresamente de sí mismo, y más de una vez); no era sólo un conservador que detestaba los planes revolucionarios. Era lo que hoy se llama un tradicionalista en materia dogmática y litúrgica, alguien que habría criticado duramente todo el proyecto conciliar, y sin duda la reforma litúrgica llevada a cabo en su nombre, por errónea y condenada al fracaso”.

¿Una Iglesia liberal o una Iglesia fiel? | Actualidad Comentada (31-10-2025) | P. Santiago Martín FM




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¿QUÉ PASA EN LA IGLESIA? #91 PADRE JORGE GONZÁLEZ GUADALIX



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NO ESTÁ TAN CLARO LO DEL CAMBIO CLIMÁTICO



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miércoles, 29 de octubre de 2025

El futuro del Opus Dei tras las Reformas de Francisco y León XIV con el sacerdote Enrique Cases

INFOVATICANA



DURACIÓN 52:44 MINUTOS



Un sacerdote del Opus Dei admite que el motu proprio del Papa “les fastidió”, pero dice que “Dios quiere el Opus Dei” y que “la forma jurídica da igual”

El sacerdote Enrique Cases, numerario del Opus Dei desde hace más de sesenta años y doctor en Derecho Canónico, ha concedido una entrevista a Marcos Vera para Tekton en la que intenta refutar la información publicada por InfoVaticana sobre el futuro de la prelatura. Sin embargo, sus propias palabras confirman, punto por punto, el diagnóstico de este medio: el Opus Dei se considera una obra divina al margen de cualquier forma jurídica, autoridad eclesiástica o reforma pontificia.

Cases, que asegura haber conocido personalmente a san Josemaría Escrivá, afirma que el motu proprio de Francisco —redactado por el cardenal jesuita Gianfranco Ghirlanda— “no nos gustó” y “fastidió un poco”, porque “se hizo desde una mentalidad jerarcológica” y “no entiende la misión de los laicos”. “No estoy contento”, reconoce, “porque no comprenden nuestro carisma”. Pero a continuación deja claro que la prelatura no depende de esa decisión del Papa, ni de su sucesor León XIV, porque —dice textualmente— “lo importante es que Dios quiere que el Opus Dei exista” y que “esto no es un montaje humano, sino una cosa que Dios hizo ver” a Escrivá en 1928.

El sacerdote llega incluso a decir que, aunque se cambie la figura jurídica, “eso no cambia nada”, porque “la vestimenta jurídica es lo de menos” y “nosotros seguiremos haciendo lo mismo”. En su opinión, el Opus Dei es “una misión divina que no se puede abolir”, y las reformas romanas “no afectan a lo esencial”.

Durante la entrevista, el presentador lee en voz alta la noticia de InfoVaticana titulada «El Opus Dei al borde de dejar de existir», y el sacerdote responde airado: “Eso dice InfoVaticana, y no es verdad”. Pero en el mismo diálogo admite que el Papa León XIV está llevando a cumplimiento la reforma iniciada por Francisco y que no ha leído aún el nuevo documento, limitándose a confiar en que “no abandonen a los laicos en manos de los lobos”.

«Dile al señor que ha escrito esto que se confiese de sus pecados. Porque dice muchos pecados, mentiras, calumnias…» llega a afirmar sobre mí el sacerdote, sin aportar un solo argumento que refute las informaciones de este medio.

En otro momento, el propio sacerdote confiesa con un tono de candidez que revela la contradicción central de toda la obra: “A mí me importa un bledo el Banco Popular, y no tengo ni un duro. Pero esto es un querer de Dios, no un montaje de un sacerdote jovencito”. La idea, repetida varias veces, es que la existencia del Opus Dei no depende del Derecho Canónico sino de una elección divina directa, incluso frente a la autoridad del Papa.

El resultado es que, intentando defender la obediencia y la ortodoxia, el sacerdote reproduce el argumento de fondo que InfoVaticana ha venido señalando en sus investigaciones: que el Opus Dei, tras el motu proprio y la pérdida de su estructura privilegiada, se refugia en una convicción casi mística de superioridad espiritual, según la cual ni las normas, ni los estatutos, ni la jerarquía eclesial alteran su misión.

El vídeo, disponible a continuación, es la mejor demostración de que el Opus Dei vive hoy una disonancia entre su retórica de obediencia y su autonomía práctica. Lo que Cases describe con serenidad teológica —que no hay Papa ni ropaje jurídico que importe un pimiento— es, en el fondo, el mismo diagnóstico que InfoVaticana ha documentado con escrituras, notas simples y estatutos: una institución que ya no pertenece jurídicamente a la Iglesia, pero que sigue funcionando como si tuviera una misión divina por encima de ella.

Diego Lanzas | 29 octubre, 2025

martes, 28 de octubre de 2025

Cupich convierte la Misa en un proyecto social con ayuda de Vatican News




El cardenal Cupich ha vuelto a hablar, y como siempre, lo hace para explicar a los fieles que la liturgia no trata de Dios, sino de los pobres. Su comentario en Vatican News sobre la exhortación Dilexi te de León XIV es una demostración más de esa enfermedad moderna que convierte el altar en un escenario sociológico y la Eucaristía en un instrumento de ingeniería moral. Dice Cupich que el Concilio Vaticano II fue un “hito” en la comprensión del lugar de los pobres en la Iglesia, y que esa conciencia inspiró también la reforma litúrgica. Traducido: que la Misa debía dejar de parecer una adoración a Dios y pasar a ser una asamblea entre iguales.

Para él, la “noble sencillez” de Sacrosanctum Concilium consistía en desprenderse de los signos de trascendencia, de la lengua sagrada, del silencio, de la orientación al Señor. Todo eso le parece “espectáculo”, porque en el fondo no cree que en el altar ocurra nada. Y cuando uno deja de creer en la Presencia Real, no queda más que la coreografía. Si Cristo no está realmente ahí, si no hay sacrificio, si el altar no es Calvario, entonces la Misa se convierte en una reunión benéfica, un gesto simbólico, un “proyecto de solidaridad con la humanidad”, como él mismo dice.

Cupich habla de “purificar la liturgia de elementos espectaculares”. Pero lo que llama espectáculo es precisamente lo que la Iglesia siempre ha llamado adoración. La genuflexión, el incienso, el canto, el silencio: todo lo que apunta hacia Dios le resulta incómodo porque revela lo que él no soporta admitir, que la Misa es un acto divino, no humano. En su teología, los pobres desplazan a Cristo; en la de la Iglesia, los pobres son amados por Cristo. Es una diferencia de fe, no de sensibilidad.

Por eso insiste en que la liturgia debe ser “una escuela de paz” y “un proyecto de solidaridad”. No se da cuenta de que lo dice un obispo con chófer, rodeado de mármol y micrófonos, mientras desprecia la piedad silenciosa de los fieles que rezan el rosario y asisten al rito que él aboliría si pudiera. Su Iglesia de los pobres es la de los clérigos satisfechos que viven del sentimentalismo pastoral y de las subvenciones estatales.
No, Eminencia: la Misa no es una escuela de convivencia, ni un taller de justicia social. La Misa es el Sacrificio de Cristo, que se ofrece al Padre por la salvación del mundo. Y precisamente porque creemos en la Presencia Real, porque sabemos que ese Pan es Dios, los católicos pobres y ricos, sabios e ignorantes, nos arrodillamos ante Él. Si Cupich y los suyos no lo hacen, no es por humildad: es porque no creen que haya nadie ante quien arrodillarse.
La liturgia no se hizo para parecer simple, sino para ser sagrada. Y la pobreza que importa no es la sociológica, sino la de espíritu, la del publicano que no se atreve a levantar los ojos al cielo. Si Cupich de verdad creyera que Cristo está en el altar, no hablaría de “noble sencillez” sino de santo temor. Pero es más fácil hablar de los pobres que del Misterio.

Por eso su artículo no es una reflexión, sino una confesión involuntaria: la confesión de que ha perdido la fe en la Presencia Real. Los que sí creemos que el Cuerpo de Cristo está ahí, seguiremos adorando de rodillas, aunque a Cupich le parezca demasiado “espectacular”.

domingo, 26 de octubre de 2025

León XIV defiende la Iglesia sinodal “Ninguno posee la verdad toda entera”




En la Basílica de San Pedro, el Papa León XIV celebró el Jubileo de los equipos sinodales y de los órganos de participación con una homilía centrada en la comunión y el “caminar juntos”. Invitó a los fieles a superar “las lógicas del poder” y a redescubrir “las del amor”, afirmando que “nadie está llamado a mandar, todos lo son a servir”.

El Pontífice describió la sinodalidad como signo visible de la unión entre Dios y los hombres, recordando que las estructuras de participación deben reflejar fraternidad y servicio. Pero su reflexión dejó al descubierto una distancia creciente entre el discurso sinodal y la vida real de la Iglesia.
Una teología con omisiones inquietantes

Aunque la homilía mantiene una teología formalmente sólida, evita mencionar un punto esencial: la verdad no se busca desde cero, sino que ya ha sido revelada en el Evangelio y transmitida por la Tradición. Al afirmar que “ninguno posee la verdad toda entera, todos la debemos buscar con humildad, y juntos”, el mensaje omite que esa verdad ya tiene rostro y palabra: Cristo mismo, vivo en la fe de la Iglesia.

Esa omisión no es trivial. Si se desliga la búsqueda de la verdad de su anclaje en la Revelación, la sinodalidad corre el riesgo de parecer un proceso de consenso, más cercano al relativismo que al discernimiento cristiano. La verdadera humildad no consiste en reinventar lo que ya ha sido entregado, sino en recibirlo con fidelidad.
Un sinodalismo encerrado en sí mismo

Más allá del plano doctrinal, la homilía pasa por alto otra realidad: los equipos sinodales no han llegado a las parroquias ni a los jóvenes. En muchos lugares, se han convertido en círculos administrativos dependientes de las curias, alejados de la vida concreta de los fieles. Se habla mucho de “escucha”, pero esa escucha parece dirigida siempre a los mismos interlocutores, ignorando a una juventud que, lejos de huir, redescubre la fe a través de la liturgia y la tradición.

El resultado es una Iglesia que corre el riesgo de confundir apertura con dispersión, diálogo con indecisión. La homilía de León XIV refleja buena intención y sensibilidad pastoral, pero deja entrever una visión idealizada, más centrada en los procedimientos que en el fuego interior de la fe.


Texto completo de la homilía del Papa León XIV

JUBILEO DE LOS EQUIPOS SINODALES Y DE LOS ÓRGANOS DE PARTICIPACIÓN

SANTA MISA – HOMILÍA DEL SANTO PADRE LEÓN XIV

Basílica de San Pedro
XXX domingo del Tiempo Ordinario, 26 de octubre de 2025

Hermanos y hermanas:

Al celebrar el Jubileo de los equipos sinodales y de los órganos de participación, se nos invita a contemplar y a redescubrir el misterio de la Iglesia, que no es una simple institución religiosa ni se identifica con las jerarquías o con sus estructuras. La Iglesia, en cambio, como nos lo ha recordado el Concilio Vaticano II, es el signo visible de la unión entre Dios y los hombres, de su proyecto de reunirnos a todos en una única familia de hermanos y hermanas y de hacer de nosotros su pueblo, un pueblo de hijos amados, todos unidos en el único abrazo de su amor.

Mirando el misterio de la comunión eclesial, generada y custodiada por el Espíritu Santo, podemos comprender también el significado de los equipos sinodales y de los órganos de participación. Estas estructuras expresan lo que ocurre en la Iglesia, donde las relaciones no responden a las lógicas del poder sino a las del amor. Las primeras —para recordar una admonición constante del Papa Francisco— son lógicas “mundanas”, mientras que en la comunidad cristiana el primado atañe a la vida espiritual, que nos hace descubrir que todos somos hijos de Dios, hermanos entre nosotros, llamados a servirnos los unos a los otros.

La regla suprema en la Iglesia es el amor. Nadie está llamado a mandar, todos lo son a servir; nadie debe imponer las propias ideas, todos deben escucharse recíprocamente; sin excluir a nadie, todos estamos llamados a participar; ninguno posee la verdad toda entera, todos la debemos buscar con humildad, y juntos.

Precisamente la palabra “juntos” expresa la llamada a la comunión en la Iglesia. El Papa Francisco nos lo ha recordado también en su último Mensaje de Cuaresma: «La vocación de la Iglesia es caminar juntos, ser sinodales. Los cristianos están llamados a hacer camino juntos, nunca como viajeros solitarios. El Espíritu Santo nos impulsa a salir de nosotros mismos para ir hacia Dios y hacia los hermanos, y nunca a encerrarnos en nosotros mismos. Caminar juntos significa ser artesanos de unidad, partiendo de la dignidad común de hijos de Dios» (Mensaje de Cuaresma, 25 de febrero de 2025).

Caminar juntos. Aparentemente es lo que hacen los dos personajes de la parábola que hemos recién escuchado en el Evangelio. El fariseo y el publicano suben los dos al templo a orar, podríamos decir que “suben juntos” o de todas formas se encuentran juntos en el lugar sagrado; y sin embargo, están divididos y entre ellos no hay ninguna comunicación. Ambos recorren el mismo camino, pero su caminar no es un caminar juntos; ambos se encuentran en el templo, pero uno ocupa el primer lugar y el otro, el último; ambos rezan al Padre, pero sin ser hermanos y sin compartir nada.

Esto depende sobre todo de la actitud del fariseo. Su oración, aparentemente dirigida a Dios, es solamente un espejo en el que él se mira, se justifica y se elogia a sí mismo. Él «subió a orar, pero no quiso rogar a Dios, sino alabarse a sí mismo» (S. Agustín, Sermón 115,2), sintiéndose mejor que el otro, juzgándolo con desprecio y mirándolo con desdén. Está obsesionado con su ego y, de ese modo, termina por girar en torno a sí mismo sin tener una relación ni con Dios ni con los demás.

Hermanos y hermanas, esto puede suceder también en la comunidad cristiana. Sucede cuando el yo prevalece sobre el nosotros, generando personalismos que impiden relaciones auténticas y fraternas; cuando la pretensión de ser mejor que los demás, como hace el fariseo con el publicano, crea división y transforma la comunidad en un lugar crítico y excluyente; cuando se aprovecha del propio cargo para ejercitar el poder y ocupar espacios.

Es al publicano, en cambio, al que debemos mirar. Con su misma humildad, también en la Iglesia nos debemos reconocer todos necesitados de Dios y necesitados los unos de los otros, ejercitándonos en el amor mutuo, en la escucha recíproca, en la alegría de caminar juntos, sabiendo que «Cristo está con los que son humildes de corazón y no con los que se exaltan a sí mismos por encima de la grey» (S. Clemente de Roma, Carta a los corintios, c. XVI).

Los equipos sinodales y los organismos de participación son imagen de esa Iglesia que vive en la comunión. Y hoy quisiera invitarlos a que, en la escucha del Espíritu, en el diálogo, en la fraternidad y en la parresia, nos ayuden a comprender que, en la Iglesia, antes de cualquier diferencia, estamos llamados a caminar juntos en busca de Dios, para revestirnos de los sentimientos de Cristo; ayúdennos a ensanchar el espacio eclesial para que este sea colegial y acogedor.

Esto nos ayudará a afrontar con confianza y con espíritu renovado las tensiones que atraviesan la vida de la Iglesia —entre unidad y diversidad, tradición y novedad, autoridad y participación—, dejando que el Espíritu las transforme, para que no se conviertan en contraposiciones ideológicas y polarizaciones dañinas. No se trata de resolverlas reduciendo unas a otras, sino dejar que sean fecundadas por el Espíritu, para que se armonicen y orienten hacia un discernimiento común. Como equipos sinodales y miembros de organismos de participación saben ciertamente que el discernimiento eclesial requiere «libertad interior, humildad, oración, confianza mutua, apertura a las novedades y abandono a la voluntad de Dios. No es nunca la afirmación de un punto de vista personal o de grupo, ni se resuelve en la simple suma de opiniones individuales» (Documento final, 26 octubre 2024, n. 82). Ser Iglesia sinodal significa reconocer que la verdad no se posee, sino que se busca juntos, dejándonos guiar por un corazón inquieto y enamorado del Amor.

Queridos hermanos y hermanas, debemos soñar y construir una Iglesia humilde. Un Iglesia que no se mantiene erguida como el fariseo, triunfante y llena de sí misma, sino que se abaja para lavar los pies de la humanidad; una Iglesia que no juzga como hace el fariseo con el publicano, sino que se convierte en un lugar acogedor para todos y para cada uno; una Iglesia que no se cierra en sí misma, sino que permanece a la escucha de Dios para poder, al mismo tiempo, escuchar a todos. Comprometámonos a construir una Iglesia totalmente sinodal, totalmente ministerial, totalmente atraída por Cristo y por lo tanto dedicada al servicio del mundo.

Sobre ustedes, sobre todos nosotros, sobre la Iglesia extendida por el mundo, invoco la intercesión de la Virgen María con las palabras del siervo de Dios don Tonino Bello: «Santa María, mujer afable, alimenta en nuestras Iglesias el anhelo de comunión. […] Ayúdala a superar las divisiones internas. Interviene cuando el demonio de la discordia serpentea en su seno. Apaga los focos de las facciones. Reconcilia las disputas mutuas. Atenúa sus rivalidades. Detenlas cuando decidan actuar por su cuenta, descuidando la convergencia en proyectos comunes» (Maria, Donna dei nostri giorni, Cinisello Balsamo 1993, 99).

Que el Señor nos conceda la gracia de permanecer enraizados en el amor de Dios para vivir en comunión entre nosotros. De ser, como Iglesia, testigos de unidad y de amor.

sábado, 25 de octubre de 2025

¿QUÉ PASA EN LA IGLESIA? #90 PADRE JORGE GONZÁLEZ GUADALIX




DURACIÓN 35: 31 MINUTOS


Resumen semanal de lo que acontece En la Iglesia, que se transmite todos los viernes a las 15 horas Miami y a la 21 horas Madrid, a cargo del destacado sacerdote y bloguero español @Jorge González Guadalix. De profesión cura. (https://infocatolica.com/blog/cura.php

No te pierdas las catequesis del Padre Jorge los jueves las 14:30 horas Miami 20:30 horas Madrid en su canal / @parroquiasanjosedelasierra 

1. Absuelto el P. Custodio Ballester 
2. La Sagrada Familia exterior 
3a. El Valle de los Caídos 
3b. Lo del Valle de los Caídos 
4. Encuentro de cartoneros 
5. De crucero 
6. Cada vez menos curas y monjas 
7. Bofetada a Parolin 
8. La sorpresa de que nos recuerden lo de siempre 
9. La abadía de Boulaur renace

El DIABLO y su estrategia, Padre de la Soberbia, Vencido por San MIGUEL Arcángel



DURACIÓN 23,33 MINUTOS


Tres ideas sobre la humildad, basadas en esta frase 
SÓLO DIOS ES DIOS

1. Aceptar no entenderlo todo
2. Aceptar no ser el centro de todo
3. Confiar en su voluntad para ponerla en práctica, basándose en que Él nos quiere y lo puede todo, pero ha querido depender de nosotros para actuar en el mundo.

Del ataque digital al Card. Burke al encuentro ecuménico entre el Papa y el rey Carlos de Inglaterra




DURACIÓN 17:33 MINUTOS

viernes, 24 de octubre de 2025

“Basta de confusión”: Mons. Schneider pide a León XIV una respuesta clara sobre la fe



En una entrevista exclusiva concedida a Per Mariam, el obispo Athanasius Schneider advirtió que la Iglesia Católica vive “una confusión de fe sin precedentes” y pidió al papa León XIV un acto magisterial que reafirme la doctrina y devuelva la claridad perdida en las últimas décadas.

“El Papa debe fortalecer a toda la Iglesia en la fe; ésa es su primera tarea”, recordó Schneider, “una misión que Dios mismo confió a Pedro y a sus sucesores”.

El prelado, auxiliar de Astaná (Kazajistán), señaló que la Iglesia se encuentra “sumergida en una niebla doctrinal” que afecta la fe, la moral y la liturgia, debilitando la identidad católica.

“No podemos seguir avanzando en más confusión. Eso va contra Cristo mismo y contra el Evangelio. Cristo vino a traernos la verdad, y la verdad significa claridad”, afirmó con firmeza.

Para Schneider, la solución pasa por un gesto público del Papa que reafirme la fe católica en su integridad. Propuso, en ese sentido, un documento similar al Credo del Pueblo de Dios promulgado por san Pablo VI en 1968, en plena crisis postconciliar.

“Después de más de cincuenta años, la confusión ha aumentado, no ha disminuido, especialmente durante el último pontificado. Un acto así sería uno de los mayores gestos de caridad del Papa hacia sus hijos espirituales y hacia sus hermanos obispos”.

“Fiducia Supplicans” y la confusión sobre las bendiciones a parejas del mismo sexo

Consultado sobre el documento Fiducia Supplicans y las declaraciones recientes del papa León XIV acerca de “aceptar a las personas”, Schneider fue categórico. A su juicio, el texto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe “debe ser abolido”, pues introduce ambigüedad en un tema moral central para la vida de la Iglesia.

“El documento habla expresamente de ‘parejas del mismo sexo’. Aunque se diga que no se bendice su relación sino a las personas, eso es inseparable. Es un juego de palabras que confunde y da a entender que la Iglesia aprueba esas uniones”.

El obispo recordó que la Iglesia siempre ha bendecido a los pecadores que buscan sinceramente la conversión, pero jamás ha bendecido una situación contraria a la ley de Dios. “No podemos bendecir algo que contradice la creación y la voluntad divina”, subrayó.

“Dios acepta a todos, pero llama al arrepentimiento. Aceptar al pecador sin invitarlo a cambiar no es el método de Dios ni del Evangelio”.

El prelado explicó que la verdadera acogida cristiana consiste en acompañar con caridad a quien desea dejar el pecado, no en confirmar a las personas en el error. “Debemos decirles: ‘Eres bienvenido, pero lo que vives no corresponde a la voluntad de Dios. Te ayudaremos a salir del mal, aunque lleve tiempo’. Eso es amor verdadero”, señaló.

Finalmente, advirtió contra la participación de clérigos o fieles en movimientos que buscan alterar la moral revelada:

“No podemos participar en organizaciones que tienen como fin cambiar los mandamientos de Dios. Confirmar sus objetivos sería una traición al Evangelio y a la misión de la Iglesia de salvar almas”.

Sobre el concepto de “caminar juntos”, tan repetido en el proceso sinodal, Schneider advirtió que su auténtico sentido se ha tergiversado y debe volver a sus raíces cristológicas.
“Caminar juntos” significa peregrinar hacia Cristo, no adaptarse al mundo

“Sinodalidad significa caminar hacia Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida. La Iglesia no puede hablar por sí misma, sino transmitir fielmente lo que Cristo reveló”.

El obispo explicó que la Iglesia es militante, llamada a combatir el error, el pecado y la confusión espiritual. “La Iglesia en la tierra es una Iglesia combatiente. Luchamos contra nuestras malas inclinaciones, contra el demonio y contra el espíritu del mundo”, recordó, citando a san Pablo y san Juan.

Para Schneider, el sentido del “caminar juntos” no consiste en la escucha sociológica ni en la adaptación al mundo, sino en la comunión de los fieles que peregrinan hacia la Jerusalén celestial.

“Caminar juntos significa avanzar como una procesión de creyentes que saben en quién han creído, que profesan la verdad con claridad y la expresan en la belleza de la liturgia”.

El prelado advirtió, además, contra la presencia de “falsos profetas dentro de la comunidad eclesial”, que desvían a los fieles del verdadero camino. Por eso pidió vigilancia y firmeza doctrinal.

“La sinodalidad debe servir para proclamar con mayor claridad la belleza de la verdad de Cristo y evitar toda ambigüedad. La Iglesia debe adorar a Dios con una liturgia digna y sagrada, testimonio visible de su fe”, insistió.

“El Señor no dijo: ‘Escuchen al pueblo y pidan su opinión’. Dijo: ‘Vayan y proclamen la verdad’. El Papa y los obispos tienen la tarea grave de anunciar la verdad con amor y firmeza, para liberar a la humanidad del mal”.

Dejamos a continuación la entrevista completa:

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Monseñor Schneider habló con Per Mariam sobre la necesidad de que León XIV aborde la actual crisis de “confusión” en la Iglesia, el tema de la aceptación LGBT y el “caminar juntos”.

Analizando los primeros meses del pontificado de León XIV, monseñor Athanasius Schneider ha instado al Papa a responder a la “confusión de fe sin precedentes” que atraviesa la Iglesia.

En una entrevista exclusiva concedida a Per Mariam a comienzos de octubre, Schneider respondió a preguntas sobre el estado actual de la Iglesia Católica, el impulso contemporáneo hacia la aceptación LGBT y el futuro de la jerarquía eclesial a la luz del Sínodo sobre la Sinodalidad.

“No podemos continuar como Iglesia adentrándonos en más confusión”, advirtió, pidiendo al Papa León que realice una acción clarificadora para “fortalecer a toda la Iglesia en la fe”.

Schneider también habló sobre el modo católico de “aceptar” a las personas, desarrollando los comentarios del Papa León acerca de aceptar a otros “que son diferentes de nosotros”.

Ahora que la Iglesia comienza el largo proceso de preparación hacia la Asamblea Sinodal de 2028, el tema de “caminar juntos” es ampliamente utilizado, pero poco explicado. Schneider ofrece su interpretación del término y cómo la Iglesia Católica peregrina en la tierra, siempre orientada hacia el cielo.

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La entrevista completa se presenta a continuación. Ha sido ligeramente editada para mayor claridad, ya que la conversación se llevó a cabo en inglés, idioma que no es la lengua materna del obispo Schneider.

Haynes — En los últimos días de vida del papa Francisco, y luego en los primeros días del pontificado de León XIV, usted identificó varios asuntos que requerían una acción bastante rápida. Ya nos acercamos a los cinco meses del pontificado de León XIV, y ha sido un periodo bastante tranquilo. ¿Cuáles diría usted que son las necesidades más urgentes de la Iglesia hoy?

Monseñor Athanasius Schneider: Diría que la necesidad más apremiante es que el Papa debe fortalecer a toda la Iglesia en la fe, que es su primera tarea, una de las principales funciones del pontífice que Dios mismo confió a Pedro y a sus sucesores.

Es evidente para todos que la vida de la Iglesia está inmersa en una confusión de fe sin precedentes, en lo que respecta a la fe, la moral y la liturgia. La Iglesia está realmente envuelta en una especie de polvo o niebla de confusión.

No podemos continuar como Iglesia avanzando hacia más confusión. Esto va contra Cristo mismo, contra el propio Evangelio. Cristo vino a traernos la verdad, y la verdad significa claridad. Por tanto, la  tarea más urgente es que el Papa realice un acto de su magisterio que fortalezca a todos en la fe.

Podría hacerse mediante una especie de profesión de fe, similar, por ejemplo, a lo que hizo Pablo VI en 1968, llamado el “Credo del pueblo de Dios”, donde expresó en forma de profesión de fe los temas que entonces estaban siendo negados o confundidos en la Iglesia.

Esto es aún más urgente después de casi cincuenta años; la confusión ha aumentado, no disminuido, especialmente durante el último pontificado. Por tanto, ésta sería la tarea más urgente, que al mismo tiempo constituiría uno de los mayores actos de caridad del Papa hacia sus hijos espirituales, los fieles, y hacia sus hermanos los obispos.

Haynes — Recientemente, en su extensa entrevista con Crux, el Papa León habló sobre Fiducia Supplicans y sobre “aceptar” a las personas. En un pasaje dijo: “Fiducia Supplicans básicamente dice que, por supuesto, podemos bendecir a todas las personas, pero no busca ritualizar algún tipo de bendición porque eso no es lo que enseña la Iglesia. Eso no significa que esas personas sean malas, pero creo que es muy importante, una vez más, entender cómo aceptar a otros que son diferentes de nosotros, cómo aceptar a las personas que hacen elecciones en su vida y respetarlas.”

Entonces, en términos de la comprensión católica, ¿cómo “aceptamos” a alguien y, al mismo tiempo, permanecemos fieles a la enseñanza de la Iglesia y a la plenitud de la doctrina?

Monseñor Schneider: Lo primero es que, sin embargo, Fiducia Supplicans utiliza expresamente las palabras “parejas del mismo sexo”. Así lo dice el documento. Y eso ya causa una enorme confusión, porque trata sobre una bendición. Aunque se diga “no bendecimos su relación, sino a la pareja”, esto es imposible, es inseparable. Ellos se presentan precisamente como parejas del mismo sexo. Así que se trata solo de un juego de palabras que confunde a la gente y que, para una persona normal que lea el texto, se entiende como un permiso para bendecir uniones o parejas del mismo sexo, u otras parejas extramatrimoniales que viven públicamente en estado de pecado.

Por tanto, este documento debe ser abolido, porque es evidente —ya que está redactado con gran ambigüedad en un tema de suma importancia para la Iglesia y también para quienes están fuera de ella— que incluso los católicos lo leen como un texto que bendice a las parejas del mismo sexo.

No podemos continuar con este juego. Además, para bendecir a una persona, no hace falta emitir un documento. La Iglesia siempre ha bendecido incluso a un pecador que se acerca y pide una bendición. Por supuesto, la bendición se da bajo la condición de que realmente pida sinceramente la ayuda de Dios para su conversión. No siempre podemos bendecir algo según el motivo que la persona pida. Por ejemplo, no podemos bendecir a alguien que diga: “Padre, deme una bendición para abortar” o “bendígame para que pueda robar algo”. Evidentemente, eso no es posible. Pero estas parejas viven en una situación estable de pecado, cuya unión misma ya es contraria a la voluntad y al mandato de Dios. ¿En qué se basan para unirse? ¿En hacer obras de caridad o en una atracción erótica hacia el mismo sexo? Esto va contra la creación de Dios, contra su voluntad. Por lo tanto, no podemos bendecirlo.

La segunda parte de la pregunta se refiere a “aceptar” a las personas. Por supuesto, Dios acepta a todos, pero Dios llama al arrepentimiento. Esta es la primera palabra que pronunció el Dios encarnado, Jesucristo, al comenzar su misión pública de enseñanza: “Arrepentíos”.

Y cuando el Señor resucitado se apareció a los Apóstoles antes de ascender al cielo, al final del Evangelio de san Lucas, dijo que la Iglesia debía predicar la penitencia a todos los pueblos. Y esto fue lo primero: la penitencia, la conversión del mal al bien con la ayuda de Dios. Esta es la tarea de la Iglesia. Por tanto, Dios acepta a todos los pecadores, siempre que tengan un sincero deseo de convertirse, de aceptar la voluntad de Dios y abandonar el mal.

Aceptar a los pecadores sin transmitirles —aunque sea con amor— la necesidad de conversión no es el método de Dios. No es el método del Evangelio, ni lo ha sido de la Iglesia a lo largo de dos mil años. De otro modo, sería un fracaso confirmar a las personas en el mal.

Por supuesto, debemos decir:

“Eres bienvenido, pero te invitamos a reflexionar seriamente sobre lo que estás haciendo y viviendo, porque no corresponde a la voluntad de Dios. Por tu propia salvación, debemos expresarte esto como un acto de amor hacia ti. Siempre eres bienvenido y te ayudaremos a dejar el mal y todo lo que sea contrario a la voluntad de Dios, aunque lleve tiempo.”

Sin embargo, lo importante es que estas personas decidan abandonar el estilo de vida pecaminoso y aceptar la voluntad de Dios. En cualquier caso, la Iglesia debe evitar la complicidad con el mal o la connivencia con él. Eso no es Jesucristo, ni los apóstoles, ni la Iglesia entera. Sería un método completamente extraño: colaborar y darles la señal de que su estilo de vida está bien. Eso debemos evitarlo.

Debemos decir: “Te amamos como persona, incluso si aún no estás dispuesto a convertirte, pero te amamos y rezamos para que aceptes la voluntad de Dios y te conviertas.” Es el único camino hacia la salvación eterna; no hay otro sin conversión.

Debemos transmitirles esto, pero no participar en organizaciones públicas como las LGBT, que por su objetivo oficial buscan cambiar los mandamientos de Dios. Estas organizaciones pretenden que su estilo de vida pecaminoso sea confirmado por la Iglesia.

Esto es una traición al Evangelio: la Iglesia traicionaría su misión de salvar almas y de llamar a todos al arrepentimiento.

Repito, el método debe ser con amor, pero debemos evitar confirmar los objetivos de estas organizaciones de cambiar la voluntad de Dios, los mandamientos de Dios o la enseñanza inmutable de la Iglesia. Ese es el verdadero sentido de la aceptación.

Haynes — Ahora tenemos la Asamblea Sinodal de 2028, después del Sínodo sobre la Sinodalidad. Uno de los grandes temas es “caminar juntos”. Como obispo y pastor de almas, ¿cuál es el significado de “caminar juntos” en relación con mantener la estructura jerárquica de la Iglesia tal como Cristo la instituyó?

Monseñor Schneider: Sí, “caminar juntos”, o en griego synodus, es el único camino que la Iglesia tiene y conoce. Como dijo Nuestro Señor: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Ese es el programa.

Sabemos con claridad que Jesús dijo: “Yo mismo soy el camino, soy la verdad, y les revelo toda la verdad que el Padre me dio a revelar. Por eso les envío el Espíritu Santo, que les recordará lo que les dije. Él los introducirá en la plenitud de la verdad. El Espíritu Santo no hablará por sí mismo, sino solo de lo que oyó de mí, Jesucristo, la verdad, la Palabra de Dios.”

Esta es la tarea permanente de la Iglesia: no hablar por sí misma, sino, como el Espíritu Santo, transmitir fielmente lo que Cristo reveló. La Iglesia debe proclamarlo con mayor claridad, no con menos, sino con más claridad.

Esa es la misión del Espíritu Santo en la Iglesia: guiarla hacia una comprensión más clara y profunda, no disminuirla ni hacerla ambigua. San Pablo también dice que nadie puede correr en la arena sin conocer la meta, pues no alcanzará el objetivo. San Pablo escribe que nosotros, la Iglesia, debemos saber con claridad adónde vamos.

También dice que quien lucha no puede simplemente dar golpes al aire sin saber cómo combatir. La Iglesia en la tierra es una Iglesia militante, una Iglesia combatiente. Esa es la realidad terrenal. Estamos continuamente luchando —primero contra nosotros mismos, nuestras malas inclinaciones, el pecado, la carne y el diablo en el mundo—, como lo escribieron los apóstoles san Pablo y san Juan, y el mismo Señor Jesucristo.

Así pues, debemos ser conscientes de caminar juntos hacia Cristo, que es nuestra única meta. Caminamos hacia la eternidad. Esta es la Iglesia peregrina en la tierra. ¿A dónde peregrinamos? Hacia el cielo, hacia la Jerusalén celestial que nos espera. La Iglesia debe presentar siempre esto a los fieles: que esa es la meta de nuestro caminar juntos, la Jerusalén celestial.

Esa es nuestra meta y nuestra realidad. En este caminar, como predijo Jesucristo, habrá muchas tentaciones y ataques del espíritu del padre de la mentira, así como los ataques de los falsos profetas.

Nuestro Señor nos advirtió sobre los falsos cristos y falsos profetas, y lo mismo hicieron san Pablo y san Juan en el Nuevo Testamento. Advirtieron sobre los falsos profetas dentro de la comunidad.

Por tanto, en nuestro caminar tenemos lamentablemente falsos profetas en medio de nosotros, y debemos estar vigilantes para que no confundan ni perviertan a los demás.

Debemos caminar como en una procesión peregrina, con alegría y convicción, y todos los que caminan juntos deben poder decir con san Pablo: “Yo sé en quién he creído”, y debemos estar profundamente convencidos de la verdad católica.

Ese es el objetivo del camino sinodal: proclamar y presentar con más claridad la belleza de la verdad revelada de Cristo, evitando la confusión y la ambigüedad, y mostrando la belleza de la oración. La primera tarea de la Iglesia es adorar a Dios, como lo hace toda la creación, y ese será nuestro fin en el cielo. Ese es el fin de la Iglesia triunfante: alabar a Dios por toda la eternidad. Por tanto, en nuestro caminar juntos debemos expresarlo también en una liturgia sagrada, bella y digna.

Esto es un poderoso instrumento de evangelización: invitar a los no católicos, a los no creyentes que, metafóricamente, observan nuestra procesión. Cuando ven que sabemos en quién creemos, que presentamos la verdad con belleza y claridad, que oramos y adoramos a Dios con dignidad y sacralidad, eso los atraerá con fuerza a unirse a nuestra hermosa procesión y a este caminar conjunto de la Iglesia.

Por eso nuestro Señor dijo: “Vayan y proclamen mi verdad. Vayan y anuncien el Evangelio. Enseñen a todos los pueblos lo que les he mandado y enséñenles a vivirlo.” No dijo: “Vayan y escuchen al pueblo, vayan y pidan su opinión.” Eso no es Cristo. Ese es un método mundano, no el método de Jesucristo ni de su Iglesia.

Por tanto, la Iglesia, el Papa y los obispos tienen la gravísima tarea de proclamar la verdad, de asegurarse de que toda la existencia terrenal de la Iglesia proclame la Verdad.

La Iglesia es la única que ha recibido de Dios esta misión en la tierra: proclamar con amor la belleza y la claridad de toda la verdad divina, y guiar el camino hacia la adoración de Dios con dignidad. Y también mostrar al mundo que creemos verdaderamente en Cristo, que tenemos la misión de liberar a la humanidad del mal: en primer lugar, del mal mortal que destruye la vida espiritual del alma, el pecado contra Dios; y además, liberar a la humanidad de las cadenas del pecado y de las organizaciones del pecado contra el Primer Mandamiento, como la idolatría, y luego la fornicación y todos los pecados contra el amor.

Debemos mostrar esto al mundo con nuestra vida. Por supuesto, el amor es el primer y fundamental mandamiento, pero también debemos ser buenos médicos que liberen a la humanidad de las enfermedades espirituales mortales de los vicios y de las estructuras de pecado contrarias a la voluntad de Dios.

Esa es la tarea y el verdadero significado de “caminar juntos”.