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viernes, 26 de septiembre de 2025

P. Zarraute - León XIV: religioso culto, amante de la liturgia y del latín, con lagunas teológicas




DURACIÓN 32:10 MINUTOS

¿Podemos todavía confiar en la justicia canónica? Una reflexión de Specola





Hay una dinámica que se repite con inquietante regularidad en la vida de la Iglesia: la negación de los propios problemas. Se percibe en la propia vida de la Iglesia que el sistema legal parece cada vez más inestable, cada vez más comprometido. «Hemos dedicado tantos años al estudio. ¿Por qué?»

Hoy en día, en la Iglesia, no tiene sentido estudiar derecho. Esperemos que un Papa canonista aborde esta tendencia. Pero quizás solo ahora nos estamos dando cuenta de lo inapropiado que fue nombrar obispos sin competencia legal en el pasado. La justicia canónica, que debería garantizar la transparencia, la protección y la imparcialidad, a menudo se ejerce de forma arbitraria, selectiva, casi caprichosa. Ya no se trata de casos aislados: es una tendencia sistémica que socava la credibilidad de la Iglesia en su propia pretensión de ser guardiana de la verdad y la justicia.

En los últimos años, se ha observado un aumento de casos de condenas pronunciadas sin un juicio adecuado, de procedimientos carentes de pruebas concretas y de decretos punitivos emitidos con total desprecio por el proceso canónico establecido.

Sacerdotes obedientes, a menudo frágiles, son suspendidos o marginados sin siquiera haber tenido la oportunidad de defenderse. Mientras tanto, otros permanecen inexplicablemente impunes, a pesar de haber escandalizado a los fieles durante mucho tiempo. Algunos insultan públicamente, otros asisten a programas de televisión, algunos usan lenguaje vulgar y grosero, algunos publican declaraciones en redes sociales que claman venganza ante Dios, desacreditando a la propia Iglesia. Algunos de estos sacerdotes incluso han sido condenados en tribunales civiles y penales, sin que esto haya afectado en lo más mínimo a sus obispos, quienes están ocupados discutiendo con la sociedad civil y provocando la huida de la mitad del presbiterio de las diócesis a las que lamentablemente fueron enviados. ¿Por qué este trato desigual? ¿Por qué quienes carecen de poder, apoyo y silencio son duramente perseguidos, mientras que quienes usan el púlpito mediático para ofender, difundir noticias falsas y división, y desacreditar a sus hermanos y al propio Papa siguen en libertad? ¿Será acaso porque estos individuos controlan a sus obispos, chantajeándolos con expedientes o amenazas? ¿O más bien, porque el episcopado, en demasiados casos, elige la salida fácil: mostrarse fuerte ante los débiles y débil ante los fuertes?

El derecho canónico pierde credibilidad y ya no es un instrumento de justicia, sino de conveniencia. Ya no es un bastión del derecho, sino un campo de batalla para intereses personales y dinámicas de poder. El derecho canónico, tal como está codificado, ofrece normas claras: juicio justo, posibilidad de defensa, pruebas garantizadas. Pero ¿con qué frecuencia se ignora todo esto? ¿Con qué frecuencia los tribunales eclesiásticos se convierten en lugares donde se ratifican decisiones ya tomadas en los despachos, en las cámaras episcopales o en los pasillos de un dicasterio romano?

San Agustín: «Remota itaque iustitia quid sunt regna nisi magna latrocinia»; sin justicia, ¿qué son los reinos sino grandes bandas de ladrones?. Sin justicia, ¿qué queda de su autoridad moral? Si la Iglesia no garantiza justicia a sus sacerdotes, ¿cómo puede exigir justicia a los estados, gobiernos y los poderosos de la tierra? La justicia canónica, creada para proteger a los débiles y salvaguardar la comunión, se utiliza a menudo para castigar a los obedientes y absolver a los rebeldes.

Esto produce un efecto devastador: una pérdida de fe. Los fieles ya no creen en la justicia de la Iglesia, porque ven con sus propios ojos la discrepancia entre las proclamaciones y la realidad. No se trata de invocar la represión indiscriminada ni de pedir juicios sumarios, al contrario. Se trata de reafirmar un principio fundamental: la justicia debe ser igual para todos. La credibilidad de la justicia canónica no se mide por códigos escritos, sino por hechos concretos. La verdadera reforma no consiste en una nueva ley ni en otro motu proprio, sino en la elección de la valentía y la competencia.

Nos sorprenden los caso de escándalos sacerdotales que pueblan la información, tenemos fresco el escándalo en España protagonizado por un ilustre miembro del cabildo de Toledo.

En Italia es noticia el hermano Bernardino, de 66 años, de la Fraternidad de Menores Renovados, originario de Colombia pero residente en Palermo. Está acusado de agresión sexual contra cinco víctimas, de las cuales solo una era mayor de edad. En 2015, el fraile supuestamente les pidió a las niñas que se desnudaran y cambiaran delante de él. «Nos dijo que era una forma de expresar la libertad de nuestros cuerpos. Nos dio vergüenza, pero lo hicimos rápidamente por vergüenza». Su superior testificó ante el tribunal, relatando la investigación canónica iniciada contra el fraile cuando el asunto salió a la luz en 2014.

Sin justicia, no hay paz, ni dentro ni fuera de la Iglesia. Sin justicia, no hay credibilidad. Sin justicia, la Iglesia se convierte en la caricatura que sus enemigos siempre han denunciado: una institución autorreferencial, capaz de predicar, pero no de vivir lo que predica. ¿Podemos todavía confiar en la justicia canónica?

El futuro de La Sacristía de La Vendée (por el padre Francisco José Delgado) Con fecha 7 de marzo de 2024




Queridos amigos, seguidores y miembros de La Sacristía de La Vendée.


Hace más de tres años a un par de amigos sacerdotes se nos ocurrió comenzar un proyecto que, sin ninguna ambición, pretendía crear algo más o menos nuevo en el mundo católico hispano de Internet: un grupo de sacerdotes católicos hablando con libertad de distintos temas, política, historia, arte, literatura y, claro, Iglesia. Tratando de dar una opinión desde una perspectiva siempre católica y además contrarrevolucionaria.

Siempre pretendimos que fuera algo añadido a nuestro ser y ministerio sacerdotal. Es decir, que siempre estaba por encima el ministerio que se nos había encomendado por parte de nuestros obispos, y después, en nuestro tiempo libre, dedicar algunos ratos a algo que la Iglesia lleva pidiendo mucho tiempo: que haya una presencia católica en lo que algunos han llamado el «sexto continente». Aunque esta iniciativa no surgía de nuestra misión pastoral, es decir, nadie nos había mandado hacerlo, tengo que decir públicamente que yo contaba con el beneplácito explícito de mi obispo. No sólo eso, sino que hasta ahora siempre me ha animado a desarrollar esta tarea, aunque, como algunos se pueden imaginar, no resultaba lo más cómodo para la política diocesana en estos tiempos revueltos.

Como digo, siempre pusimos por delante el ser curas, y en el caso de todos nosotros, curas de pueblo. De ahí que nuestros programas los tuviéramos por las noches, a horas a veces intempestivas. Horas en las que los sacerdotes se dedican a cosas diversas: algunos echan un rato de lectura, otros aprovechan para algún momento más de oración, otros eligen algún otro tipo de descanso… Nosotros decidimos emplear ese tiempo, más o menos libre, a esta tarea. Es necesario entender esto, que para nosotros siempre fue primero la dedicación a la pastoral y sólo quisimos renunciar a nuestro tiempo libre, nunca a la atención a nuestros fieles directos.

Esto es importante, porque nunca quisimos otra cosa que ser curas y, aunque esto escandaliza a muchos de nuestros enemigos, siempre nos hemos presentado como sacerdotes ante las cámaras. Las renuncias directas que hemos tenido que asumir, ustedes las pueden imaginar. La actividad del canal en muchos casos nos ha hecho renunciar a proyectos personales legítimos o a otros gustos que podríamos habernos concedido.

Ustedes han sido testigos de la dimensión que ha tomado este pequeño proyecto. Nosotros seguíamos la estela de otros grandes sacerdotes, que tiempo antes de nosotros y con mucho más alcance, han llenado de fe y piedad los espacios, a veces tan sórdidos del Internet. Algunos nos han acompañado en nuestras tertulias y se lo agradecemos enormemente. Por señalar algunos: el P. Javier Olivera Ravasi, el P. Juan Razo, el P. Jorge González Guadalix, el P. Raúl Sánchez, el P. Santiago Martín o Mons. Isidro Puente Ochoa. Y espero no olvidarme de ninguno. La novedad que podíamos ofrecer nosotros, ante tan magnas figuras sacerdotales, era formar un equipo de sacerdotes en el que pudiéramos complementarnos para ofrecer algo distinto. A este equipo se han incorporado eventualmente más de treinta sacerdotes, a los que también agradecemos su apoyo. Además ha habido sacerdotes que, por distintos motivos, no podían unirse a nuestra tertulia, pero también han estado apoyándonos y ayudándonos de distintas formas.

Nunca pensamos que la cosa pudiera crecer tanto, así que no puedo más que agradecerles a ustedes el apoyo extraordinario que nos han prestado durante estos últimos años. Pero, sobre todo, hemos de dar gracias a Dios por los dones y favores que ha concedido sirviéndose de este pobre e indigno instrumento que ha sido nuestra tertulia. Ustedes nos han hecho llegar sus testimonios de conversión, de fortalecimiento en la fe, de consuelo. Y, a través de esos testimonios, nosotros hemos visto fortalecido nuestro deseo de ser buenos sacerdotes y de estar a la altura de las expectativas que nos manifestaban.

Claro, junto a tantos amigos, también nos hemos ganado unos cuantos enemigos. Enemigos que no han dudado en atacarnos a veces a cara descubierta y otras veces desde la cobardía del anonimato. Lo cierto es que nos habría gustado tener enemigos de más categoría, porque esos te pueden hacer crecer, y no lo seres envidiosos y viles a los que nos hemos tenido que enfrentar. Quizá lo más triste es que hemos tenido que contar como enemigos a algunos que deberíamos haber tenido por hermanos o padres.

Algunos de estos enemigos han obrado con malas artes, pero con buena intención. Han pensado que hacíamos daño a la Iglesia de algún modo, interpretando que nuestra opinión crítica hacia muchas de las cosas que pasan buscaba alejar a los fieles de la Verdad, amargarlos o frenar su camino de santidad. Nunca fue nuestro deseo y creo que, aunque tal cosa pueda haber pasado en algún caso particular, el efecto que hemos producido no ha sido ese en absoluto.

La realidad es que muchísimos católicos están hartos de que tantos pastores y responsables en la Iglesia traicionen la Verdad de Cristo y se entreguen a los gustos del mundo de forma tan servil. Muchos católicos están hartos de no escuchar en la Iglesia más que el catecismo de lo políticamente correcto, y de que se oculten bajo estudiadas ambigüedades las verdades de la fe que nos ha legado la Tradición. Creemos sinceramente que a esos católicos les hemos mostrado que en la Iglesia todavía es posible un mensaje que elija a Cristo antes que el mundo y que no se pliegue a las exigencias de la moderna constitución civil del clero que se nos quiere imponer.

Ante esa situación, muchos cristianos han alzado el grito de guerra vandeano: «queremos nuestros buenos curas». Y nosotros hemos respondido diciendo: «no somos tan buenos, pero intentaremos serlo lo más posible para el servicio de Cristo y de los cristianos».

Otros de nuestros enemigos, además de tambier usar malas artes, han tenido las intenciones perversas de los que no sólo han renunciado a Cristo, sino que buscan por todos los medios que todos renuncien a él. Estos enemigos ciertamente son tan indignos, que nos daría vergüenza que pudieran ganar en esta guerra que hacen a la Iglesia, y nosotros estamos dispuestos a hacerles frente. Lamentablemente, como afirmábamos en el programa de la semana pasada, nosotros mismos hemos sido los que les hemos entregado un arma para poder atacarnos.

Nosotros, a pesar de las informaciones falsas que se han difundido, hemos querido pedir disculpas voluntariamente. Disculpas que reiteramos a todos los amigos a los que hemos defraudado. A la vez nos declaramos inocentes ante los que nos han condenado sin pruebas y sin juicios, basados sólo en la mentira de los que han afirmado que hemos deseado algún tipo de mal al Papa Francisco o que de alguna manera nos hemos apartado de la comunión con él. Todos los que nos siguen saben que esto es mentira, pero la mentira es el arma del diablo, que a la vez es el príncipe de este mundo y, claro, en este falso mundo es en el que vivimos mientras no llegue el verdadero.

Desde el programa de la semana pasada han llegado cientos de correos a nuestros obispos, respondiendo a la petición que les hacíamos a ustedes. No hay palabras para expresar nuestra inmensa gratitud. Algunos nos han hecho llegar sus correos y sus testimonios, que a mí particularmente me han emocionado, a la vez de haberme entristecido por no haber sido capaz de defender mejor esta labor que tanto bien estaba haciendo.

El problema es que los enemigos que el P. Gabriel citaba en el programa pasado, como astutas serpientes, han entendido que habían mordido la presa y no están dispuestos a soltarla. Estos días pasados hemos visto cómo nuestros nombres eran injuriados en televisiones y medios de todo el mundo, siempre bajo la falsa premisa de que nosotros hubiéramos deseado un mal al Papa o que nos apartábamos de él. Además, los que podrían habernos defendido han elegido no hacerlo, sino que más bien se han unido a nuestros acusadores.

La situación es tal que tenemos temores fundados de que, si persistimos en el empeño de resistir, los enemigos puedan al final conseguir su objetivo y apuntarse una presa que no les podemos conceder: nuestro sacerdocio. Comenzaba diciendo que La Sacristía de La Vendée siempre fue algo adicional a nuestro ser sacerdotes y que, por tanto, siempre fue un medio útil, pero no un fin en sí mismo. Creemos que sería una grave imprudencia empeñarnos en salvar un medio de tal forma que lleguemos a sacrificar el fin. Es decir, que estamos dispuestos a darlo todo por Cristo, pero no por un medio opinable y prescindible, por más bueno que sea, como La Sacristía de La Vendée. Dios, en su Providencia dará mucho más fruto sin nosotros, evitando así que nos enorgullezcamos y pensemos que nos corresponde a nosotros una gloria que únicamente es del Él.

Por eso, después de mucha reflexión y por nuestra propia voluntad, queriendo evitar poner a nuestros obispos ante la difícil decisión de conceder la victoria a nuestros enemigos, hemos decidido hacer una retirada estratégica, quizá perdiendo una batalla, pero evitando perder la guerra. Es decir, que nadie se equivoque, nadie nos obliga a nada, como tampoco se nos obligó a pedir disculpas, sino que nosotros damos este paso libremente para que sea aún más evidente que no buscamos sino el bien de la Iglesia, a diferencia de aquellos que nos persiguen.

¿Qué significa esto en la práctica? Que suspendemos todos los programas en nuestros canales de La Sacristía de La Vendée hasta nuevo aviso. Se trata de adelantar la pausa que íbamos a hacer de todas formas para Semana Santa y alargarla por tiempo indefinido hasta que podamos ver que nuestra actividad no pone en peligro lo fundamental, por lo que hemos entregado nuestra vida hace ya muchos años, nuestro sacerdocio.

¿Servirá esto para que nuestros enemigos cesen en la persecución? Es evidente que no, porque ellos sólo quieren el mal y posiblemente nos persigan con más saña. Sin embargo, creemos que nuestro gesto puede hacer que aquellos que tienen el poder de defendernos hagan, por fin, que se imponga la justicia y la verdad, ante tanta maldad y calumnia. Ni que decir tiene que, siguiendo el mandato del Señor, perdonamos de corazón a nuestros enemigos y a los que nos han dado la espalda y rezamos por su conversión.

Como responsable último de este canal créanme que dar este paso me provoca un dolor terrible. Pienso en los bienes espirituales y el consuelo que producía esta «humilde trinchera de Cristo Rey», como le gusta llamarla al P. Gabriel. Pienso en la cantidad de horas de nuestra vida que hemos invertido en ello. Pienso en que algunos no sepan entender nuestra decisión y lo tomen como un mal ejemplo que les haga desfallecer en la lucha. Y esto último es, sin duda, lo que más sentiría.

Por eso les aseguro, poniendo mi palabra en juego, que la lucha católica contrarrevolucionaria no cesa por nuestra parte. Que vamos a seguir dando la batalla a tiempo y a destiempo, pero dentro de la fidelidad a nuestra vocación y a nuestra unión con Cristo, en fidelidad a la Santa Iglesia Católica y a su jefe visible, que ahora es el Papa Francisco, lo mismo que antes fue el Papa Benedicto XVI y, cuando Dios lo decida, lo será el siguiente que reciba el ministerio petrino.

¿Qué pueden hacer ustedes mientras tanto? Bueno, ya saben que hay muchos otros sacerdotes contrarrevolucionarios que seguirán trabajando en las redes para la difusión de la sana doctrina. He citado algunos antes y son mucho más conocidos que nosotros, aparte de más sabios y, con seguridad, más prudentes. Nuestro canal seguirá abierto y los vídeos disponibles. Yo, particularmente, emitiré en mi canal Quaerere Veritatem el comentario a la Suma Teológica y más adelante tal vez vuelva a emitir otros programas formativos como los que realizaba en este canal. Pueden suscribirse o seguirme en mis redes para estar al tanto. El P. Juan Manuel Góngora seguirá activo en sus redes (@patergongora) y desde ahí podrá informar de nuevas iniciativas. El P. Francisco Torres seguirá haciendo sus proyectos, como viene haciendo hasta ahora, en su canal de YouTube y en sus redes. Informaremos cuando el P. Gabriel retome sus programas de historia, y dónde podrán seguirse.

Por último, no dejen de rezar por nosotros. Sobre todo necesitamos eso. La fuerza de la oración y el ayuno es poderosa como para expulsar a los demonios que nos atacan en estos tiempos. Perseveren en el bien y rechacen el mal y tengan con nosotros la misericordia que nos han negado aquellos que han hecho de ese atributo divino un triste truco publicitario.

Por último, quiero pedirles un favor. Muchos me han hecho llegar sus correos electrónicos de apoyo por distintos medios, pero me es imposible reunirlos todos. Les pediría, si lo estiman oportuno, que los reenvíen a testimonios@lasacristiadelavendee.com, contándonos lo que ha supuesto para ustedes este programa y lo que está sucediendo ahora. Nos gustaría mucho tener esos testimonios para no perder de vista cuál es el objetivo y seguir decididos a dar la vida en defensa de la Verdad.

Una palabra de agradecimiento queda para nuestros patrocinadores: GCardio y Miel la Virgen de Extremadura. Ellos han confiado en nosotros y nos han apoyado. Otros mucho nos habían ofrecido apoyo, pero no hemos sido capaces de coordinar a tiempo lo necesario para hacer efectivo esos patrocinios. Gracias a todos.

Para terminar, personalmente quiero dar gracias a mis hermanos Gabriel Calvo Zarraute, Juan Manuel Góngora, Francisco Torres Ruiz, Rodrigo Menéndez Piñar y Roylan Recio. Hemos estado juntos en esta aventura, unidos por nuestra amistad y nuestro sacerdocio. Y deseo que ambas cosas sobrevivan a esta persecución y a las que vendrán más adelante.

Sin más, confiando en la Santísima Virgen María Inmaculada, les vuelvo a agradecer una vez más estar con nosotros, sus oraciones y todo el apoyo que nos brindan.

¡Viva Cristo Rey!

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Cuando un hermano cae: dolor y esperanza de un sacerdote



Hay dolores que no se gritan: se llevan en silencio, como quien sangra por dentro. Uno de los más inexpresables es el de ver a un hermano sacerdote que ha perdido el rumbo de su vocación. No es un dolor teórico ni lejano: a sus hermanos nos toca en la fibra más profunda, porque todos compartimos la misma unción. Desde aquel día en que el Obispo nos impuso las manos y quedamos sellados para siempre, somos una familia. Y cuando uno se extravía, los demás sentimos que algo se rompe dentro de nosotros.

Sin embargo, esta herida no debe llevarnos al escándalo paralizante ni al juicio severo. Si duele a par de muerte, es porque amamos el sacerdocio y porque conocemos lo que está en juego: la salvación de las almas, la fecundidad de la Iglesia, la gloria de Dios, la ilusion del Corazón de Jesús. El pecado de uno no borra la santidad de los demás, ni mucho menos la santidad del sacramento. El presbiterio de esa diócesis es bueno, muy bueno, entregado, silenciosamente heroico. No se avergüenza de llorar por el hermano caído, ni de ofrecer por él sacrificios y horas de adoración.

Nuestro dolor purifica, no es estéril si lo convertimos en oración. Cada lágrima que derramamos por un hermano puede ser ofrecida para que el Señor lo rescate, lo devuelva a casa, lo haga más santo de lo que fue antes de caer. La historia de Pedro, que negó a Cristo y luego fue el primero de los apóstoles, nos recuerda que nadie está perdido si se deja alcanzar por la mirada de Jesús.

La caída de uno de nosotros es un aldabonazo de Dios para revisar nuestra vida, no para mirar al de al lado con sospecha. Es momento de volver al Evangelio, de recordar las exigencias de nuestra vocación y de tener presente la advertencia de Pablo, el gran enamorado: Qui se existimat stare, videat ne cadat! (1Cor 10, 12). O aquel aviso del Aguila de Hipona: «No hay pecado en el mundo que el hombre no pueda cometer si la mano que hizo al hombre dejara de sostenerlo» (S. Agustín, Soliloquio I, 1).

Limpieza transparente

Un sacerdote sin sencillez termina perdiendo el sentido de lo esencial; un sacerdote sin limpieza de vida se vuelve presa fácil del mundo y de sus sombras; un sacerdote sin transparencia acaba por desconectarse de sus hermanos.

La coherencia está en en que nuestro estilo de vida predique más que nuestras homilías. Nuestro celibato, vivido con limpieza de corazón, no es una carga: es la libertad de amar con un corazón indiviso. La transparencia en la mirada, la elegancia en las palabras, el pudor en los gestos, la delicadeza en el trato son el mejor sermón que podemos predicar en un mundo saturado de impureza, de mentira, de hedonismo. No basta con ser castos: hay que ser luminosos, de modo que la gente pueda ver en nosotros a Cristo, el Esposo de la Iglesia.

Lo nuestro es la moderación en las diversiones, el equilibrio en el uso de las redes, el tiempo dedicado a cosas que edifican. Uno de los grandes peligros del sacerdocio es vivir sin guía espiritual. El sacerdote necesita abrir el alma, dejarse acompañar, dejarse corregir: sin alguien experimentado y sobrenatural que lo escuche y lo confronte con la verdad, está expuesto a perder la objetividad de su propia conciencia.

¿Y nuestros viajes? Algunos serán necesarios y sacerdotales, pero otros dispersan, inquietan, mundanizan, desestabilizan interior y exteriormente. Hay un modo de moverse que enriquece, y otro que fatiga el alma y la expone a tentaciones innecesarias. Lo advertía Kempis: «Qui multum peregrinantur, raro sanctificantur» (De imitatione Christi I, 23) También es vital cultivar el gusto por la lectura seria, por el estudio, por el tiempo de silencio, de oración prolongada ante el sagrario, de recogimiento en casa. Un sacerdote que no sabe estar quieto en presencia de Dios termina vacío, devorado por las urgencias.

Herejía del activismo

Así llamó Pío XII a este sutil enemigo que hace que hoy quienes ocupan cargos se vean sometidos a reuniones incesantes que, lejos de nutrir la vida espiritual, la agotan. Son fruto de un semipelagianismo tristemente presente en la Iglesia, que parece confiar más en inacabables y peculiares planes pastorales y en el esfuerzo humano que en la gracia divina. Este asambleísmo de raíz posconciliar, más cercano a una visión protestante y sinodalista que a la concepción jerárquica y sacramental de la Iglesia, ha llevado a multiplicar encuentros, comisiones y reuniones interminables que roban tiempo a la oración, al silencio, a encuentros amigables con otros sacerdotes, a pasatiempos legítimos que esponjen la psiquis y alivien las tensiones, y a verdaderos planes pastorales en contacto con las almas.

Si el sacerdote no defiende su tiempo de oración, de lectura, de descanso, de paseo o deporte, de retiros periódicos…, corre el riesgo de vaciarse interiormente, quedar indefenso frente a las tentaciones, y hasta de enfermarse físicamente, con las consiguientes repercusiones emocionales y relacionales. El activismo sin contemplación y sin la valentía de descansar (como nos dijo en el Año Sacerdotal Benedicto XVI) mata el alma sacerdotal… y a veces también el cuerpo. Es una forma necia y grotesca de dejar de ser lo que somos.

Ademas, la fraternidad sacerdotal sincera es el gran antídoto contra la soledad peligrosa y autosuficiente. Un sacerdote no puede vivir aislado, sin abrirse a sus hermanos. La amistad sacerdotal no es un lujo, sino un deber. Necesitamos compartir, confrontarnos con caridad, corregirnos, reír y llorar juntos. El silencio cómplice mata; la corrección fraterna salva. «Frater qui adiuvatur a fratre, quasi civitas firma» (Prov 19, 19).

¡Gracias, Jesús, por tus sacerdotes!

La caída de uno no oscurece la fidelidad de tantos otros. A pesar de un sacerdote caído, el pueblo de Dios sigue confiando en sus pastores y rezando por ellos, sabiendo que muchos, incomparablemente más, celebran la Santa Misa con devoción, pasan horas en el confesonario, predican la sana doctrina, visitan enfermos, catequizan niños, orientan vocaciones, acompañan matrimonios y familias, escuchan pacientemente a los que sufren, sirven a los pobres. Ellos son la verdadera noticia, el rostro vivo de Cristo en medio de su pueblo.
La luz es más fuerte que las tinieblas, y el bien que hacen tantos sacerdotes supera con creces la herida que pueda provocar el tropiezo de uno solo.

En el momento del dolor, es justo y necesario levantar los ojos y dar gracias: por la generosidad entusiasta de tantos sacerdotes jóvenes, que entregan lo mejor de sí en sus primeros años de ministerio; por la entrega inmolada de tantos sacerdotes enfermos, que ofrecen su sufrimiento en silencio por el bien de la Iglesia; por la sabiduría veterana de tantos sacerdotes ancianos, que, desde la experiencia, siguen enseñando con su ejemplo; por la fidelidad diaria de profesores, capellanes y párrocos, misioneros y monjes, que oran y sostienen la fe en colegios, hospitales, parroquias y conventos; y por los obispos, que, «catholicæ et apostolicæ fidei cultores», en la zarandeada Iglesia de hoy procuran escuchar, guiar, sostener y alentar a sus sacerdotes.

León XIV: «preparar la tierra»

Basta de ese tedioso y campanudo asambleísmo que fatiga y dispersa, inventando más y más reuniones inútiles. Es urgente, hace décadas, volver al fundamento: una sólida formación humana; una educación viril y sincera de los afectos, erradicando la sensiblería y el infantilismo, aceptando humildemente la realidad y las propias limitaciones. Y sobre esa base, indefectible, una vida espiritual fuerte y ordenada, madura y autoexigente, esponjada y feliz.

En su recién aparecida biografía autorizada por él, León XIV dice algo que hoy más que nunca debiera tenerse presente en los seminarios y en la tan cacareada «formación permanente» de los presbiterios:

«Uno de los aspectos que siempre he considerado muy importante y que conduce a una sana formación es empezar con el principio tomista de que la gracia perfecciona la naturaleza. Así que tenemos que preparar la naturaleza, preparar la tierra donde vas a intentar sembrar la semilla, para decir: ¿quiénes son estas personas que están llegando? La dimensión humana es extremadamente importante. Eso significa ayudar a los jóvenes, en primer lugar, a conocerse a sí mismos. Obviamente, el formador tendría que conocerlos hasta cierto punto, pero no tratar de saltar a la espiritualización de «tienes una vocación, reza mucho y entonces Dios te hará un buen sacerdote». Hay que preparar la tierra. Eso no sucede automáticamente todo el tiempo, así que es preciso caminar con estos jóvenes que muestran algún indicio de tener una vocación, para ayudarlos a reconocer quiénes son, cuáles son sus dones y debilidades, a aprender a respetarse unos a otros, a desarrollar un concepto sano de la humanidad, a ser libres. Algunos me han criticado por esto, pero yo no era tan disciplinario, de quitar toda la libertad personal y decir «debes hacer esto», y donde cada minuto del día está altamente reglamentado, porque la gente no crece hacia la libertad de esa manera, crece hacia la conformidad. A menudo, si la persona no está sana en todos los niveles cuando comienza este proceso, forzarla a cumplir ciertas normas [no es lo mejor]. Mucha gente puede hacerlo, pero, luego, cuando salen de la formación y se convierten en sacerdotes o religiosos, las dificultades que quizá ya existían reaparecen y vienen los problemas».

Mujer, ¡ahí tienes a tu hijo!

No hay recetas mágicas ni es posible desarraigar de nosotros la concupiscencia, pero tengamos al menos «vergüenza torera». Debemos ser lo que somos: hombres, sacerdotes y santos. ¡Por ese orden! Nobleza obliga. Primero, reciedumbre y sentido del deber, seriedad y alegría, espíritu de sacrificio y de trabajo, fidelidad a la palabra dada y apertura desinteresada a la amistad, ecuanimidad y vigilante dominio de sí, austeridad sobria y desprendida, capacidad relacional con naturalidad, libertad y hombría en la gestión de los afectos, renunciamiento propio, muerte a los caprichos pueriles y al centrifugado de los problemas reales o imaginarios, sonora carcajada frente al culto al cuerpo y a la hipocondría, olímpico desprecio de las modas, manifestación de la propia identidad en todos los detalles del modo de vestir. Después, o simultáneamente, rezar, rezar, rezar mucho: adoración eucarística silenciosa, sin guitarritas ni testimonios; Santa Misa bien preparada, celebrada y agradecida, sin protagonismo invasivo de la homilía, o sea, «mío»; rezo fiel y puntual del breviario, munus suavissimum del sacerdote, su gozosa y voluntaria «esclavitud» orante por las almas, siete veces al día. Y ayuno, en alguna de sus mil posibilidades. Sólo él hace huir a satanás. Pues, al decir de la Santa, «regalo y oración no se compadecen».

María, Madre de los sacerdotes, nos mantenga fieles hasta el final y alce con su mano al hermano caído, para que un día podamos abrazarlo de nuevo en la alegría de la reconciliación. Que ningún sacerdote del mundo deje de rezar el Santo Rosario ni un solo día de su vida: si somos fieles a esta cita diaria con la Señora, Ella no permitirá que nos perdamos.

El sacerdocio es la mayor gracia que hemos recibido. No es nuestro, es de Cristo, para gloria de la Santísima Trinidad y para el pueblo de Dios. Por eso, aunque el dolor de hoy es inmenso, seguimos de pie, seguimos en guardia, seguimos luchando, alentados por la celestial vencedora de todas las batallas de Dios. La dulzura de esta certidumbre nos consuela y nos enardece: Maria duce!

Mons. Alberto José González Chaves

EL GRITO de los FIELES OLVIDADOS ESTREMECIÓ al PAPA LEÓN XIV



DURACIÓN: 9 MINUTOS

martes, 23 de septiembre de 2025

El testimonio cristiano de Erika Kirk: del dolor al perdón



Duración  del video 29:46 minutos


El discurso de Erika Kirk en el funeral de su esposo, Charlie, se convirtió en mucho más que un homenaje: fue una verdadera confesión de fe, un acto de esperanza y, sobre todo, un testimonio de perdón cristiano que resonó en los corazones de todos los presentes. Lejos de limitarse a la memoria íntima, sus palabras fueron un recordatorio de que la vida cristiana es entrega radical a la voluntad de Dios, incluso en medio del sufrimiento más desgarrador.
La entrega a la voluntad de Dios

Desde el inicio, Erika recordó un momento crucial en la vida de Charlie: aquel discurso improvisado en America Fest 2023 donde citó el versículo de Isaías 6,8: «Aquí estoy, Señor, envíame». Para ella, aquel ofrecimiento no fue una frase al azar, sino un compromiso que Dios tomó en serio y que llevó a plenitud en su vida y en su muerte.

Su reflexión sobre el Padre Nuestro —«Hágase tu voluntad»— no fue teoría abstracta, sino experiencia concreta: en el instante de mayor dolor, al contemplar el cuerpo sin vida de su marido, encontró consuelo en esa oración que resume la confianza absoluta del cristiano en su Señor.
El rostro del esposo y la sonrisa de Dios

Uno de los pasajes más conmovedores de su discurso fue el momento en que describió cómo vio en los labios de Charlie una leve sonrisa aun después de muerto. Aquella expresión, interpretada como un signo de misericordia divina, le confirmó que su esposo no había sufrido, que había pasado de esta vida a la visión beatífica sin temor ni agonía. «Parpadeó y vio a su Salvador en el Paraíso», dijo con la certeza de la fe.

Ese detalle sencillo se transformó en catequesis: la muerte, para quien ha vivido en Cristo, no es derrota ni tragedia definitiva, sino tránsito hacia la vida eterna.
Un fruto inesperado: el despertar de la fe

Lejos de generar violencia, la muerte de Charlie provocó algo que él siempre había deseado: un despertar espiritual en miles de personas. Erika relató cómo en esos días vio a hombres y mujeres abrir una Biblia por primera vez en años, volver a rezar tras décadas de silencio o acudir a misa por primera vez en su vida. Lo que podía haber sido un motivo de odio y revancha se convirtió en semilla de conversión.

Ella misma repitió lo que su marido escribía en su diario: «Cada decisión deja una marca en tu alma». Y la muerte de Charlie fue, paradójicamente, la ocasión para que muchos decidieran volver a Cristo.
El modelo de esposo y esposa cristianos

El homenaje se convirtió también en un retrato del matrimonio cristiano. Erika compartió detalles íntimos de su vida conyugal: las cartas que Charlie le escribía cada sábado, las notas de gratitud por la familia, el empeño por preguntarle siempre cómo podía servirla mejor. Una vida matrimonial en la que el esposo lideraba sirviendo y la esposa acompañaba custodiando el hogar como “lugar sagrado” de descanso y unidad.

Su mensaje fue claro: el matrimonio cristiano es posible, hermoso y fecundo, siempre que se viva según el plan de Dios.
La misión inacabada

Charlie murió joven, pero Erika subrayó que lo hizo sin “asuntos pendientes”. Había gastado su vida en la misión que Dios le encomendó: revivir la fe, rescatar a los jóvenes sin rumbo y devolverles esperanza. Su empeño más intenso estaba dirigido a los “jóvenes perdidos de Occidente”: hombres sin propósito, atrapados en el odio o la apatía.

Y en un giro que heló el corazón de todos, Erika reconoció que incluso el joven que apretó el gatillo era precisamente uno de esos a quienes Charlie quería salvar.
El momento supremo: el perdón

Fue entonces cuando pronunció las palabras que marcaron el clímax de su testimonio: «Ese joven… yo lo perdono».

«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

La referencia directa a Cristo en la cruz no fue mera cita piadosa, sino vivencia real. Erika asumió que el Evangelio no admite atajos: el cristiano no responde al odio con odio, sino con amor, incluso hacia el enemigo. El perdón al asesino de su marido, pronunciado públicamente, es la cima de su discurso y el signo más puro de la victoria de Cristo en medio de la tragedia.
Continuar la misión

Erika no se limitó al recuerdo: anunció su compromiso de seguir el trabajo de Charlie asumiendo la dirección de Turning Point USA. Con la fuerza de su memoria y la convicción de la fe, prometió ampliar el alcance de esa misión, multiplicar los capítulos, congregaciones y espacios de diálogo. Y advirtió: «Ningún asesino nos detendrá».

Su discurso fue también una defensa de la libertad de expresión y de la necesidad del debate frente a la violencia, recordando que el silencio y la censura siempre desembocan en más odio.
Un testimonio cristiano íntegro

Las palabras de Erika Kirk en el funeral de su esposo no fueron un lamento desesperado, sino una proclamación del Evangelio en su forma más radical: confianza en la providencia, fidelidad al matrimonio, fe en la vida eterna, misión evangelizadora y, sobre todo, perdón a los enemigos.

Su mensaje trasciende lo personal y se convierte en ejemplo para todos: el cristiano está llamado a transformar el dolor en ocasión de gracia y el odio en oportunidad de amar. Esa es la victoria de Cristo que brilla con más fuerza cuando parece que todo está perdido.


lunes, 22 de septiembre de 2025

El santo desparpajo




No hay que tener vergüenza en hablar de Dios y de sus cosas. Más bien, lo propio del cristiano es el santo desparpajo del que está a gusto hablando de Dios. Si la Trinidad misma habita en nuestro corazón por la gracia, ¿de qué otra cosa vamos a hablar? De lo que rebosa el corazón habla la boca.

La gente habla con entusiasmo de su equipo de fútbol, de su trabajo o de su salud, es decir, de las cosas que les enorgullecen, les gustan y les interesan. ¿Cómo no vamos a hablar nosotros con mucho más entusiasmo de lo que es nuestra gloria? El que se gloríe, que se gloríe en el Señor, decía San Pablo y lo ponía en práctica hablando de Dios un día sí y otro también.

He conocido a varias personas que tenían en grado extremo este desparpajo para hablar de las cosas de Dios y siempre me han admirado y han avivado mi esperanza. A menudo, además, lo hacen con gracia (tanto sobrenatural como humana), igual que debían de hacerlo San Francisco Javier y el propio San Pablo. O, muy especialmente, Santa Teresa de Jesús, que podría ser la santa patrona del desparpajo en las cosas de Dios. Por algo en todos los conventos de carmelitas descalzas, se pueden leer estos versos en el locutorio: 
“Hermano, una de dos: 
o no hablar, o hablar de Dios,
que en la casa de Teresa, 
esta ciencia se profesa”.
Necesitamos hablar de sobre Dios y el mundo entero necesita escucharlo. Por eso, hablar de las cosas de Dios forma parte del primer mandamiento desde el tiempo de los israelitas: hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas.

Nos pueden avergonzar nuestros pecados o una inconfesable propensión a llevar calcetines blancos con sandalias, por ejemplo, pero nunca hay que avergonzarse de las cosas de Dios. Si alguien se avergüenza de mí y de mi enseñanza, entonces yo me avergonzaré de él cuando venga en mi gloria y en la gloria de mi Padre y de los santos ángeles. Incluso los pecados, una vez perdonados, también pueden servir para que demos gloria a Dios por habernos sacado de ellos.

El santo desparpajo es un don y, por lo tanto, hay que pedirlo con insistencia a Dios. Por si ayuda a algún lector, he escrito una pequeña oración para hacer precisamente eso:
Dame, Señor, el santo desparpajo
para que hable a todos de ti,
con alegría y con su punto de sal,
sin miedo ni respetos humanos,
a tiempo y a destiempo,
en casa y de camino
a los que me escuchen
y a los que no me escuchen.
Haz que arda tu palabra
como fuego en mis entrañas
y que sea tu santo Espíritu
quien hable por mis labios,
de modo que yo disminuya
y seas Tú quien crezca.
Así, cantando tus maravillas,
te anunciaré a las naciones
y proclamaré tu gloria
ante todos los hombres.
Mi Señor del Viernes Santo,
no dejes que, en tu pasión,
me avergüence nunca de ti,
para que Tú tampoco
tengas que avergonzarte de mí
cuando vengas en tu gloria
como Rey victorioso,
con los ángeles y los santos.
Amén.

Bruno Moreno 

Por qué el encuentro de León XIV con el cardenal Sarah es tan importante




Hoy el Papa ha recibido en audiencia al cardenal Robert Sarah, una de las personalidades más singulares y luminosas de la Curia Romana. En él se unen una fe profunda y una serenidad fruto de un camino difícil pero fecundo: desde sus humildes orígenes en un poblado de Guinea, donde los misioneros espiritanos sembraron en su corazón la semilla de Cristo, hasta su arriesgado ministerio como arzobispo de Conakry bajo la presión de un régimen hostil. Aquellas experiencias, vividas con fidelidad y perseverancia, forjaron a un pastor que luego se movería con excelencia en la Curia, pero siempre enraizado en la verdad.

Una rara avis en el Vaticano

Robert Sarah es, sin duda, una rara avis en los pasillos vaticanos. Tiene el carisma contemplativo de un monje trapense, pero también la firmeza necesaria para vivir en medio del ruidoso caos y el cinismo que, desgraciadamente, impregnan a menudo la Curia. Su sola presencia es testimonio de que la fe no es una costumbre ni una teoría abstracta, sino una fuerza real que ilumina e impacta. El simple hecho de pasar un rato con Robert Sarah sirve para comprobar cómo una fe vivida con coherencia y radicalidad no deja indiferente. Son cientos los testimonios que lo han experimentado.

La batalla decisiva: la Santa Misa

El cardenal guineano está convencido de que, antes de cualquier batalla humana, existe una batalla espiritual decisiva: la de la liturgia. Para Sarah, la Santa Misa es la fuente y el culmen de la vida cristiana, el lugar donde se juega el futuro de la Iglesia. Su certeza es clara: si vencemos en esa batalla, los frutos espirituales harán posible afrontar con fuerza y esperanza las demás luchas humanas.

La perseverancia en la doctrina, la coherencia de los obispos, la fidelidad de los cardenales y la fortaleza de los fieles dependen de una fe alimentada por la Eucaristía. Sin una liturgia vivida con reverencia, verdad y amor, no hay renovación ni misión auténtica.

Un mensaje para el Papa

Hoy, probablemente, León XIV ha escuchado de primera mano esa visión de la Iglesia que Sarah ofrece con sencillez y brillantez, convencido hasta tal punto que abruma. No se trata de estrategias humanas ni de ideologías pasajeras, sino de la certeza absoluta de que Dios actúa en los sacramentos, y de que la fidelidad a ellos es la clave de todo lo demás.

Recemos para que este testimonio de fe, fruto de una vida entregada a Cristo, toque también el corazón del Papa y fortalezca su mirada sobre la Iglesia que le ha sido confiada.

domingo, 21 de septiembre de 2025

¿QUÉ PASA CON LA IGLESIA? Nº 85 (Padre Jorge González Guadalix)

 ¿QUÉ PASA CON LA IGLESIA?




1. Alto el fuego en Gaza

2. Ecos de Fiducia supplicans

3. Ojo con los chinos

4. El papa expulsa a un diácono por abusos

5. El vaticano II fue un experimento fallido

6. Lumen. IA católica

7. Austria. Y encima contentos

8. Tres monjas se escapan de una residenciaI

DURACIÓN 33 MINUTOS

sábado, 20 de septiembre de 2025

León XIV: la consolidación de Francisco



Lo que temíamos desde el principio empieza a confirmarse. León XIV no es la ruptura con el pontificado de Francisco, ni mucho menos un regreso a la claridad doctrinal y litúrgica que anhelábamos. Es la consolidación, la digestión, el paso hegeliano que convierte en “normal” lo que ayer todavía era discutido.

Desde el inicio se veía venir: un Papa discreto, con muceta, sin estridencias, con un aire mariano que parece devolver normalidad. Pero debajo de la superficie, el guion está claro: consolidar el terreno conquistado y esperar a la siguiente pantalla. Lo advertíamos: si hubiese salido un Papa idéntico a Francisco en formas, el rechazo habría sido inmediato. Así que nos presentan a un sucesor aparentemente tranquilo, que se refugia en símbolos de continuidad con la tradición, mientras en la entrevista con Elise Ann Allen deja claro que juega con las reglas de la ventana de Overton: nada de retrocesos, calma forzada, pero con el punto de partida de Fiducia supplicans ya asumido.

Y lo dice sin rodeos: eso es lo dado, eso es lo heredado, eso no se toca porque es lo mínimo aceptado. A partir de ahí, todo es esperar. Esperar a que los que resisten envejezcan y desaparezcan. Esperar a que la polarización baje cuando mueran Sarah, Burke, Müller, Schneider. Esperar a que el tiempo allane el camino.

¿Alguien se sorprende? Era evidente. León XIV fue traído a Roma por Bergoglio para ser prefecto de los obispos. Nadie llega a ese puesto sin un aval personalísimo del Papa reinante. Creer que ese hombre, colocado por Francisco en el corazón de la maquinaria de nombramientos episcopales, iba a ser el restaurador era engañarse. Nos pensábamos que se la habíamos colado. La realidad es otra: en el cónclave, a alguien le metieron un gol. Y el gol nos lo metieron a nosotros.

Este Papa habla de unidad, de evitar la polarización. Pero, ¿a costa de qué? Lo que llama “unidad” no es sino domesticación. Una Iglesia que se resigna a vivir con Fiducia supplicans como punto de partida. Una Iglesia en la que los experimentos alemanes y belgas se critican con la boca pequeña, pero se toleran en la práctica. Una Iglesia en la que se cita a Francisco como autoridad, para decir “no haré más de lo que él hizo”… pero también “no desharé nada de lo que él dejó establecido”.

La táctica es transparente: conservar lo conquistado y normalizarlo. Consolidar en silencio, sin estridencias, envolviendo todo en un tono piadoso y mariano. Hegel aplicado a la eclesiología: tesis, antítesis, síntesis. Lo radical de ayer se convierte en lo aceptado de hoy, y el campo queda preparado para la radicalidad de mañana.

Lo grave es que muchos, quizá demasiados, querían autoengañarse. Se agarraban al gesto de la muceta, al rosario en la mano, a la frase piadosa. Pero la entrevista lo desnuda: León XIV es continuidad pura, sin retrocesos, sin desandar nada. No hay marcha atrás.

Por eso, este pontificado no será un paréntesis, sino el paso lógico en la domesticación de la Iglesia. No es el hacha que arranca de cuajo la tradición, pero sí el cemento que fija el corte ya hecho. Y lo más doloroso es reconocer que lo sabíamos. Que la evidencia estaba ahí. Que no hay traición, sino ingenuidad de nuestra parte.

El cónclave no nos dio un Papa que “no sería tan malo”. El cónclave nos dio la continuación de Francisco, disfrazada de calma. Y ahora lo único claro es que estamos en la siguiente fase del plan.

 Carlos Balén

NOTA: Tengo la esperanza de que el autor de este artículo esté equivocado. Porque el problema es grave. Es de gran interés leer el artículo de Bruno Moreno de Infocatólica, titulado ¿En un futuro próximo?

El Papa León no aprobará la Homosexualidad, de momento | P. Santiago Martín | Act. Com. (19-09-25)



DURACIÓN 14:14 MINUTOS

¿En un futuro próximo? (Bruno Moreno)




Si algo nos enseñó el pontificado anterior es que lo que es verdad sigue siéndolo, lo niegue quien lo niegue, y lo que es falso sigue siendo falso, lo defienda quien lo defienda. Aunque sea un sacerdote. Aunque sea un obispo. Aunque sea un papa. No podemos dejarnos arrastrar de nuevo al error de pensar que, si un papa dice algo contra la doctrina de la Iglesia, de algún modo lo que dice está bien porque es el papa. Ese tipo de razonamiento sectario no tiene nada de católico. De hecho, lo católico es lo contrario: el papa tiene el deber de preservar y defender la fe que ha recibido y que proviene de Cristo a través de los apóstoles y no tiene ningún poder para cambiarla.

El presente pontificado ha despertado grandes esperanzas en muchos católicos que habían observado con creciente preocupación las innovaciones ajenas a la fe de la Iglesia del pontificado del Papa Francisco. No cabe duda de que el Papa León XIV tiene un estilo diferente, menos polémico y más conciliador, que, por contraste, ha sido como un bálsamo para los que estábamos cansados de los continuos sobresaltos de la etapa precedente.

El estilo, sin embargo, es lo de menos. Lo que importa es la sustancia y, poco a poco, el Papa León XIV parece estar mostrando que, en cuanto a la sustancia, coincide en buena parte con su predecesor (dentro de la dificultad de coincidir con alguien que era capaz de afirmar una cosa y al día siguiente la contraria sin ningún problema).

Doctrinalmente hablando, lo más grave del pontificado del Papa Francisco fue la idea de que la doctrina de la Iglesia podía cambiar, ya fuera directamente o indirectamente con la excusa del “enfoque pastoral", de la “sinodalidad” o la simple confusión característica de todo el pontificado. Así, se cambió lo que decía el Catecismo sobre la pena de muerte (para hacerlo más confuso en vez de más claro), se hicieron declaraciones en varias ocasiones contrarias a la doctrina católica sobre la guerra justa, se negó indirectamente la indisolubilidad del matrimonio (al permitir comulgar a los adúlteros sin arrepentimiento ni propósito de la enmienda), se afirmó que Dios quiere a veces que pequemos y que no siempre da la gracia necesaria para no pecar, se permitió bendecir las parejas del mismo sexo pero no su unión (como si eso significara algo) y también que esas bendiciones se consideraran buenas en algunas diócesis y una barbaridad en otras, se afirmó que todas las religiones eran “una riqueza” querida por Dios o que para ser santo solo había que ser fiel a las propias creencias, fueran las que fueran, y un largo etcétera.

Todos estos cambios y otros que se preparaban y no llegaron a formularse planteaban un problema fundamental: si la doctrina de la Iglesia puede cambiar, es que era errónea y, si la anterior era errónea, ¿por qué tiene que creerse nadie la nueva? Era la consecuencia de pasar de la inmutable Revelación de Dios que hay que preservar como un tesoro a una especie de política de partido, siempre cambiante pero que debe defenderse en cada momento. Es muy difícil imaginar algo menos católico.

Por desgracia, el papa León parece estar de acuerdo con esta forma de entender la enseñanza de la Iglesia, según indicó en una entrevista con la periodista Elise Ann Allen, de la revista norteamericana Crux. En ella, el pontífice afirmó, entre otras cosas bastante cuestionables, que “me parece muy poco probable, al menos en un futuro próximo, que la doctrina de la Iglesia respecto a lo que enseña sobre la sexualidad y sobre el matrimonio” vaya a cambiar.

Si lo publicado por Crux es correcto (y no parece que no lo sea, porque el Vaticano no lo ha corregido), con eso está dicho todo y no hace falta más. A confesión de parte, relevo de pruebas. Si el propio Papa admite que es posible que la Iglesia cambie su doctrina sobre la sexualidad y el matrimonio, eso significa que no considera que sea verdad, porque la verdad no cambia.

En ese sentido, da igual que afirme que él no la va a cambiar, porque lo verdaderamente grave es que piense y afirme que puede cambiarse. A fin de cuentas, si puede cambiarse, antes o después se cambiará (y por supuesto, se cambiará en la dirección que pide el mundo, que es a donde lleva la corriente). Las opiniones cambian, solo la verdad es inmutable.

Esto no solo es erróneo, sino que además es lo contrario del papel que tiene el Papa en la Iglesia. El Concilio Vaticano I lo enseñó con absoluta claridad: “Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe” (Constitución dogmática Pastor Aeternus). También el Concilio Vaticano II dice lo mismo en múltiples lugares: “Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las generaciones” (Dei Verbum 7).

Dios quiera que haya sido una forma desafortunada de expresarse en la entrevista (y, si es así, debería ser corregida públicamente y cuanto antes al tratarse de una cuestión gravísima). En cualquier caso, si el Papa León, aparentemente y según sus propias palabras, vacila y no quiere actuar como Pedro, entonces nuestra obligación es decirle, con todo el respeto y el cariño del mundo, que se equivoca, mientras seguimos rezando para que el Espíritu Santo le ilumine.

Bruno Moreno

viernes, 19 de septiembre de 2025

Coalición católica pide rechazar el lobby que impulsa uniones homosexuales y que se revoque Fiducia supplicans




El pasado 15 de septiembre, día de Nuestra Señora de los Dolores, una coalición de 25 asociaciones católicas, presentó al Papa León XIV una apelación filial pidiéndole que confirme con absoluta claridad la enseñanza perenne de la Iglesia sobre el matrimonio y la moral sexual frente a la presión de un “poderoso lobby” que busca legitimar las uniones entre personas del mismo sexo. Los firmantes están inspirados en el pensador brasileño Plinio Corrêa de Oliveira, fundador del movimiento Tradición, Familia y Propiedad (TFP)

Peticiones concretas

- Reafirmar el magisterio perenne de la Iglesia sobre los actos homosexuales, rechazando explícitamente las propuestas de alterar el Catecismo de la Iglesia Católica y sosteniendo la Sagrada Escritura.

- Revocar la declaración Fiducia supplicans de 2023, sobre las bendiciones a parejas del mismo sexo, y reafirmar la prohibición vaticana de 2021 respecto a tales bendiciones.

- Anular el rescripto de 2017 del papa Francisco, que otorgó especial peso magisterial a la interpretación de los obispos argentinos de Amoris laetitia, permitiendo la Comunión para algunos divorciados vueltos a casar civilmente.

Una súplica filial y aprensiva a Su Santidad el Papa León XIV

Santísimo Padre,

A la luz de sus recientes y auspiciosas declaraciones en defensa de la familia y de la coherencia que los católicos deben mantener en la vida pública al sostener los principios de la Fe, las asociaciones firmantes —herederas del pensamiento y de la acción del gran líder católico brasileño Plinio Corrêa de Oliveira— se dirigen filialmente a Vuestra Santidad para expresar sus aprensiones sobre el futuro de la familia.

En 2015, nos dirigimos al papa Francisco entre los dos Sínodos sobre la Familia para denunciar la alianza de influyentes organizaciones, fuerzas políticas y medios de comunicación que promovían la llamada ideología de género. Esta ideología servía como un sello de aprobación de una revolución sexual que favorece costumbres contrarias a la ley natural y divina. Más grave aún, señalamos la confusión generalizada entre los católicos, “surgida de la posibilidad de que se hubiera abierto una brecha en la Iglesia que aceptaría el adulterio —al permitir a los divorciados y luego vueltos a casar civilmente recibir la Sagrada Comunión— y prácticamente aceptaría incluso las uniones homosexuales”. Como resultado, pedimos al papa Francisco “aclarar la creciente confusión entre los fieles” y evitar “que la misma enseñanza de Jesucristo fuera diluida”.

Con el apoyo de otras entidades de la coalición titulada Supplica Filiale al Papa Francesco sul futuro della Famiglia (“Súplica filial a Su Santidad el Papa Francisco sobre el futuro de la familia”), recogimos 858.202 firmas. Estas fueron entregadas a la Santa Sede en la mañana del 29 de septiembre de 2015, casi exactamente hace diez años.

Entre los signatarios de aquella Súplica Filial se encontraban 211 prelados (cardenales, arzobispos y obispos), un gran número de sacerdotes y religiosos, y numerosos laicos renombrados en Occidente y en otras partes del mundo. En su discurso durante el coloquio titulado Iglesia Católica: ¿A dónde vas?, celebrado en Roma el 7 de abril de 2018, el cardenal Walter Brandmüller mencionó nuestra petición como una de las manifestaciones más evidentes del consensus fidei fidelium, que ejerce un papel inmunizador para preservar a la Iglesia del error.

Con gran dolor en nuestros corazones, debemos señalar que, lejos de responder a esta justa petición del rebaño, su predecesor en la Sede de Pedro agravó aún más la situación. Por un lado, al admitir abusivamente a los divorciados vueltos a casar civilmente a la Comunión eucarística mediante la nota al pie 351 de Amoris laetitia y al conceder aprobación pontificia a su interpretación por parte de los obispos de la Región Pastoral de Buenos Aires, Argentina. Por otro lado, mediante declaraciones y gestos que legitimaron las uniones civiles homosexuales, culminando en las “bendiciones pastorales” autorizadas en la declaración Fiducia supplicans del 18 de diciembre de 2023, firmada por el prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.

Desde entonces, la situación ha seguido empeorando, especialmente en lo referente a la aceptación de las relaciones homosexuales. Ha habido una proliferación de declaraciones de altos prelados que llaman a actualizar la enseñanza de la Iglesia. Esto incluye cambiar párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica que afirman que la inclinación homosexual es “objetivamente desordenada”, que los actos homosexuales son “intrínsecamente desordenados” y que la Sagrada Escritura los presenta como “actos de grave depravación”.

Aunque empleando un lenguaje aparentemente moderado, algunos prelados y teólogos ya exigen descartar los llamados prejuicios moralistas “historicizando” situaciones, actualizando el lenguaje de dos mil años de la Iglesia y adaptándolo a los tiempos presentes. Esta es la postura, por ejemplo, de personajes como Mons. Francesco Savino, vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el arzobispo francés Hervé Giraud y el cardenal Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo. Este último ha llegado al extremo de decir que la enseñanza católica sobre la homosexualidad “es incorrecta”, puesto que su base sociológica y científica ya no sería válida.

Asimismo, la hermana Jeannine Gramick y el padre James Martin desean eliminar la expresión “intrínsecamente desordenada” y proponen formulaciones alternativas que tienden a hacer admisible lo que no es ni puede ser aceptado. El Camino Sinodal Alemán hace lo mismo al pedir una revisión del Catecismo para adaptarlo a la “ciencia humana”, lo que equivale a decir que el mundo moderno tiene más autoridad que Dios.

Desafortunadamente, algunos van incluso más lejos, pidiendo no solo un cambio de palabras, sino de la propia práctica de la enseñanza moral de la Iglesia. Por ejemplo, el cardenal Robert W. McElroy niega que los pecados sexuales sean graves, lo que allana el camino para la legitimación y normalización de la impureza. Afirma también que la “inclusión radical” de homosexuales practicantes debe ser sacramental, en otras palabras, que un estilo de vida objetivamente contrario al mandamiento divino no constituiría un obstáculo para recibir la absolución y la Sagrada Eucaristía.

Después de afirmar que la enseñanza católica es “sólida y buena”, el cardenal Timothy Radcliffe la diluye diciendo que debe entenderse con “matices”. Indirectamente reiteró lo que ya dijo antes en el Pilling Report, a saber, que las relaciones homosexuales podrían entenderse en clave eucarística, como una imagen del “don de sí mismo de Cristo” en la Sagrada Comunión. El teólogo austriaco padre Ewald Volgger insiste en la misma línea de pensamiento al decir que las uniones homosexuales son una imagen de la solicitud divina por los hombres, lo que justificaría bendecirlas. El teólogo suizo Daniel Bogner socava directamente el sacramento del matrimonio al afirmar que necesita ser comprendido de nuevo, liberándolo de su “caparazón de perfección”, para no discriminar a las uniones irregulares y homosexuales. Argumenta que es necesario acabar con la “fijación rígida en el sexo biológico y en la heterosexualidad necesaria de los esposos”, ya que “la fertilidad no debe entenderse exclusivamente en términos de reproducción biológica”.

Dado todo esto, Santísimo Padre, no podemos menos que concluir que, bajo el pretexto de la misericordia y la adaptación a la ciencia, algunas fuerzas se esfuerzan por reinventar la fe católica conforme a las pasiones mundanas, haciéndola irreconocible.

En este contexto de ofensiva abierta para imponer la aceptación de las uniones homosexuales, resultó particularmente chocante ver que, bajo el pretexto de obtener indulgencias jubilares, se ofreció gran visibilidad a grupos que profesan abiertamente tales errores. Se les permitió entrar en procesión en la Basílica de San Pedro, portando una cruz arcoíris. Más grave aún, esta “marcha del orgullo homosexual” fue precedida por una audiencia concedida al padre Martin, quien después atribuyó a Vuestra Santidad palabras de aliento para su activismo en favor del movimiento L.G.B.T. Del mismo modo, Mons. Francesco Savino, al final de su homilía en la Iglesia del Gesù, declaró que Vuestra Santidad le había dicho: “Ve y celebra el Jubileo organizado por Jonathan’s Tent y otras organizaciones que cuidan de [tus hermanos y hermanas homosexuales]”.

Somos conscientes de que algunos de estos acontecimientos escandalosos (y otros aún en agenda) fueron organizados por organismos de la Santa Sede durante el pontificado anterior, y que Vuestra Santidad, tal vez en el deseo de asegurar la unidad de la Iglesia, aparentemente quiere cambiar gradualmente la orientación de la Curia Romana. Sin embargo, si bien es legítimo ceder en puntos secundarios por el bien de la unidad, no parece legítimo hacerlo cuando se sacrifica la verdad. Como enseña San Agustín: “Hacer la verdad no consiste solo en decir lo que es verdadero, sino también en practicarlo delante de muchos testigos”.

Una gran esperanza surgió en el corazón de millones de católicos cuando, durante el Jubileo de las Familias, Vuestra Santidad citó la encíclica Humanae vitae y afirmó: “El matrimonio no es un ideal, sino la medida del verdadero amor entre un hombre y una mujer”. Esta afirmación resonó con su discurso al Cuerpo Diplomático, en el cual reiteró que la familia está “fundada en la unión estable entre un hombre y una mujer”. Sin embargo, esa esperanza se convierte en alarma al temer que, como en el pontificado anterior, las actitudes pastorales concretas sigan desmintiendo en la práctica lo que se enseña en la teoría.

Este temor nos lleva a renovar la petición que hicimos en nuestra Súplica Filial de 2015 al papa Francisco:

“Verdaderamente, en estas circunstancias, una palabra de Vuestra Santidad es la única manera de aclarar la creciente confusión entre los fieles. Evitaría que la misma enseñanza de Jesucristo fuera diluida y disiparía la oscuridad que se cierne sobre el futuro de nuestros hijos si esa luz dejara de guiar sus pasos.

Santo Padre, le imploramos que diga esa palabra. Lo hacemos con un corazón devoto a todo lo que Usted es y representa. Lo hacemos con la certeza de que su palabra nunca separará la práctica pastoral de la enseñanza legada por Jesucristo y sus vicarios —pues eso solo añadiría a la confusión. En efecto, Jesús nos enseñó muy claramente que debe haber coherencia entre vida y verdad (cf. Jn 14,6-7); y también nos advirtió que la única manera de no caer es practicar su doctrina (cf. Mt 7,24-27).”

Con audacia y respeto añadimos dos peticiones específicas que dejarían clara la realineación de la práctica con la enseñanza tradicional de la Iglesia:

Suplicamos que anule el rescripto del 5 de junio de 2017 de Francisco, que confirió especial valor magisterial a la interpretación heterodoxa de las ambigüedades de Amoris laetitia, y que reitere claramente que los divorciados y vueltos a casar civilmente que viven more uxorio no pueden recibir la absolución sacramental ni, como pecadores públicos, la Sagrada Comunión.

Le imploramos que revoque la declaración Fiducia supplicans y reafirme la prohibición de otorgar cualquier bendición a parejas homosexuales, como lo estableció el Responsum de la Congregación para la Doctrina de la Fe del 22 de febrero de 2021, sobre un dubium acerca de las bendiciones a parejas del mismo sexo.

Implorando su bendición apostólica, le aseguramos nuestras oraciones a Nuestra Señora del Buen Consejo y a San Agustín. Que ellos iluminen a Vuestra Santidad en este delicado comienzo de su pontificado, en el que se encuentra involuntariamente confrontado con una difícil herencia de confusión y división.

15 de septiembre de 2025 — Fiesta litúrgica de Nuestra Señora de los Dolores