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jueves, 2 de octubre de 2025

Me temo que hay que (empezar a) preocuparse





La elección del Papa León XIV fue una gran alegría para muchos, que estábamos cansados del tormentoso pontificado anterior. Parecía inaugurarse una nueva etapa en la que se acabarían los constantes sobresaltos, las arbitrariedades, el desprecio de la moral y la doctrina de la Iglesia y la proliferación en altos cargos de personajes que, en otras épocas, no habrían pasado de porteros de convento o sacristanes. El Pontífice recién elegido, tan amable, educado y cuidadoso en las formas, era un símbolo de que, de nuevo, la Iglesia se dedicaría a lo suyo, a ser Iglesia y a enseñar la fe católica y la salvación en el Señor Jesucristo, en lugar de a intentar superar al mundo en mundanidad. ¿Cómo no alegrarse?

La discreción de León XIV, que habló poco durante los primeros cien días de pontificado, permitió mantener estas esperanzas de cambio y renovación. Esa situación idílica duró lo que duró, pero en algún momento tenía que acabar. Por desgracia, tras el verano, cuando ha empezado a hablar y actuar más, el idilio se ha enfriado y, a una velocidad inquietante, han comenzado a surgir significativas razones para preocuparse.

Ya al principio mismo del pontificado señalamos alguna disonancia, como la afirmación de que el “verdadero milagro” de la multiplicación de los panes y los peces del evangelio era el compartir. Dentro de su gravedad objetiva, aún podían atribuirse, sin embargo, a una forma desafortunada de expresarse, comprensible quizá en alguien que no estaba acostumbrado aún a su nuevo cargo. El problema con esta interpretación reside en que, a medida que el pontífice se ha ido acostumbrando a ser Papa, esas afirmaciones desafortunadas o directamente erróneas han ido aumentando en lugar de disminuir.

No hace mucho, León XIV habló en un discurso de la “fe de Jesús”, algo que es contrario a la doctrina de la Iglesia, porque nunca en la Escritura se habla de esa fe y porque el hecho de que Cristo, como Dios verdadero, tuviera la visión beatífica ya en la tierra excluye la posibilidad de la fe. Después, en relación con la guerra de Ucrania, afirmó: “creo firmemente que no podemos perder la esperanza, nunca. Tengo grandes esperanzas en la naturaleza humana”. No hace falta saber mucha teología para darse cuenta de que esto es una afirmación netamente pelagiana. La esperanza del cristiano no está puesta en la naturaleza humana, ni en las buenas intenciones ni en nada parecido, sino en Dios. Resulta, además, muy llamativo caer en ese error de poner la esperanza en la naturaleza humana precisamente en la época en que la gente es más abiertamente anticristiana e inmoral.

En cuanto a la fascinación por temas que distraen fundamental de la tarea de la Iglesia, León XIV ha mostrado ya su militante ecologismo, criticando duramente a los que “han elegido mofarse de los indicios cada vez más evidentes del cambio climático, ridiculizar a los que hablan del calentamiento global e incluso culpar a los pobres precisamente de aquello que más les afecta”. Después, de forma enigmática (y, si somos sinceros y con todo el respeto, bastante ridícula), ha bendecido un trozo de hielo o le ha impuesto las manos o no se sabe muy bien qué ni para qué ni por qué.

Es muy difícil no asombrarse de que un pontífice no se dé cuenta de que su misión no es defender el cambio climático, que es una cuestión científica y no teológica. Especialmente cuando, como suele suceder a los eclesiásticos, no se ha enterado de que el “calentamiento global” ya está pasado de moda (después de décadas y décadas en que no se han cumplido nunca las predicciones catastrofistas al respecto) y ahora solo hay que hablar de “cambio climático", que es algo más vago y vale igual para un roto que para un descosido. En fin, al menos Schwarzenegger le ha llamado por ello un “héroe de acción”.

No podía faltar el irenismo religioso al que ya estamos, por desgracia, acostumbrados. En sus intenciones de oración, León XIV ha puesto una vez más al mismo nivel a las “distintas tradiciones religiosas […] más allá de las diferencias” (como si la misión de la Iglesia no fuera, precisamente, anunciar la diferencia esencial entre el catolicismo y las religiones que no pueden salvar) y hablando de la hermandad entre las religiones (como si la verdadera fraternidad no fuera la fraternidad en Cristo). Afirmó, además que las religiones deben ser “vividas como puentes y profecía”, olvidando que Cristo es el único puente entre Dios y los hombres y que las religiones no cristianas son errores mezclados con algunas verdades, pero en ningún caso profecías (es decir, palabras dadas en nombre de Dios).

Una de las cosas más graves ha sido su reafirmación de Fiducia supplicans, el documento del Papa Francisco que permitía bendecir a las parejas del mismo sexo, como si no fuera un despropósito bendecir lo que es moralmente malo. En la misma entrevista afirmó, entre otras cosas bastante cuestionables, que “me parece muy poco probable, al menos en un futuro próximo, que la doctrina de la Iglesia respecto a lo que enseña sobre la sexualidad y sobre el matrimonio” vaya a cambiar. Esto es gravísimo, porque si el propio Papa admite que es posible que la Iglesia cambie su doctrina sobre la sexualidad y el matrimonio, eso significa que no considera que sea verdad, porque la verdad no cambia. A eso se une que a una heterodoxa organizacion pro-LGBT el Vaticano le ha permitido participar oficialmente en el jubileo, con banderas del arcoiris, lemas anticatólicos, una cruz también arcoirisada y una Misa solemne en el Gesù, celebrada por el vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana, en la que se intentó normalizar las relaciones del mismo sexo.

La gota que ha colmado el vaso para muchos, sin embargo, ha sido su asombroso apoyo a que se otorgase el premio a “los logros de toda una vida” a un senador norteamericano abortista y favorable al “matrimonio” del mismo sexo. Por si eso fuera poco, el pontífice ha pretendido fundamentar ese apoyo en que “alguien que dice que está en contra del aborto, pero está a favor de la pena de muerte, no es realmente provida”. De nuevo, no hace falta ser un teólogo para saber que el aborto es provocar la muerte a un inocente y, por lo tanto, es intrínsecamente inmoral y siempre malo. En cambio, la pena de muerte es un castigo lícito a alguien culpable de graves delitos y, por lo tanto, se puede aplicar o no en algunas ocasiones, de modo que un católico puede perfectamente estar a favor de la pena de muerte. No hay comparación posible entre ambas cosas y un Papa debería saberlo.

El sentido común nos dice que una o dos de estas cosas podrían achacarse a formas desafortunadas de expresarse, pero, en conjunto, resultan muy preocupantes. Algunos católicos, escamados por el pontificado anterior, ya se preocupaban desde el principio de este pontificado, temiendo que el nuevo Papa fuera a continuar los errores del anterior. Otros prefirieron aguardar a ver qué hacía y decía León XIV, dándole no solo el beneficio de la duda, sino el cariño y respeto que todo católico debe al Papa. Lo que ha ido sucediendo después parece decantar la balanza en dirección a la preocupación.

Es indudable que León XIV aventaja humanamente hablando a su predecesor y que le son ajenos los malos modos, los insultos, la imprudencia constante, la arbitrariedad, la dureza extrema con los enemigos y el desprecio por el derecho canónico. También es indudable que tiene en su haber muchas cosas buenas, como el enfoque más cristocéntrico de sus homilías, su amor por San Agustín, la conciencia de la importancia de la solemnidad y las buenas formas en la Iglesia o el sincero deseo de preservar la unidad eclesial. Asimismo, parece estar dispuesto a remediar algunas injusticias del pontificado anterior, por ejemplo, relajando las restricciones contra los amantes de la liturgia antigua.

Nada de eso importará, sin embargo, si falla en lo propio de un papa, que es confirmar en la fe a los católicos y proclamar esa fe a los que no la conocen. La ortodoxia doctrinal no es una simple ventaja en un Papa, sino que es esencial. Los católicos no deseamos otra cosa que obedecer al Papa, tenerle cariño y aprender de su doctrina, pero para ello tiene que ser fiel a su misión. Santo Tomás enseñaba que “toda verdad, la diga quien la diga, viene del Espíritu Santo”, pero eso supone que todo error, lo diga quien lo diga, no viene del Espíritu Santo.

Es más, en el caso de León XVI los errores doctrinales y morales serían mucho más dañinos, al presentarlos con una cara amable y educada, lo que los haría menos evidentes y, por lo tanto, más difíciles de combatir. Como decía Chesterton, “a menudo, conservador solo significa alguien que conserva revoluciones”. Si el Papa León XIV pretendiera conservar o continuar, a su modo más educado y simpático, la revolución doctrinal y moral fomentada por el Papa Francisco, los católicos, sintiéndolo mucho, tendríamos que resistirnos a ese intento, porque nadie tiene autoridad alguna contra la fe y la moral de la Iglesia, ni siquiera el Papa.

Recemos mucho por León XIV, para que el Espíritu Santo le ilumine y pueda cumplir con gozo su misión de confirmarnos en la fe.

Bruno Moreno

miércoles, 1 de octubre de 2025

Santo Padre, de lo que no puede hablar, mejor es callar



La historia es conocida y decepcionante. El cardenal Blaise Cupich, arzobispo de Chicago, decidió otorgar una medalla, algo muy típico de los yankees, al senador Richard Durbin como un «premio al logro» por su trabajo en torno a la política de inmigración (es decir, por su anti-trumpismo), a pesar del récord de votación proaborto que ostentaba el tal senador. Varios obispos estadounidenses condenaron los planes del cardenal: la Iglesia no puede premiar a alguien que abiertamente es favorable al asesinato de niños.

Finalmente, ayer nos enteramos que el Durbin declinó el honor que se le concedía, motivado seguramente por la ruidosa oposición que encontró dentro de la iglesia estadounidense.

La cuestión es que el Papa León, entrevistado por varios periodistas a la salida de su residencia de Castelgandolfo, breve e improvisadamente, dijo: «Entiendo la dificultad y las tensiones. Pero creo que como yo mismo he hablado en el pasado, es importante mirar muchos temas relacionados con las enseñanzas de la Iglesia. Alguien que dice que estoy en contra del aborto pero está a favor de la pena de muerte no es realmente provida. Alguien que diga que estoy en contra del aborto pero estoy de acuerdo con el trato inhumano a los inmigrantes en los Estados Unidos, no sé si eso es pro-vida. Así que son problemas muy complejos y no sé si alguien tiene toda la verdad sobre ellos. Así que son temas muy complejos y no sé si alguien tiene toda la verdad sobre ellos, pero pediría ante todo que tuvieran respeto los unos por los otros y que busquemos juntos, tanto como seres humanos y en ese caso como ciudadanos estadounidenses y ciudadanos del estado de Illinois, así como católicos, decir que necesitamos estar cerca de todos estos temas éticos. Y encontrar el camino adelante como Iglesia. La enseñanza de la Iglesia sobre cada uno de estos temas es muy clara«.

No vale entrar a analizar los argumentos que da el pontífice sencillamente porque no existen. Y lo que dijo no hace más que demostrar lo que decíamos la semana pasada: Robert Prevost recibió una teología pésima, en el peor momento de la iglesia posconciliar y aprendida en uno de los peores lugares que puede uno imaginarse. Por eso decíamos que no pueden pedirse peras al olmos

Afirmar que «no sé si alguien tiene toda la verdad sobre ellos» muestra una ignorancia supina en teología básica: toda la verdad sobre todos los temas la tiene Jesucristo cuyo intérprete es la Iglesia. Lo curioso es que dice efectivamente que «La enseñanza de la Iglesia sobre cada uno de estos temas es muy clara», pero pareciera que es él quien no tiene clara la enseñanza de la Iglesia. La idea de ausencia de una verdad absoluta y definitiva lleva a estas dudas en el ámbito del bien moral y por tanto la religión queda relegada a una experiencia subjetiva donde lo único importante es eso que también pide el Papa en las mismas declaraciones de ayer: «ante todo que se respeten unos a otros y que busquen juntos el camino». Desvincular la comunión de la verdad y de la fe compartida y llevarla al terreno del respeto y la tolerancia mutua, porque todos podemos tener ideas distintas de lo que es un aborto. En definitiva, lo importante de la fe termina siendo que nos respetemos y sepamos convivir.

Yo insisto en que León XIV es un hombre de buena voluntad, y que estos gruesos errores se deben a su ignancia de la teología católica. Eso no debería ser un gran problema; a lo largo de la historia de la Iglesia encontramos muchos ejemplos de Papas que no sabían teología, pero estos Papas no hablaban sino por sus documentos. Y si hablaban improvisadamente, como hizo ayer León, lo hacían para un grupo reducido de personas y allí terminaba la cuestión. Hoy, en cambio, a los Papas se les da por hablar en cuanto ven un micrófono enfrente y lo escuchan millones de personas y, por eso mismo, pueden meter gravemente la pata, como ocurrió en esta ocasión.

Me permito entonces, con humildad filial, dirigirme al Papa León y suplicarle que no hable improvisadamente. Por algo la Iglesia dispuso que existiese en la corte papal el «Maestro del Sacro Palacio», hoy llamado «Teólogo de la Casa Pontificia», siempre un dominico cuyas funciones son asesorar doctrinal y confidencialmente al Papa en temas de fe, moral y magisterio y participar en la censura teológica de libros y documentos vaticanos.

Wanderer

lunes, 29 de septiembre de 2025

La entrevista a León XIV





No me acostumbro a que los Papas den entrevistas; preferirían que evitaran este género, y sólo espero que León XIV no le agarre el gustito y terminemos con una entrevista semanal como en el caso del Difunto. Pero dado que ya tenemos una emanación pontificia de este tipo, veamos qué podemos decir al respecto.

I. El Papa es católico

En primer lugar, y como dije en el artículo anterior, resulta claro que el Papa es católico: “Yo creo firmemente en Jesucristo y esa es mi prioridad, porque soy el obispo de Roma y sucesor de Pedro, y el papa necesita ayudar a la gente a entender, especialmente a los cristianos, a los católicos, que esto es lo que somos. […] Pero no tengo miedo de decir que creo en Jesucristo y que murió en la cruz y resucitó de entre los muertos, y que juntos estamos llamados a compartir ese mensaje”. Ya sé que nos está repitiendo los rudimentos del catecismo, pero venimos de la experiencia de Francisco que no solamente nunca dijo esto, sino que dijo, o dio a entender, más bien lo contrario. León XIII es católico y, a diferencia de su predecesor, cree en las verdades inmutables: “No sé si tengo una respuesta que no sea seguir diciéndole a la gente que existe la verdad, la verdad auténtica. No tengo mucha tolerancia cuando escucho a la gente decir «bueno, este es un conjunto alternativo de hechos», algo que hemos oído en el pasado”. Estaría tentado, si tuviera un campanario en mi casa, a mandar que las campanas repicaran al vuelo. Desde las épocas de Benedicto XVI no escuchábamos definiciones tan claras y tan católicas.

Pero además de ser católico, León XIV tiene muy claro también cual es su munus, su oficio: “Ser papa, llamado a confirmar a otros en su fe, que es la parte más importante, es también algo que solo puede suceder por la gracia de Dios; no hay otra explicación. El Espíritu Santo es la única forma de explicarlo. […] Espero ser capaz de confirmar a otros en su fe, porque ese es el papel fundamental que tiene el sucesor de Pedro”. Volvemos a escuchar la doctrina clásica sobre el papado y, además, excluye de modo explícito las fantasías que tuvieron pontífices recientes que se creyeron “expertos en humanidad”, como Pablo VI, o “expertos en climatología e inmigración”, como Francisco. El papa Prevost dice: “No veo que mi papel principal sea el de tratar de ser el solucionador de los problemas del mundo. No veo mi rol así en absoluto”. Y no ve que ese sea su rol, porque su rol, su oficio, su munus, es confirmarnos en la fe.

II. La sinodalidad

Cuando la periodista le pregunta sobre la sinodalidad inaugurada por el Papa Francisco, el pontífice asegura que continuará por ese camino, pero sin demasiadas sutilezas explica que lo que él entiende por sinodalidad es hacer lo que la Iglesia hizo a lo largo de muchos siglos: escuchar la voz de todos. Eso eran, y son, los concilios ecuménicos. Y tanto es así, que el Concilio de Trento (sí, el de Trento) invitó a hablar a Lutero; éste no fue, pero envió a su delegado Melachton. Como ya dije, a mi no me gustó que el Papa recibiera a James Martin S.J., o a la monja Caram (que está completamente loca), pero debo admitir que ese fue durante mucho tiempo el modo de actuar de la Iglesia. No se sabe con certeza si Arrio fue escuchado en el Concilio de Nicea, pero sí estuvo, expuso y defendió sus ideas su amigo Eusebio de Nicomedia. Nestorio participó activamente del Concilio de Éfeso (431) y Macario de Antioquía hizo lo propio en Constantinopla III (680-681) defendiendo personalmente el monotelismo. Repito, no me gusta ver la foto de Martin o de la Caram con León XIII, pero siglos atrás hubiese visto otras similares, con herejes bastante más peligrosos que la dominica descocada o que el suave Martín.

Por eso mismo, la sinodalidad, tal como la entiende León, no consiste en “intentar transformar la Iglesia en una especie de gobierno democrático, ya que, si miramos a muchos países del mundo hoy en día, la democracia no es necesariamente una solución perfecta para todo”. Cuando escuchemos la palabrita mágica con la que el viejo y difunto jesuita encandilaba, debemos saber que su sucesor está hablando de cosas bastante distintas.

III. El proselitismo

Otra diferencia diferencia con pontificados anteriores, es que Prevost fue durante muchos años misionero en Perú, y todos sabemos que muchas veces, luego del Vaticano II y, sobre todo, con el “magisterio” de Francisco, los misioneros no tenían como función predicar el evangelio; el proselitismo estaba prohibido, y no sólo en los países de misión sino también en los países ex-cristianos. De hecho, sé de varios casos en que sacerdotes franceses y españoles se han negado a aceptar conversos del islam o de otras sectas cristianas. León XIV, en cambio, celebra este acercamiento de jóvenes y adultos al bautismo y a la fe: “Ayer me reuní con un grupo de jóvenes franceses. Hubo miles el año pasado que libremente, ahora adultos jóvenes, buscaron el bautismo. Quieren venir a la Iglesia porque se dieron cuenta de que sus vidas están vacías, o de que les falta algo, o de que no tienen sentido, y están descubriendo de nuevo algo que la Iglesia tiene para ofrecer”. Y lo que tiene para ofrecer es ni más ni menos que a Jesucristo, en el que él cree. El cambio, aunque se presenta de un modo sutil, es rotundo.

IV. La ordenación de mujeres

Dice al respecto: “Espero seguir los pasos de Francisco, incluyendo la designación de mujeres en algunos roles de liderazgo, en diferentes niveles, en la vida de la Iglesia, reconociendo sus dones y su contribución de muchas maneras”. Y sin esquivar la cuestión, aclara que el problema real es si las mujeres pueden recibir el orden sagrado. No se le ocurre siquiera imaginar la existencia de mujeres sacerdotisas; habla de las diaconisas. Y sutilmente, desliza un argumento ad hominem que, en pocas palabras, dice lo siguiente: “El Vaticano II restauró el diaconado permanente, y en muchas diócesis hay diáconos permanentes, y sin embargo, todavía nos estamos preguntando qué son y para qué sirven”. Ergo, no nos metamos a ordenar diaconisas.

Pero la frase más clara al respecto es: “Yo, por el momento, no tengo la intención de cambiar la enseñanza de la Iglesia sobre el tema”. Es decir, mientras yo sea Papa, no habrán diaconisas. Lo que hace ruido en esta caso y en el de los LGBT, es la expresión “por el momento”; y es comprensible que cause descontentos, y que mucho asuman, creo yo injustificadamente, que esa expresión implica necesariamente que el Papa considera que en el futuro esa enseñanza puede cambiar. Y yo creo que no. Veámoslo desde el punto de vista estrictamente lógico; a fin de cuentas, Prevost es matemático. La expresión restringe la negación (“no tengo la intención”) al tiempo presente (t), sin extenderla a tiempos futuros (t’). Si la proposición es ¬I(y, C, t) (donde I es “tener la intención de cambiar”, y es el hablante, C es la enseñanza, t es el momento actual), “por el momento” enfatiza que la negación solo se aplica a t, dejando indefinido el estado en t’. La expresión controvertida convierte la proposición en una afirmación condicional temporal: ∀t’ (t’ = t → ¬I(y, C, t’)), donde t es el presente. No hace afirmaciones sobre t’ ≠ t.

Hacer esta afirmación, ¿implica que el Papa cree que va a cambiar la doctrina en un futuro? No. Lógicamente, no hay implicación de creencia en un cambio. La expresión es neutra respecto a las creencias del pontífice sobre el futuro; solo deja abierta la posibilidad lógica de cambio (o no cambio) en t’, sin afirmar ninguna creencia específica. No se deriva lógicamente que el León XIV crea en P (la intención de cambiar) para t’, ya que ¬I en t no conlleva expectativa de I en t’.

Eliminemos la creencia del Papa. ¿Implica que cambiará? No. No hay implicación lógica de que el cambio ocurra en el futuro. La expresión no afirma ni niega acciones futuras; solo describe la ausencia de intención en t. Lógicamente, ¬I(y, C, t) no conlleva I(y, C, t’) ni la realización efectiva del cambio (que requeriría no solo intención, sino capacidad y acción).

Desde el punto de vista lógico, entonces, no puede atribuirse al Papa ninguna afirmación o suposición sobre el cambio de doctrina al respecto del diaconado femenino o sobre la aceptación de los actos homosexuales para el futuro. Pero que la lógica nos diga esto, no implica que la expresión no sea problemática porque muchos, fácilmente, pueden hacer una inferencias inválida, como de hecho ha sucedido. ¿Por qué entonces el Papa la incluyó? Veo dos opciones: o porque efectivamente piensa que la doctrina católica puede cambiar, o a fin de que la afirmación no cayera tan fuerte y sirviera para tranquilizar a los y las feministas de los que está rodeado. Sabrá él cuál de las dos es la correcta pero, como dije, Prevost es católico, por lo que me inclino por la segunda. De más está decir, que se trata de una ingenuidad propia de un yankee pretender que diciendo eso se calmarán las aguas. No logra tranquilizar a nadie, pues las feministas están cabreadas como lo están los gays, que más que cabreados están furiosos por lo dicho por el Papa. Basta repasar los últimos post de Specola y ver las noticias que allí reporta de las histerias que está sufriendo por estos días el “colectivo” feminista y el “colectivo” LGBT. Prevost, en la entrevista, habla a todos los católicos, y tiene el “cuidado”, en mi opinión inútil, de no ofender, al menos de no ofender demasiado, a nadie. Y el resultado es que fastidia a todos. Pero lo importante de la cuestión es que, en buena lógica, no hay motivos para suponer que esa afirmación implique una opinión del Papa sobre futuros cambios de doctrina en temas tan sensibles y delicados.

Y en cuanto a nosotros, nos tranquiliza saber que durante un muy buen tiempo —se estima que tendremos un pontificado largo— no habrá cambios traumáticos que llevarían seguramente al cisma. Como dijo un comentarista con respecto al artículo anterior, “ganamos tiempo”. Y sobre eso los argentinos estamos curtidos.

V. Los LGBT

Pasemos al tema LGBT. Reconozco que las siglas me resultan desagradables, pero las uso simplemente por su practicidad a la hora de escribir un artículo periodístico.

El Papa comienza definiendo ante la pregunta de la periodista: “Me parece muy improbable, ciertamente en un futuro cercano, que la doctrina de la Iglesia cambie en términos de lo que enseña sobre la sexualidad y el matrimonio”. Clarísimo, y sobre la confusa expresión “en un futuro cercano”, ya lo explicamos más arriba. Y poco más adelante, insiste: “La enseñanza de la Iglesia continuará como está, y eso es lo que tengo que decir al respecto por ahora. Creo que es muy importante”.

Y, por otro lado, recuerda la doctrina tradicional: “Las familias necesitan ser apoyadas, lo que llaman la familia tradicional. La familia es padre, madre e hijos. El papel de la familia en la sociedad, que ha sufrido en las últimas décadas, debe ser reconocido y fortalecido una vez más”. E insiste: “La familia es un hombre y una mujer en un compromiso solemne, bendecidos en el sacramento del matrimonio. Pero incluso al decir eso, entiendo que algunas personas se lo tomarán mal”. Sabe que no les gustará a los LGBTQ, pero se los dice igualmente y con todas las letras.

Lo que más ha confundido a muchos es otra afirmación sobre el tema: “Lo que intento decir es lo que Francisco dijo muy claramente cuando decía, ‘todos, todos, todos’. Todos están invitados”. Pero aquí hay una diferencia fundamental: mientras Francisco no ponía condiciones, por lo que sus palabras fueron entendidas como una acogida incondicional que rozaba el relativismo, el Papa León desliza un lenguaje religioso que revierte el significado de lo que dijo Francisco: “Pero no invito a una persona porque tenga o no una identidad específica. Invito a una persona porque es hijo o hija de Dios”. Es decir, no se entra a la Iglesia definiéndose como gay, bisexual o trans y exigiendo que todos lo acepten como se presenta. Ya hablamos en otra ocasión que, para la doctrina católica, el homosexual como categoría antropológica no existe, y es caer en una trampa adoptar esa mentira. Lo que existen son hombre y mujeres que tienen tentaciones contrarias al sexto mandamiento con personas de su mismo sexo, así como existen personas tentadas con oprimir a los pobres o con defraudar a los obreros en su salario, todos estos casos, tentaciones que si se materializan, constituyen pecados que claman al cielo. Dios llama a todos a través de su Iglesia sin etiquetarlos, pero esos todos tampoco deben autoetiquitarse y exigir ser reconocidos y enorgullecerse de sus tentaciones y pecados enumerados en la etiqueta. A la Iglesia se entra como persona creada y necesitada de redención. Ser hijo de Dios implica la transformación de las categorías seculares en la búsqueda de la santidad. Y es esto lo que dice el Papa León: “Invito a una persona porque es hijo o hija de Dios”, es decir, porque se ha dejado transformar por la gracias y es un hombre nuevo.

Y para reforzar esta idea no se priva de dar un zurrazo a los alemanes y belgas con pocas sutilezas: “En el norte de Europa ya están publicando rituales para bendecir «a las personas que se aman», es la forma en que lo expresan, lo que va específicamente en contra del documento que el papa Francisco aprobó, Fiducia Supplicans”. Les está diciendo “Eso no se puede hacer”, como una advertencia: “Si no dejan de hacerlo, lo prohibiré”.

Muchos han visto en esto una confirmación de Fiducia Supplicans. Yo veo, en cambio, una astuta maniobra propia de un canonista. No les está diciendo que está mal la cuestión de los rituales apoyándose en el Liber gomorrhianus de San Pedro Damián; eso no habría tenido efecto alguno. Se lo dice basándose en un documento reciente y vigente; ellos —los alemanes— no tienen argumentos para seguir haciéndolo. Es la misma táctica que refutar a Mons. Colombo o a Mons. Lozano sus prohibiciones sobre la comunión de rodillas o en la boca con el mismísimo Misal Romano de Pablo VI, que no me gusta nada, y no hacerlo con textos de San Pío V o del cardenal Ottaviani, pues mal que nos pese, en esos casos la argumentación perdería toda efectividad.

VI. La misa tradicional

Y pasemos ahora al último tema: la misa tradicional. Dice el pontífice: “Hay otro tema, que también es polémico, y sobre el que ya he recibido varias peticiones y cartas: la cuestión sobre cómo la gente siempre menciona [volver a] la misa en latín. Bueno, se puede decir misa en latín ahora mismo. Si es el rito del Vaticano II, no hay problema. Obviamente, entre la misa tridentina y la misa del Vaticano II, la misa de Pablo VI, no estoy seguro de hacia dónde va a ir eso. Es evidentemente muy complicado”.

En este primer párrafo señalemos algunas cuestiones. Una, tiene que ver con la expresión “Latin Mass”, que es con la que habitualmente, y erróneamente, los anglohablantes se refieren a la misa tradicional. El Papa dice que si se trata de “misa en latín” a secas, puede tratarse de la misa de Pablo VI celebrada en latín, “y en eso no habría problema”. El problema es que aún en ese caso hay problemas. Hemos dicho hace muy poco en este blog que varios obispos argentinos prohiben a sus fieles comulgar de rodillas y, más aún, prohiben que en las misas de sus parroquias se cante en latín. Cualquiera puede imaginar la suerte que correría el sacerdote al que se le ocurriera celebrar la misa en latín, por más novus ordo que fuera. O el Papa no está enterado de lo que realmente sucede en buena parte del orbe católico, o intenta “marear la perdiz”, es decir, dar rodeos para evitar el tema realmente candente.

Pero no es lo que hace, pues aborda la cuestión de frente: “Creo que a veces el, digamos, «abuso» de la liturgia de lo que llamamos la misa del Vaticano II, no fue útil para las personas que buscaban una experiencia más profunda de oración, de contacto con el misterio de la fe, que parecían encontrar en la celebración de la misa tridentina. Una vez más, nos hemos polarizado, de modo que [planteamos eso] en lugar de poder decir: «Bueno, si celebramos la liturgia del Vaticano ii de una manera adecuada, ¿realmente encuentras tanta diferencia entre esta experiencia y esa experiencia?”. Aquí encuentro dos problemas: los abusos de la misa del Vaticano II no fueron útiles sino que fueron dañinos no solamente para un grupo determinado de personas (las que “buscaban una experiencia más profunda de oración, de contacto con el misterio de la fe”) sino para todos los católicos, para la liturgia romana y para la Iglesia misma. Un abuso nunca puede ser útil para nadie y nunca debe ser admitido. Y pareciera —y destaco el condicional— que León ofrece una solución: “Celebremos la misa de Pablo VI piadosamente y solucionamos el problema”. Demás está decir en este ámbito que eso no es la solución de nada . ¿Será que el Papa no logra percibir el meollo de la cuestión y reduce todo el entuerto a una cuestión de sensibilidades piadosas diversas? Es probable y no sería extraño que así fuera.

Una persona amiga muy cercana e inteligente estaba particularmente furiosa con esta afirmación: “León XIV no entiende que liturgia es algo recibido y forma parte de la Tradición y, por eso mismo, no puede ser reformada por un grupo de sabiondos, y tampoco por un Papa”. Así es; ni más ni menos que lo que decía el Papa Benedicto XVI. Pero la cuestión es que este punto tan importante y tan sensible tampoco lo entendían Pablo VI, que autorizó esa reforma; ni Juan Pablo II, que la consolidó, ni Francisco que estableció que era el único modo de la lex orandi. Más aún, me animo a decir porque lo he escuchado, que tampoco lo entiende buena parte de los miembros de la FSSPX y de la FSSP, para quienes “si la reforma de la misa la hubiese hecho un Papa ortodoxo, ellos la habrían aceptado”, tal como aceptaron las reformas de Pío XII y Juan XXIII. Me parece, entonces, injusto pedirle al Papa León, formado en la peor teología de los ’70, claridad en un punto que ni siquiera poseen los más allegados a la Tradición, y mucho menos sus predecesores inmediatos.

Y finaliza con una buena noticia, más aún, con una noticia buenísima: “No he tenido la oportunidad de sentarme realmente con un grupo de personas que aboguen por el rito tridentino. Pronto se presentará una oportunidad, y estoy seguro de que habrá ocasiones para tratarlo. Pero ese es un tema del que creo que también, tal vez con la sinodalidad, tenemos que sentarnos y hablar. Se ha convertido en el tipo de tema que está tan polarizado que la gente, a menudo, no está dispuesta a escucharse mutuamente”.

Algunos recalcitrantes han pasado esto por alto sin darse cuenta que es una novedad que puede cambiar radicalmente la situación en la que nos encontramos los defensores de la misa tradicional. El Papa recurre a la sinodalidad como él la entiende: escuchar. Si bien Francisco se reunió con los superiores de la FSSP y del Instituto Cristo Rey Sumo Sacerdote, no fueron reuniones “sinodales”, y con esto quiero decir que no fueron reuniones destinadas a escuchar las razones del otro para discutir y tomar una decisión sobre un problema concreto. La solución la había tomado él antes con Traditiones custodes, como la había tomado Juan Pablo II con Ecclesia Dei antes de recibir a los flamantes superiores de la FSSP. Creería que la única reunión “sinodal” de un Papa para tratar el tema de la liturgia tradicional fue la que mantuvo Pablo VI con Mons. Marcel Lefebvre el 11 de septiembre de 1976 —hace casi cincuenta años—, y la tal reunión duró sólo 38 minutos. Previsiblemente, no sirvió para nada.

Concretamente, luego de 50 años un Pontífice afirma que convocará a una reunión a los que sostienen y defienden la liturgia tradicional para escucharlos y encontrar una solución. Los Papas anteriores se asesoraban con los miembros de su Curia para decidir; León quiere escuchar a todos. Desconozco cómo será el mecanismo de esa reunión y quiénes serán los convocados, pero el sólo hecho de que León XIV se comprometa públicamente a convocarla, me parece una novedad que no podemos menos que celebrar.

En fin, que en término generales, la entrevista me parece buena y auspiciosa. Habrán cuestiones que nos gusten menos y otras que no nos gusten nada, pero eso no autoriza la infamia de decir que el Papa León es un “Francisco con buenos modales”. Él es católico; el Difunto no lo era.

Wanderer

El libro sobre León XIV: la biografía




Este fin de semana leí León XIV. Ciudadano del mundo. Misionero del siglo XXI, la primera biografía del Papa León. El libro tiene dos parte claramente diferenciadas: la biografía en sí, que es la más extensa, y una larga entrevista. Pueden leerse de modo autónomo, aunque lo que el Papa dice en la entrevista se entiende mejor luego de haber leído su biografía, pues se cae en la cuenta que no podría haber respondido de otro modo a las preguntas. Publicaré mis impresiones de la primera parte de libro en este post, y el miércoles próximo lo haré de la entrevista.

En mi opinión, para que una biografía sea buena, debe reunir dos condiciones iniciales: que el biografiado haya ya muerto y que el autor no sea un periodista. Caso contrario, el libro será malo. Lo cierto es que ninguna de estas condiciones se cumplen en este caso, y el libro no es malo, sino malísimo. Podría haber tenido la mitad de la extensión que tiene y no se hubiese notado, porque está lleno de repeticiones agregadas solamente para engordarlo. Por otro lado, la autora es una periodista norteamericana: Elise Ann Allen, proclamada como los medios como “vaticanista”, lo cual ya de por sí indica que hay que ser cauteloso. Pero en este caso hay que serlo doblemente porque esta mujer tuvo un entuerto de joven con el Sodalitium, al que perteneció y se marchó en 2013. Estimo que habrá sufrido algún tipo de abuso de autoridad o psicológico, lo cual es lamentable, pero más lamentable aún es que la convirtió en una resentida contra todo lo que tenga que ver con esa disuelta institución religiosa y contra todo lo que huela a ultraconservador.

Consecuentemente, es un libro sesgado, completamente sesgado en cuanto a los datos que proporciona de Robert Prevost, porque eligió sesgadamente las fuentes a las cuales recurrir. El lector conocerá solamente un cariz de la vida del pontífice, aquél que ella quiere que se conozca, y desconocerá el resto. Pongo un ejemplo: para el importante capítulo destinado a relatar la vida de Prevost como obispo de Chiclayo, recurre solamente a tres o cuatro testimonios, de laicos y un sacerdote claramente progresistas, y que conocieron a su obispo sólo de modo circunstancial. Lo lógico hubiera sido que entrevistara también a los sacerdotes que convivieron siete años con él en la catedral de Chiclayo, como el P. Jorge Millán, que concedió muy interesantes reportajes a diversos medios como dimos cuenta aquí. Pero Millán, como la mayor parte de los sacerdotes y laicos de Chiclayo son conservadores, porque se trata de una diócesis que fue gobernada durante casi cincuenta años por obispos del Opus Dei, y en la que Bergoglio ubicó a Prevost creyendo que desarmaría el ambiente católico que se había generado, cosa que no sucedió aunque sí imprimió un aspecto más social a la labor de la Iglesia. Allen, entonces, entrevista a lo largo del libro a enemigos declarado de la Obra que, indefectiblemente, fuerzan los hechos a fin de presentar a Prevost como lo opuesto. Esto genera que los lectores, yo incluido, se queden con sólo una parte de los hechos. No es una sorpresa; lo mismo habría hecho Elizabetta Piqué o cualquier otro vaticanista.

Pero vayamos a las impresiones que deja la lectura del libro sobre León XIV. Una cosa queda clara después de la lectura del libro, del testimonio de aquellos que conocieron a Prevost y de lo él mismo dice: es un hombre que tiene fe católica, y con esto quiero decir que cree en Dios y cree que Jesucristo es el Hijo de Dios encarnado en el seno de María la Virgen y el único redentor del género humano. Y viniendo de donde veníamos y sabiendo los candidatos que se asomaban para suceder al Difunto, esto es mucho. Parece una broma pero no lo es; que un obispo, y en este caso el obispo de Roma, tenga fe católica es ya mucho.

En segundo lugar, es claro que fue un buen religioso, y por esto me refiero a que cumplió los votos que hizo el día de su profesión solemne. Fue un hombre obediente a todo lo que sus superiores le pedían, y le pidieron cosas difíciles.

Es además, un hombre disciplinado y trabajador, como los religiosos clásicos. Durante su etapa como formador en el noviciado agustiniano de Trujillo, se relata: “A las cuatro de la mañana ya estaba en pie; a las cinco estaba en la capilla; a las seis celebraba la eucaristía. Era una persona muy estricta […] Nunca dejó de estar en los programas o en los compromisos que teníamos. Creo que ese temple dio testimonio para todos. Siempre nos exigía el tema del estudio, de los compromisos, de las responsabilidades”. Y si bien Prevost no es un académico, es un hombre formado e, insisto, un religioso clásico. Cuenta, por ejemplo, quien lo sucedió en el gobierno general de los agustinos, que Prevost, siendo prior general, tradujo el inglés el propio de la orden, es decir, las oraciones de la misa y del oficio de todas las fiestas propias, que son habitualmente la de los santos que fueron agustinos. Y esto supone dos cosas: que tiene inclinación y valora la liturgia, y que sabe muy bien latín, porque esta es la lengua original desde la que tradujo.

La etapa de formador en Trujillo, que se dio entre 1988 y 1998, muestra otro de los rasgos interesantes de su personalidad. Tanto él como el resto de los religiosos norteamericanos fueron perseguidos y amenazados de muerte por Sendero Luminoso, y a pesar de que en varios ocasiones se lo instó a que regresara a su país hasta que la situación se calmase, como hicieron varios de sus hermanos, lo cierto es que él permaneció en su puesto. Relata él mismo: “La mayoría de nosotros nos quedamos. Hubo varios mártires. En la diócesis al sur de Trujillo, Chimbote, tres sacerdotes fueron asesinados. Pero nos quedamos, pues era muy importante permanecer al lado de las personas a las que servíamos y estar con ellas. Y eso fue lo que hicimos”. Por otra parte, cuando el presidente Fujimori logró erradicar al terrorismo marxista de Sendero Luminoso, se levantó en Perú todo un cuestionamiento a los modos violentos que tuvo para hacerlo —como si hubiese otra opción—, y grandes demostraciones motorizadas por los conocidos “organismo internacionales de derechos humanos”. La particularidad en este caso fue la participación de amplios sectores de la Iglesia en estas actividades. Narran los novicios agustinos de ese momento, que el P. Prevost nunca participó de ellas, aunque no les prohibía que ellos participaran.

Y esto tiene que ver con otros de los aspectos de la personalidad del Papa actual que aparecen en el libro, mal que le pesen a la autora. Prevost nunca fue un sostenedor de la interpretación marxista de la Teología de la Liberación, tan cercana a toda la iglesia peruana porque peruano era su fundador Gustavo Gutierrez. Más aún, Prevost era, y seguramente seguirá siendo, un decidido contrario al marxismo. Dice él mismo hablando de otros colegas religiosos de la época: “[eran] de hecho, quizá demasiado amigables con ideas marxistas, incluyendo el uso de la violencia para luchar por los derechos de los pobres. Yo nunca fui alguien que estuviera de acuerdo con eso”.

Estaríamos quizás tentados a pensar entonces que Robert Prevost es conservador. Y no, no lo es. Si bien es un hombre “leído” (título de grado en matemáticas y doctor en derecho canónico), no es un teólogo, y la teología que tuvo fue pésima. Se formó en esta disciplina a fines de los ’70 y comienzo de los ’80 en el Catholic Theological Union de Chicago, que es una suerte de facultad o instituto teológico que habían establecido algunos años antes un buen número de congregaciones religiosas para que allí se formaran sus miembros. Cualquiera puede imaginar la teología que allí se enseñaba en aquellos años. La autora del libro entrevista a dos de sus antiguos enseñantes: son dos monjas, y sabrá disculparse mi actitud machirula, pero yo desconfío profundamente de las monjas que enseñan teología… Más aún, uno de los frailes agustinos peruanos a los que entrevista Allen y que conoce de cerca Prevost —y que es el más progresista que pudo encontrar— relata que es “alguien a quien le gustan mucho teólogos como el cardenal francés Yves Congar y el cardenal alemán Walter Kasper. Teólogos posconciliares, que han trabajado mucho en temas con una visión más abierta también de Jesucristo en la Iglesia”. No dudo de la veracidad de esta afirmación pero, insisto, se trata de una versión sesgada, pues no sabemos qué otras lecturas teológicas tiene y no conocemos el testimonio de otros allegados que tienen una tendencia más conservadora.

Decimos, entonces, que Roberto Prevost no es conservador. ¿Es, entonces, progresista? Yo diría que sí, pero un progresista de baja intensidad, un progresista circunstancial porque fue eso lo que conoció; en lenguaje de Karl Rahner, diría que es un “progresista anónimo”. Quizás este breve párrafo que pronuncia él mismo a la periodista, ilustre lo que quiero decir: “Fue como el Vaticano II, que quería renovar la vida de la Iglesia y lograr un sentido mucho más claro de comunión, de personas estando juntas en la Iglesia, y no de una espiritualidad individualista o una piedad privada donde yo le rezo a Dios, yo voy a misa y espero que Dios me salve. Ahora tenemos un sentido de «bueno, sí, nosotros vamos a misa, nosotros nos convertimos en comunidad eclesial, juntos somos testigos de la presencia de Cristo en el mundo”. ¿Es herético lo que dice? ¿Está mal? No, en absoluto, está bien, pero es la clásica poesía vacía vaticanosegundista que ya sabemos que no condujo a nada o, en todo caso, terminó provocando un gran daño a la Iglesia. Prevost, como todos nosotros, es hijo de su tiempo y de su formación, y no pueden pedirse peras al olmo.

Una persona amiga me decía: “Podría haber reaccionado a ese discurso progre”. Ciertamente, podría haber sido así. De hecho, mientras él era formador en Trujillo, había otra casa de formación agustiniana en Perú, ubicada en Lurín, a las afueras de Lima, dirigida por el ex-sacerdote Ricardo Coronado (en la web podrán seguir el confuso recorrido de esta persona), que era claramente conservadora. Pero me parece injusto pedirle a alguien que se dedicó fundamentalmente a las misiones que se desembarazara totalmente de la pésima formación teológica recibida y que descubriera el “mundo tradicional”. Por otro lado, si hubieran así sucedido las cosas, en el mejor de los casos, estaría todavía misionando en la costa peruana como simple fraile mendicante.

Sin embargo, y a pesar de todo esto, creo que es el hombre adecuado para dirigir a la Iglesia católica en este momento histórico. No se trata de una persona excepcional, un outstandig como dirían los gringos, como lo fue Juan Pablo II con su personalidad arrolladora, o como lo fue Benedicto XVI con su inteligencia prodigiosa, o como lo fue Francisco con su audacia para obrar el mal. Es un hombre gris y hasta opaco, pero que posee dos características que son las dos que debe tener un Papa para manejar la barca de Pedro en este momento histórico concreto: preocupación por la unidad y capacidad de gestión de conflictos.

Estos dos aspectos lo repiten una y otra vez los entrevistados. Prevost siempre estuvo preocupado y siempre bregó por la unidad, por superar los conflictos y no ahondarlos. En más de una ocasión hemos hablado en este blog de la preocupación casi obsesiva que tienen mucho por la unidad de la Iglesia a la que sacrifican la verdad. Y todos sabemos que la unidad verdadera sólo puede encontrarse en la Verdad. Yo creo que esto lo tiene claro el Papa León, pero también creo que Bergoglio dejó a la Iglesia en un estado de estrés muy alto, y que sólo un hombre de consensos podía dirigirla y evitar que se produjera un cisma. Si el elegido hubiese sido Palorín o Höllerich, por ejemplo, hubiese sido inevitable un cisma del grupo más conservador, desperdigado por todo el mundo; y si el elegido hubiese sido Erdö o Müller, el cisma lo habrían provocado los progresistas. León XIV es el indicado, me parece, para no apagar el pabilo humeante y para no quebrar la caña cascada (Isaías 42:3).

Y la otra característica no menor es su capacidad de gestión. Se dice que el hecho determinante que impulsó a Francisco a llevar a Roma fue el modo cómo resolvió un conflicto muy grave desatado en la diócesis de El Callao por un obispo español neocatecumenal. Éste fue desplazado y Prevost nombrado administrador apostólico. En un año se dedicó a escuchar a todos (y esta es una característica que aparece una y otra vez en el libro); escucha, pregunta pero no opina. Y se toma el tiempo para escuchar a todos, todos, todos. Dicen: “Resolvía conflictos de manera efectiva a través de la escucha y del diálogo con todas las partes, y no dudaba en tener mano firme cuando era necesario”. O bien: “La modestia y la humildad en él se acompañan de una gran valentía y, cuando es necesario, de una gran firmeza”. Tiene, para decirlo en lenguaje eclesial contemporáneo, una “actitud sinodal” que me parece imprescindible para el momento actual de la Iglesia. Así como escuchó al jesuita James Martin -lo cual no sólo no me gustó sino que opino que fue un gesto equívoco para toda la Iglesia-, escuchó también a Burke, y seguramente dentro de poco escuchará a Müller. Ese será su estilo; nos gustará poco o mucho, pero ese es Prevost: Se tomará todo el tiempo que sea necesario y decidirá, pero cuando lo hago, nadie lo moverá de lo decidido. Él mismo dice: “Soy capaz de ser decisivo cuando se necesita ser decisivo, que es otro aspecto del liderazgo que a veces falta en la gente. No puedes quedarte dando vueltas en «pensemos en esto y hablemos de ello para siempre». Tienes que tomar decisiones para poder seguir adelante. Soy capaz de hacer eso, y no tengo miedo de hacerlo”.

¿Es el Papa que a mi hubiese gustado? Ciertamente no. Y no pretendo pedirle peras al olmo. Algunos me dirán: “Pero nosotros queríamos un peral, no un olmo”, pero, aunque suene paradójico, creo que es mejor en este momento, tener un olmo y conformarnos con sámaras mientras olvidamos momentáneamente las peras. Porque estoy pensando que León XIV es el Papa que la Iglesia necesita en este momento tan complejo; una última oportunidad para evitar una nueva Reforma.

The Wanderer

sábado, 27 de septiembre de 2025

¿QUÉ PASA EN LA IGLESIA? #86 PADRE JORGE GONZÁLEZ GUADALIX




Resumen semanal de lo que acontece En la Iglesia, que se transmite todos los viernes a las 15 horas Miami y a la 21 horas Madrid, a cargo del destacado sacerdote y bloguero español @Jorge González Guadalix. De profesión cura. (https://infocatolica.com/blog/cura.php

No te pierdas las catequesis del Padre Jorge los jueves las 14:00 horas Miami 20:30 horas Madrid en su canal / @parroquiasanjosedelasierra 

1. El papa convoca un rosario por la paz 
2. Santo rosario en Austria 
3. Un millón de niños rezan el rosario 
4. Rosario de hombres en Braojos 
5. El milagro de san Jenaro 
6. Obispo celebra en una aldea de Benín 
7. Presencia real y liturgia tradicional 
8. Sigue la historia de las tres monjas austriacas

OBISPO Alemán CORRIGE al PAPA, éste responde con Nombramientos | P. Santiago Martín | Magnificat.tv



DURACIÓN 19:08 MINUTOS

viernes, 26 de septiembre de 2025

P. Zarraute - León XIV: religioso culto, amante de la liturgia y del latín, con lagunas teológicas




DURACIÓN 32:10 MINUTOS

¿Podemos todavía confiar en la justicia canónica? Una reflexión de Specola





Hay una dinámica que se repite con inquietante regularidad en la vida de la Iglesia: la negación de los propios problemas. Se percibe en la propia vida de la Iglesia que el sistema legal parece cada vez más inestable, cada vez más comprometido. «Hemos dedicado tantos años al estudio. ¿Por qué?»

Hoy en día, en la Iglesia, no tiene sentido estudiar derecho. Esperemos que un Papa canonista aborde esta tendencia. Pero quizás solo ahora nos estamos dando cuenta de lo inapropiado que fue nombrar obispos sin competencia legal en el pasado. La justicia canónica, que debería garantizar la transparencia, la protección y la imparcialidad, a menudo se ejerce de forma arbitraria, selectiva, casi caprichosa. Ya no se trata de casos aislados: es una tendencia sistémica que socava la credibilidad de la Iglesia en su propia pretensión de ser guardiana de la verdad y la justicia.

En los últimos años, se ha observado un aumento de casos de condenas pronunciadas sin un juicio adecuado, de procedimientos carentes de pruebas concretas y de decretos punitivos emitidos con total desprecio por el proceso canónico establecido.

Sacerdotes obedientes, a menudo frágiles, son suspendidos o marginados sin siquiera haber tenido la oportunidad de defenderse. Mientras tanto, otros permanecen inexplicablemente impunes, a pesar de haber escandalizado a los fieles durante mucho tiempo. Algunos insultan públicamente, otros asisten a programas de televisión, algunos usan lenguaje vulgar y grosero, algunos publican declaraciones en redes sociales que claman venganza ante Dios, desacreditando a la propia Iglesia. Algunos de estos sacerdotes incluso han sido condenados en tribunales civiles y penales, sin que esto haya afectado en lo más mínimo a sus obispos, quienes están ocupados discutiendo con la sociedad civil y provocando la huida de la mitad del presbiterio de las diócesis a las que lamentablemente fueron enviados. ¿Por qué este trato desigual? ¿Por qué quienes carecen de poder, apoyo y silencio son duramente perseguidos, mientras que quienes usan el púlpito mediático para ofender, difundir noticias falsas y división, y desacreditar a sus hermanos y al propio Papa siguen en libertad? ¿Será acaso porque estos individuos controlan a sus obispos, chantajeándolos con expedientes o amenazas? ¿O más bien, porque el episcopado, en demasiados casos, elige la salida fácil: mostrarse fuerte ante los débiles y débil ante los fuertes?

El derecho canónico pierde credibilidad y ya no es un instrumento de justicia, sino de conveniencia. Ya no es un bastión del derecho, sino un campo de batalla para intereses personales y dinámicas de poder. El derecho canónico, tal como está codificado, ofrece normas claras: juicio justo, posibilidad de defensa, pruebas garantizadas. Pero ¿con qué frecuencia se ignora todo esto? ¿Con qué frecuencia los tribunales eclesiásticos se convierten en lugares donde se ratifican decisiones ya tomadas en los despachos, en las cámaras episcopales o en los pasillos de un dicasterio romano?

San Agustín: «Remota itaque iustitia quid sunt regna nisi magna latrocinia»; sin justicia, ¿qué son los reinos sino grandes bandas de ladrones?. Sin justicia, ¿qué queda de su autoridad moral? Si la Iglesia no garantiza justicia a sus sacerdotes, ¿cómo puede exigir justicia a los estados, gobiernos y los poderosos de la tierra? La justicia canónica, creada para proteger a los débiles y salvaguardar la comunión, se utiliza a menudo para castigar a los obedientes y absolver a los rebeldes.

Esto produce un efecto devastador: una pérdida de fe. Los fieles ya no creen en la justicia de la Iglesia, porque ven con sus propios ojos la discrepancia entre las proclamaciones y la realidad. No se trata de invocar la represión indiscriminada ni de pedir juicios sumarios, al contrario. Se trata de reafirmar un principio fundamental: la justicia debe ser igual para todos. La credibilidad de la justicia canónica no se mide por códigos escritos, sino por hechos concretos. La verdadera reforma no consiste en una nueva ley ni en otro motu proprio, sino en la elección de la valentía y la competencia.

Nos sorprenden los caso de escándalos sacerdotales que pueblan la información, tenemos fresco el escándalo en España protagonizado por un ilustre miembro del cabildo de Toledo.

En Italia es noticia el hermano Bernardino, de 66 años, de la Fraternidad de Menores Renovados, originario de Colombia pero residente en Palermo. Está acusado de agresión sexual contra cinco víctimas, de las cuales solo una era mayor de edad. En 2015, el fraile supuestamente les pidió a las niñas que se desnudaran y cambiaran delante de él. «Nos dijo que era una forma de expresar la libertad de nuestros cuerpos. Nos dio vergüenza, pero lo hicimos rápidamente por vergüenza». Su superior testificó ante el tribunal, relatando la investigación canónica iniciada contra el fraile cuando el asunto salió a la luz en 2014.

Sin justicia, no hay paz, ni dentro ni fuera de la Iglesia. Sin justicia, no hay credibilidad. Sin justicia, la Iglesia se convierte en la caricatura que sus enemigos siempre han denunciado: una institución autorreferencial, capaz de predicar, pero no de vivir lo que predica. ¿Podemos todavía confiar en la justicia canónica?

El futuro de La Sacristía de La Vendée (por el padre Francisco José Delgado) Con fecha 7 de marzo de 2024




Queridos amigos, seguidores y miembros de La Sacristía de La Vendée.


Hace más de tres años a un par de amigos sacerdotes se nos ocurrió comenzar un proyecto que, sin ninguna ambición, pretendía crear algo más o menos nuevo en el mundo católico hispano de Internet: un grupo de sacerdotes católicos hablando con libertad de distintos temas, política, historia, arte, literatura y, claro, Iglesia. Tratando de dar una opinión desde una perspectiva siempre católica y además contrarrevolucionaria.

Siempre pretendimos que fuera algo añadido a nuestro ser y ministerio sacerdotal. Es decir, que siempre estaba por encima el ministerio que se nos había encomendado por parte de nuestros obispos, y después, en nuestro tiempo libre, dedicar algunos ratos a algo que la Iglesia lleva pidiendo mucho tiempo: que haya una presencia católica en lo que algunos han llamado el «sexto continente». Aunque esta iniciativa no surgía de nuestra misión pastoral, es decir, nadie nos había mandado hacerlo, tengo que decir públicamente que yo contaba con el beneplácito explícito de mi obispo. No sólo eso, sino que hasta ahora siempre me ha animado a desarrollar esta tarea, aunque, como algunos se pueden imaginar, no resultaba lo más cómodo para la política diocesana en estos tiempos revueltos.

Como digo, siempre pusimos por delante el ser curas, y en el caso de todos nosotros, curas de pueblo. De ahí que nuestros programas los tuviéramos por las noches, a horas a veces intempestivas. Horas en las que los sacerdotes se dedican a cosas diversas: algunos echan un rato de lectura, otros aprovechan para algún momento más de oración, otros eligen algún otro tipo de descanso… Nosotros decidimos emplear ese tiempo, más o menos libre, a esta tarea. Es necesario entender esto, que para nosotros siempre fue primero la dedicación a la pastoral y sólo quisimos renunciar a nuestro tiempo libre, nunca a la atención a nuestros fieles directos.

Esto es importante, porque nunca quisimos otra cosa que ser curas y, aunque esto escandaliza a muchos de nuestros enemigos, siempre nos hemos presentado como sacerdotes ante las cámaras. Las renuncias directas que hemos tenido que asumir, ustedes las pueden imaginar. La actividad del canal en muchos casos nos ha hecho renunciar a proyectos personales legítimos o a otros gustos que podríamos habernos concedido.

Ustedes han sido testigos de la dimensión que ha tomado este pequeño proyecto. Nosotros seguíamos la estela de otros grandes sacerdotes, que tiempo antes de nosotros y con mucho más alcance, han llenado de fe y piedad los espacios, a veces tan sórdidos del Internet. Algunos nos han acompañado en nuestras tertulias y se lo agradecemos enormemente. Por señalar algunos: el P. Javier Olivera Ravasi, el P. Juan Razo, el P. Jorge González Guadalix, el P. Raúl Sánchez, el P. Santiago Martín o Mons. Isidro Puente Ochoa. Y espero no olvidarme de ninguno. La novedad que podíamos ofrecer nosotros, ante tan magnas figuras sacerdotales, era formar un equipo de sacerdotes en el que pudiéramos complementarnos para ofrecer algo distinto. A este equipo se han incorporado eventualmente más de treinta sacerdotes, a los que también agradecemos su apoyo. Además ha habido sacerdotes que, por distintos motivos, no podían unirse a nuestra tertulia, pero también han estado apoyándonos y ayudándonos de distintas formas.

Nunca pensamos que la cosa pudiera crecer tanto, así que no puedo más que agradecerles a ustedes el apoyo extraordinario que nos han prestado durante estos últimos años. Pero, sobre todo, hemos de dar gracias a Dios por los dones y favores que ha concedido sirviéndose de este pobre e indigno instrumento que ha sido nuestra tertulia. Ustedes nos han hecho llegar sus testimonios de conversión, de fortalecimiento en la fe, de consuelo. Y, a través de esos testimonios, nosotros hemos visto fortalecido nuestro deseo de ser buenos sacerdotes y de estar a la altura de las expectativas que nos manifestaban.

Claro, junto a tantos amigos, también nos hemos ganado unos cuantos enemigos. Enemigos que no han dudado en atacarnos a veces a cara descubierta y otras veces desde la cobardía del anonimato. Lo cierto es que nos habría gustado tener enemigos de más categoría, porque esos te pueden hacer crecer, y no lo seres envidiosos y viles a los que nos hemos tenido que enfrentar. Quizá lo más triste es que hemos tenido que contar como enemigos a algunos que deberíamos haber tenido por hermanos o padres.

Algunos de estos enemigos han obrado con malas artes, pero con buena intención. Han pensado que hacíamos daño a la Iglesia de algún modo, interpretando que nuestra opinión crítica hacia muchas de las cosas que pasan buscaba alejar a los fieles de la Verdad, amargarlos o frenar su camino de santidad. Nunca fue nuestro deseo y creo que, aunque tal cosa pueda haber pasado en algún caso particular, el efecto que hemos producido no ha sido ese en absoluto.

La realidad es que muchísimos católicos están hartos de que tantos pastores y responsables en la Iglesia traicionen la Verdad de Cristo y se entreguen a los gustos del mundo de forma tan servil. Muchos católicos están hartos de no escuchar en la Iglesia más que el catecismo de lo políticamente correcto, y de que se oculten bajo estudiadas ambigüedades las verdades de la fe que nos ha legado la Tradición. Creemos sinceramente que a esos católicos les hemos mostrado que en la Iglesia todavía es posible un mensaje que elija a Cristo antes que el mundo y que no se pliegue a las exigencias de la moderna constitución civil del clero que se nos quiere imponer.

Ante esa situación, muchos cristianos han alzado el grito de guerra vandeano: «queremos nuestros buenos curas». Y nosotros hemos respondido diciendo: «no somos tan buenos, pero intentaremos serlo lo más posible para el servicio de Cristo y de los cristianos».

Otros de nuestros enemigos, además de tambier usar malas artes, han tenido las intenciones perversas de los que no sólo han renunciado a Cristo, sino que buscan por todos los medios que todos renuncien a él. Estos enemigos ciertamente son tan indignos, que nos daría vergüenza que pudieran ganar en esta guerra que hacen a la Iglesia, y nosotros estamos dispuestos a hacerles frente. Lamentablemente, como afirmábamos en el programa de la semana pasada, nosotros mismos hemos sido los que les hemos entregado un arma para poder atacarnos.

Nosotros, a pesar de las informaciones falsas que se han difundido, hemos querido pedir disculpas voluntariamente. Disculpas que reiteramos a todos los amigos a los que hemos defraudado. A la vez nos declaramos inocentes ante los que nos han condenado sin pruebas y sin juicios, basados sólo en la mentira de los que han afirmado que hemos deseado algún tipo de mal al Papa Francisco o que de alguna manera nos hemos apartado de la comunión con él. Todos los que nos siguen saben que esto es mentira, pero la mentira es el arma del diablo, que a la vez es el príncipe de este mundo y, claro, en este falso mundo es en el que vivimos mientras no llegue el verdadero.

Desde el programa de la semana pasada han llegado cientos de correos a nuestros obispos, respondiendo a la petición que les hacíamos a ustedes. No hay palabras para expresar nuestra inmensa gratitud. Algunos nos han hecho llegar sus correos y sus testimonios, que a mí particularmente me han emocionado, a la vez de haberme entristecido por no haber sido capaz de defender mejor esta labor que tanto bien estaba haciendo.

El problema es que los enemigos que el P. Gabriel citaba en el programa pasado, como astutas serpientes, han entendido que habían mordido la presa y no están dispuestos a soltarla. Estos días pasados hemos visto cómo nuestros nombres eran injuriados en televisiones y medios de todo el mundo, siempre bajo la falsa premisa de que nosotros hubiéramos deseado un mal al Papa o que nos apartábamos de él. Además, los que podrían habernos defendido han elegido no hacerlo, sino que más bien se han unido a nuestros acusadores.

La situación es tal que tenemos temores fundados de que, si persistimos en el empeño de resistir, los enemigos puedan al final conseguir su objetivo y apuntarse una presa que no les podemos conceder: nuestro sacerdocio. Comenzaba diciendo que La Sacristía de La Vendée siempre fue algo adicional a nuestro ser sacerdotes y que, por tanto, siempre fue un medio útil, pero no un fin en sí mismo. Creemos que sería una grave imprudencia empeñarnos en salvar un medio de tal forma que lleguemos a sacrificar el fin. Es decir, que estamos dispuestos a darlo todo por Cristo, pero no por un medio opinable y prescindible, por más bueno que sea, como La Sacristía de La Vendée. Dios, en su Providencia dará mucho más fruto sin nosotros, evitando así que nos enorgullezcamos y pensemos que nos corresponde a nosotros una gloria que únicamente es del Él.

Por eso, después de mucha reflexión y por nuestra propia voluntad, queriendo evitar poner a nuestros obispos ante la difícil decisión de conceder la victoria a nuestros enemigos, hemos decidido hacer una retirada estratégica, quizá perdiendo una batalla, pero evitando perder la guerra. Es decir, que nadie se equivoque, nadie nos obliga a nada, como tampoco se nos obligó a pedir disculpas, sino que nosotros damos este paso libremente para que sea aún más evidente que no buscamos sino el bien de la Iglesia, a diferencia de aquellos que nos persiguen.

¿Qué significa esto en la práctica? Que suspendemos todos los programas en nuestros canales de La Sacristía de La Vendée hasta nuevo aviso. Se trata de adelantar la pausa que íbamos a hacer de todas formas para Semana Santa y alargarla por tiempo indefinido hasta que podamos ver que nuestra actividad no pone en peligro lo fundamental, por lo que hemos entregado nuestra vida hace ya muchos años, nuestro sacerdocio.

¿Servirá esto para que nuestros enemigos cesen en la persecución? Es evidente que no, porque ellos sólo quieren el mal y posiblemente nos persigan con más saña. Sin embargo, creemos que nuestro gesto puede hacer que aquellos que tienen el poder de defendernos hagan, por fin, que se imponga la justicia y la verdad, ante tanta maldad y calumnia. Ni que decir tiene que, siguiendo el mandato del Señor, perdonamos de corazón a nuestros enemigos y a los que nos han dado la espalda y rezamos por su conversión.

Como responsable último de este canal créanme que dar este paso me provoca un dolor terrible. Pienso en los bienes espirituales y el consuelo que producía esta «humilde trinchera de Cristo Rey», como le gusta llamarla al P. Gabriel. Pienso en la cantidad de horas de nuestra vida que hemos invertido en ello. Pienso en que algunos no sepan entender nuestra decisión y lo tomen como un mal ejemplo que les haga desfallecer en la lucha. Y esto último es, sin duda, lo que más sentiría.

Por eso les aseguro, poniendo mi palabra en juego, que la lucha católica contrarrevolucionaria no cesa por nuestra parte. Que vamos a seguir dando la batalla a tiempo y a destiempo, pero dentro de la fidelidad a nuestra vocación y a nuestra unión con Cristo, en fidelidad a la Santa Iglesia Católica y a su jefe visible, que ahora es el Papa Francisco, lo mismo que antes fue el Papa Benedicto XVI y, cuando Dios lo decida, lo será el siguiente que reciba el ministerio petrino.

¿Qué pueden hacer ustedes mientras tanto? Bueno, ya saben que hay muchos otros sacerdotes contrarrevolucionarios que seguirán trabajando en las redes para la difusión de la sana doctrina. He citado algunos antes y son mucho más conocidos que nosotros, aparte de más sabios y, con seguridad, más prudentes. Nuestro canal seguirá abierto y los vídeos disponibles. Yo, particularmente, emitiré en mi canal Quaerere Veritatem el comentario a la Suma Teológica y más adelante tal vez vuelva a emitir otros programas formativos como los que realizaba en este canal. Pueden suscribirse o seguirme en mis redes para estar al tanto. El P. Juan Manuel Góngora seguirá activo en sus redes (@patergongora) y desde ahí podrá informar de nuevas iniciativas. El P. Francisco Torres seguirá haciendo sus proyectos, como viene haciendo hasta ahora, en su canal de YouTube y en sus redes. Informaremos cuando el P. Gabriel retome sus programas de historia, y dónde podrán seguirse.

Por último, no dejen de rezar por nosotros. Sobre todo necesitamos eso. La fuerza de la oración y el ayuno es poderosa como para expulsar a los demonios que nos atacan en estos tiempos. Perseveren en el bien y rechacen el mal y tengan con nosotros la misericordia que nos han negado aquellos que han hecho de ese atributo divino un triste truco publicitario.

Por último, quiero pedirles un favor. Muchos me han hecho llegar sus correos electrónicos de apoyo por distintos medios, pero me es imposible reunirlos todos. Les pediría, si lo estiman oportuno, que los reenvíen a testimonios@lasacristiadelavendee.com, contándonos lo que ha supuesto para ustedes este programa y lo que está sucediendo ahora. Nos gustaría mucho tener esos testimonios para no perder de vista cuál es el objetivo y seguir decididos a dar la vida en defensa de la Verdad.

Una palabra de agradecimiento queda para nuestros patrocinadores: GCardio y Miel la Virgen de Extremadura. Ellos han confiado en nosotros y nos han apoyado. Otros mucho nos habían ofrecido apoyo, pero no hemos sido capaces de coordinar a tiempo lo necesario para hacer efectivo esos patrocinios. Gracias a todos.

Para terminar, personalmente quiero dar gracias a mis hermanos Gabriel Calvo Zarraute, Juan Manuel Góngora, Francisco Torres Ruiz, Rodrigo Menéndez Piñar y Roylan Recio. Hemos estado juntos en esta aventura, unidos por nuestra amistad y nuestro sacerdocio. Y deseo que ambas cosas sobrevivan a esta persecución y a las que vendrán más adelante.

Sin más, confiando en la Santísima Virgen María Inmaculada, les vuelvo a agradecer una vez más estar con nosotros, sus oraciones y todo el apoyo que nos brindan.

¡Viva Cristo Rey!

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Cuando un hermano cae: dolor y esperanza de un sacerdote



Hay dolores que no se gritan: se llevan en silencio, como quien sangra por dentro. Uno de los más inexpresables es el de ver a un hermano sacerdote que ha perdido el rumbo de su vocación. No es un dolor teórico ni lejano: a sus hermanos nos toca en la fibra más profunda, porque todos compartimos la misma unción. Desde aquel día en que el Obispo nos impuso las manos y quedamos sellados para siempre, somos una familia. Y cuando uno se extravía, los demás sentimos que algo se rompe dentro de nosotros.

Sin embargo, esta herida no debe llevarnos al escándalo paralizante ni al juicio severo. Si duele a par de muerte, es porque amamos el sacerdocio y porque conocemos lo que está en juego: la salvación de las almas, la fecundidad de la Iglesia, la gloria de Dios, la ilusion del Corazón de Jesús. El pecado de uno no borra la santidad de los demás, ni mucho menos la santidad del sacramento. El presbiterio de esa diócesis es bueno, muy bueno, entregado, silenciosamente heroico. No se avergüenza de llorar por el hermano caído, ni de ofrecer por él sacrificios y horas de adoración.

Nuestro dolor purifica, no es estéril si lo convertimos en oración. Cada lágrima que derramamos por un hermano puede ser ofrecida para que el Señor lo rescate, lo devuelva a casa, lo haga más santo de lo que fue antes de caer. La historia de Pedro, que negó a Cristo y luego fue el primero de los apóstoles, nos recuerda que nadie está perdido si se deja alcanzar por la mirada de Jesús.

La caída de uno de nosotros es un aldabonazo de Dios para revisar nuestra vida, no para mirar al de al lado con sospecha. Es momento de volver al Evangelio, de recordar las exigencias de nuestra vocación y de tener presente la advertencia de Pablo, el gran enamorado: Qui se existimat stare, videat ne cadat! (1Cor 10, 12). O aquel aviso del Aguila de Hipona: «No hay pecado en el mundo que el hombre no pueda cometer si la mano que hizo al hombre dejara de sostenerlo» (S. Agustín, Soliloquio I, 1).

Limpieza transparente

Un sacerdote sin sencillez termina perdiendo el sentido de lo esencial; un sacerdote sin limpieza de vida se vuelve presa fácil del mundo y de sus sombras; un sacerdote sin transparencia acaba por desconectarse de sus hermanos.

La coherencia está en en que nuestro estilo de vida predique más que nuestras homilías. Nuestro celibato, vivido con limpieza de corazón, no es una carga: es la libertad de amar con un corazón indiviso. La transparencia en la mirada, la elegancia en las palabras, el pudor en los gestos, la delicadeza en el trato son el mejor sermón que podemos predicar en un mundo saturado de impureza, de mentira, de hedonismo. No basta con ser castos: hay que ser luminosos, de modo que la gente pueda ver en nosotros a Cristo, el Esposo de la Iglesia.

Lo nuestro es la moderación en las diversiones, el equilibrio en el uso de las redes, el tiempo dedicado a cosas que edifican. Uno de los grandes peligros del sacerdocio es vivir sin guía espiritual. El sacerdote necesita abrir el alma, dejarse acompañar, dejarse corregir: sin alguien experimentado y sobrenatural que lo escuche y lo confronte con la verdad, está expuesto a perder la objetividad de su propia conciencia.

¿Y nuestros viajes? Algunos serán necesarios y sacerdotales, pero otros dispersan, inquietan, mundanizan, desestabilizan interior y exteriormente. Hay un modo de moverse que enriquece, y otro que fatiga el alma y la expone a tentaciones innecesarias. Lo advertía Kempis: «Qui multum peregrinantur, raro sanctificantur» (De imitatione Christi I, 23) También es vital cultivar el gusto por la lectura seria, por el estudio, por el tiempo de silencio, de oración prolongada ante el sagrario, de recogimiento en casa. Un sacerdote que no sabe estar quieto en presencia de Dios termina vacío, devorado por las urgencias.

Herejía del activismo

Así llamó Pío XII a este sutil enemigo que hace que hoy quienes ocupan cargos se vean sometidos a reuniones incesantes que, lejos de nutrir la vida espiritual, la agotan. Son fruto de un semipelagianismo tristemente presente en la Iglesia, que parece confiar más en inacabables y peculiares planes pastorales y en el esfuerzo humano que en la gracia divina. Este asambleísmo de raíz posconciliar, más cercano a una visión protestante y sinodalista que a la concepción jerárquica y sacramental de la Iglesia, ha llevado a multiplicar encuentros, comisiones y reuniones interminables que roban tiempo a la oración, al silencio, a encuentros amigables con otros sacerdotes, a pasatiempos legítimos que esponjen la psiquis y alivien las tensiones, y a verdaderos planes pastorales en contacto con las almas.

Si el sacerdote no defiende su tiempo de oración, de lectura, de descanso, de paseo o deporte, de retiros periódicos…, corre el riesgo de vaciarse interiormente, quedar indefenso frente a las tentaciones, y hasta de enfermarse físicamente, con las consiguientes repercusiones emocionales y relacionales. El activismo sin contemplación y sin la valentía de descansar (como nos dijo en el Año Sacerdotal Benedicto XVI) mata el alma sacerdotal… y a veces también el cuerpo. Es una forma necia y grotesca de dejar de ser lo que somos.

Ademas, la fraternidad sacerdotal sincera es el gran antídoto contra la soledad peligrosa y autosuficiente. Un sacerdote no puede vivir aislado, sin abrirse a sus hermanos. La amistad sacerdotal no es un lujo, sino un deber. Necesitamos compartir, confrontarnos con caridad, corregirnos, reír y llorar juntos. El silencio cómplice mata; la corrección fraterna salva. «Frater qui adiuvatur a fratre, quasi civitas firma» (Prov 19, 19).

¡Gracias, Jesús, por tus sacerdotes!

La caída de uno no oscurece la fidelidad de tantos otros. A pesar de un sacerdote caído, el pueblo de Dios sigue confiando en sus pastores y rezando por ellos, sabiendo que muchos, incomparablemente más, celebran la Santa Misa con devoción, pasan horas en el confesonario, predican la sana doctrina, visitan enfermos, catequizan niños, orientan vocaciones, acompañan matrimonios y familias, escuchan pacientemente a los que sufren, sirven a los pobres. Ellos son la verdadera noticia, el rostro vivo de Cristo en medio de su pueblo.
La luz es más fuerte que las tinieblas, y el bien que hacen tantos sacerdotes supera con creces la herida que pueda provocar el tropiezo de uno solo.

En el momento del dolor, es justo y necesario levantar los ojos y dar gracias: por la generosidad entusiasta de tantos sacerdotes jóvenes, que entregan lo mejor de sí en sus primeros años de ministerio; por la entrega inmolada de tantos sacerdotes enfermos, que ofrecen su sufrimiento en silencio por el bien de la Iglesia; por la sabiduría veterana de tantos sacerdotes ancianos, que, desde la experiencia, siguen enseñando con su ejemplo; por la fidelidad diaria de profesores, capellanes y párrocos, misioneros y monjes, que oran y sostienen la fe en colegios, hospitales, parroquias y conventos; y por los obispos, que, «catholicæ et apostolicæ fidei cultores», en la zarandeada Iglesia de hoy procuran escuchar, guiar, sostener y alentar a sus sacerdotes.

León XIV: «preparar la tierra»

Basta de ese tedioso y campanudo asambleísmo que fatiga y dispersa, inventando más y más reuniones inútiles. Es urgente, hace décadas, volver al fundamento: una sólida formación humana; una educación viril y sincera de los afectos, erradicando la sensiblería y el infantilismo, aceptando humildemente la realidad y las propias limitaciones. Y sobre esa base, indefectible, una vida espiritual fuerte y ordenada, madura y autoexigente, esponjada y feliz.

En su recién aparecida biografía autorizada por él, León XIV dice algo que hoy más que nunca debiera tenerse presente en los seminarios y en la tan cacareada «formación permanente» de los presbiterios:

«Uno de los aspectos que siempre he considerado muy importante y que conduce a una sana formación es empezar con el principio tomista de que la gracia perfecciona la naturaleza. Así que tenemos que preparar la naturaleza, preparar la tierra donde vas a intentar sembrar la semilla, para decir: ¿quiénes son estas personas que están llegando? La dimensión humana es extremadamente importante. Eso significa ayudar a los jóvenes, en primer lugar, a conocerse a sí mismos. Obviamente, el formador tendría que conocerlos hasta cierto punto, pero no tratar de saltar a la espiritualización de «tienes una vocación, reza mucho y entonces Dios te hará un buen sacerdote». Hay que preparar la tierra. Eso no sucede automáticamente todo el tiempo, así que es preciso caminar con estos jóvenes que muestran algún indicio de tener una vocación, para ayudarlos a reconocer quiénes son, cuáles son sus dones y debilidades, a aprender a respetarse unos a otros, a desarrollar un concepto sano de la humanidad, a ser libres. Algunos me han criticado por esto, pero yo no era tan disciplinario, de quitar toda la libertad personal y decir «debes hacer esto», y donde cada minuto del día está altamente reglamentado, porque la gente no crece hacia la libertad de esa manera, crece hacia la conformidad. A menudo, si la persona no está sana en todos los niveles cuando comienza este proceso, forzarla a cumplir ciertas normas [no es lo mejor]. Mucha gente puede hacerlo, pero, luego, cuando salen de la formación y se convierten en sacerdotes o religiosos, las dificultades que quizá ya existían reaparecen y vienen los problemas».

Mujer, ¡ahí tienes a tu hijo!

No hay recetas mágicas ni es posible desarraigar de nosotros la concupiscencia, pero tengamos al menos «vergüenza torera». Debemos ser lo que somos: hombres, sacerdotes y santos. ¡Por ese orden! Nobleza obliga. Primero, reciedumbre y sentido del deber, seriedad y alegría, espíritu de sacrificio y de trabajo, fidelidad a la palabra dada y apertura desinteresada a la amistad, ecuanimidad y vigilante dominio de sí, austeridad sobria y desprendida, capacidad relacional con naturalidad, libertad y hombría en la gestión de los afectos, renunciamiento propio, muerte a los caprichos pueriles y al centrifugado de los problemas reales o imaginarios, sonora carcajada frente al culto al cuerpo y a la hipocondría, olímpico desprecio de las modas, manifestación de la propia identidad en todos los detalles del modo de vestir. Después, o simultáneamente, rezar, rezar, rezar mucho: adoración eucarística silenciosa, sin guitarritas ni testimonios; Santa Misa bien preparada, celebrada y agradecida, sin protagonismo invasivo de la homilía, o sea, «mío»; rezo fiel y puntual del breviario, munus suavissimum del sacerdote, su gozosa y voluntaria «esclavitud» orante por las almas, siete veces al día. Y ayuno, en alguna de sus mil posibilidades. Sólo él hace huir a satanás. Pues, al decir de la Santa, «regalo y oración no se compadecen».

María, Madre de los sacerdotes, nos mantenga fieles hasta el final y alce con su mano al hermano caído, para que un día podamos abrazarlo de nuevo en la alegría de la reconciliación. Que ningún sacerdote del mundo deje de rezar el Santo Rosario ni un solo día de su vida: si somos fieles a esta cita diaria con la Señora, Ella no permitirá que nos perdamos.

El sacerdocio es la mayor gracia que hemos recibido. No es nuestro, es de Cristo, para gloria de la Santísima Trinidad y para el pueblo de Dios. Por eso, aunque el dolor de hoy es inmenso, seguimos de pie, seguimos en guardia, seguimos luchando, alentados por la celestial vencedora de todas las batallas de Dios. La dulzura de esta certidumbre nos consuela y nos enardece: Maria duce!

Mons. Alberto José González Chaves