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lunes, 20 de octubre de 2025

La Santa Misa, perseguida



En 2007 Benedicto XVI promulgó el motu proprio Summorum Pontificum acompañado de una carta en la que declaró que el rito antiguo jamás había sido abrogado (Cf. Summorum Pontificum 1). No podía ser de otra manera. De hecho, el Concilio de Trento había dejado establecido en un canon dogmático: «Si alguno dijere que los ritos recibidos y aprobados de la Iglesia Católica que suelen usarse en la solemne administración de los sacramentos pueden despreciarse o ser omitidos por el ministro a su arbitrio sin pecado, o mudados en otros por obra de cualquier pastor de las iglesias, sea anatema» (Denzinger 856).

Este canon XIII sobre el Sacramento de la Eucaristía condena como herética la idea de que un pastor de la Iglesia –el Papa incluido– pueda sustituir los ritos tradicionales por otros nuevos. El canon posee valor dogmático, no sólo disciplinario. Su formulación universal (quemqumque) excluye toda excepción. De ahí que la sustitución del Rito Romano por el Novus Ordo no sólo resulte ilegítima, sino contraria a la Fe católica según el magisterio del Concilio de Trento.

Por otra parte, San Pío V declaró solemnemente en la encíclica Quo primum tempore:

«Que absolutamente a ninguno de los hombres le sea licito quebrantar ni ir, por temeraria audacia, contra esta página de Nuestro permiso, estatuto, orden, mandato, precepto, concesión, indulto, declaración, voluntad, decreto y prohibición. Más si alguien se atreviere a atacar esto, sabrá que ha incurrido en la indignación de Dios omnipotente y de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo».

La frase «pueden despreciarse o ser omitidos» denota que la naturaleza de los ritos es intocable. Incluso si un papa intentase abrogarlos o efectuar cambios arbitrarios en ellos, sería un acto gravemente pecaminoso. Como vemos, el mencionado concilio declara que no sólo los sacerdotes y prelados, sino que ni siquiera el Papa puede alterar ni revocar ritos reconocidos por la Iglesia, porque forman parte de la Tradición y de la Fe apostólica, que no está sujeta a alteraciones arbitrarias. En el documento Quo primum tempore, San Pío V declara explícitamente que el decreto del Misal Romano no es negociable ni pasible de modificación por parte de nadie, ni siquiera el Sumo Pontífice. Las palabras «temeraria audecia» indican que toda tentativa de alterar el decreto supondría una grave infracción del derecho litúrgico. De las frases citadas se desprende claramente que, con arreglo a la doctrina del Concilio de Trento y el decreto de San Pío V, nadie, ni siquiera un pontífice, tiene autoridad para derogar o sustituir el Misale Romanum ni ningún otro rito reconocido y aprobado por la Iglesia. Tanto uno como el otro documento determinan que la liturgia constituye un depósito de fe que pertenece a la Iglesia y no puede ser modificado arbitrariamente. De ese modo, la liturgia de la Iglesia, en tanto que manifestación de la Fe apostólica, es intocable, y el Papa carece de autoridad para modificarla a su antojo.

Benedicto XVI afirma que la Misa Tridentina no ha sido jamás formalmente revocada, y con ello desmiente lo que se ha enseñado y practicado durante décadas. Las declaraciones oficiales del tiempo de Pablo VI, si bien son ambiguas, deben entenderse (y aplicarse) como un sustituto obligatorio del rito tradicional por el nuevo. La praxis eclesial de los años setenta y ochenta confirma esta interpretación: la celebración pública del Vetus Ordo estaba prohibida en casi todas partes, salvo raras concesiones a sacerdotes ancianos. Consciente de la obligación tridentina, Benedicto XVI evitó afirmar que Pablo VI había abolido el rito antiguo. Con esto, trató de exonerar a Pablo VI de la acusación de herejía material. En vez de afirmar que el Novus Ordo sustituyó al rito tradicional, lo presentó como una forma ordinaria de un rito romano del que se conserva también una forma extraordinaria que jamás ha sido abrogada. Pero esto no es más que una construcción jurídico-retórica que no se sostiene a la luz de la teología litúrgica tradicional y la realidad de los hechos.

La idea de las dos formas, ordinaria y extraordinaria, de un mismo rito romano es una distinción de índole jurídica, no teológica. Las diferencias entre la Misa Tradicional y la de Pablo VI son tan abismales –en cuanto a teología, estructura, espiritualidad y expresión de lo sagrado– que no se puede hablar verdaderamente de dos formas de un mismo rito. La nueva Misa abandonó elementos centrales del Rito Romano: unicidad de anáfora, continuidad ritual y centralidad del Sacrificio. A todos los efectos, la Misa nueva se asemeja más a un culto protestante que a la liturgia católica tradicional. Afirmar que se trata de un único rito sólo sirve para justificar la coexistencia canónica de ambas misas, pero no se corresponde con la realidad litúrgica ni doctrinal.

En 2021, con el motu proprio Traditionis custodes, el papa Francisco introdujo restricciones al uso del Misal. Tras una lectura atenta y serena del documento, nos gustaría exponer algunas reflexiones de naturaleza litúrgica y teológica. El documento, en efecto, revela cierta rigidez jurídica y traza unas líneas marcadamente restrictivas. Con todo, lo que se presenta como un acto de fuerza se puede interpretar fácilmente como un síntoma de debilidad: un intento de imponer la autoridad por medio de la norma en unos momentos de evidentes dificultades pastorales y litúrgicas.

En la carta a los obispos, el Pontífice expresa su preocupación por un uso que considera instrumental del Misal Romano de 1962, y afirma que podía contribuir a fomentar el rechazo del Concilio. Reveló además que en 2020 mandó a la Congregación para los Obispos enviar un cuestionario a todos los prelados sobre la aplicación de las disposiciones del papa Ratzinger, y declaró: «Las respuestas recibidas revelaron una situación que me apena y preocupa, confirmando la necesidad de intervenir». Hasta ahora no se habían revelado los pormenores de la consulta. Pero en el libro escrito mano a mano por monseñor Nicola Bux y Severino Gaeta La liturgia non è uno spettacolo (2025), sale finalmente a la luz la verdad: los resultados de la consulta fueron totalmente contrarios a cuanto afirmaba Francisco.

1) El informe, jamás publicado en su totalidad, demuestra que la mayoría de los obispos se consideraban satisfechos con la normativa entonces vigente (Summorum Pontificum de 2007) y pensaban que imponer restricciones acarrearía más males que beneficios, como divisiones litúrgicas y riesgo de cismas.

2) Al contrario de lo que sostenía el papa Francisco (que hablaba de divisiones y abusos litúrgicos), el informe pone de manifiesto que los problemas proceden más bien de una minoría de obispos hostiles a la Misa Tradicional o que no la conocen, no de los fieles vinculados a ella.

3) El documento subraya que en aquellos lugares en que Summorum Pontificum se ha aplicado bien, con colaboración entre el clero y los obispos, la situación es tranquila y fructífera.

4) Se observa entre la juventud una marcada atracción hacia la Misa Tradicional, vivida como una experiencia sincera y sagrada, con frecuencia asociada a un regreso a la Fe, vocaciones y renovación espiritual.

5) El informe recomendaba una formación teológica más profunda en los seminarios en ambas formas del rito, y proponía la libertad de elección para los fieles, de conformidad con el espíritu de unidad promovido por Benedicto XVI.

6) Algunos obispos, sobre todo en el mundo hispano y en Italia, tendían a minimizar la liturgia tradicional o ponerle trabas porque la veían como algo molesto o como un peligro que había que contener.

7) Un balance completo de las repuestas al cuestionario del Vaticano reconocía que el efecto de Summorum Pontificum había sido positivo y no suponía un peligro para la unidad de la Iglesia.

Hoy, Traditionis custodes resulta ser lo que muchos ya sospechaban desde el principio: no es un documento pastoral, sino un texto ideológico fruto de prejuicios doctrinales y hostilidad a la Tradición católica. El papa Francisco justificó la supresión de la Misa de siempre alegando hacerlo en respuesta a una consulta a los obispos que, como ahora sabemos, no sólo no habían solicitado una intervención represiva, sino que ponía en guardia contra las consecuencias que ésta podía tener.

El rechazo a Summorum Pontificum, que había empezado a restañar heridas profundas en la vida de la Iglesia, no fue por tanto fruto del discernimiento, sino de la voluntad de eliminar todo lo que parezca, así sea remotamente, una fe integral, un culto sagrado, un sacerdocio jerárquico y una liturgia obediente y orientada a Dios. En resumidas cuentas: todo lo que la Iglesia siempre custodió y que hoy en día se considera un residuo peligroso que hay que extirpar.

La línea trazada por Traditionis custodes es clara: se trata de marginalizar, o incluso eliminar, toda expresión visible de la Tradición viva. No se teme a la Misa de antes porque divida, sino porque convence, atrae y convierte. No se combate el Vetus Ordo porque sea estéril, sino porque lleva fruto.

Cabe señalar que no se actúa con la misma solicitud ante las graves desviaciones doctrinales imperantes en ciertas conferencias episcopales, en particular la alemana. ¡Por no hablar de los aberrantes abusos litúrgicos que se dan a diario en parroquias de todo el mundo! El rigor reservado a los grupos vinculados a la tradición litúrgica resulta entonces desproporcionado y es síntoma de un juicio ideológico y no pastoral. El punto neurálgico del documento, del que se derivan las disposiciones sucesivas, es el artículo 1, que reza: «Los libros litúrgicos promulgados por los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano». Ahora bien, desde el punto de vista del derecho, esto resulta ser una interpretación arbitraria. Summorum Pontificum no había reconocido un privilegio, sino un derecho subjetivo basado en la inmunidad jurídica concedida por la bula Quo primum de San Pío V, como sostienen también el canonista Raymond Dulac y el liturgista monseñor Klaus Gamber. El propio cardenal Ratzinger decía precisamente que era una liturgia artificial:

«La promulgación de la prohibición del Misal que se había desarrollado a lo largo de los siglos desde el tiempo de los sacramentales de la Iglesia antigua, comportó una ruptura en la historia de la liturgia cuyas consecuencias sólo podían ser trágicas. Como ya había ocurrido muchas veces anteriormente, era del todo razonable y estaba plenamente en línea con las disposiciones del Concilio que se llegase a una revisión del Misal, sobre todo considerando la introducción de las lenguas nacionales. Pero en aquel momento acaeció algo más: se destruyó el antiguo edificio y se construyó otro, si bien con el material del cual estaba hecho el edificio antiguo y utilizando también los proyectos precedentes. No hay ninguna duda de que este nuevo Misal comportaba en muchas de sus partes auténticas mejoras y un verdadero enriquecimiento, pero el hecho de que se presentase como un edificio nuevo, contrapuesto a aquel que se había formado a lo largo de la historia, que se prohibiese este último y se hiciese parecer la liturgia de alguna manera ya no como un proceso vital, sino como un producto de erudición de especialistas y de competencia jurídica, nos ha producido unos daños extremadamente graves»1.

Esta afirmación da fe de que el nuevo Misal no es, ni en la forma ni en el fondo, una evolución del Rito Romano, sino una transformación radical que ha roto la continuidad orgánica con la tradición litúrgica precedente. Una cuestión jurídica y teológica esencial es la índole jurídica del Misal de San Pío V. Al parecer, el artículo 1 del motu proprio excluye su validez como expresión de la lex orandi de la Iglesia latina. Pero es algo que contrasta con la realidad histórica y canónica. El Misal tradicional ha gozado de vida oficial ininterrumpida durante varios siglos, ha sido venerado y utilizado por innumerables santos y está explícitamente blindado y protegido por la constitución apostólica Quo primum, como ya dijimos. Monseñor Gamber se pregunta con toda razón si el Papa tiene autoridad para abrogar un rito recibido y transmitido a lo largo de siglos. Según él y muchos otros teólogos, como Cayetano y Suárez, la respuesta es negativa. El Sumo Pontífice es custodio, no creador ni destructor, de la liturgia. Ningún documento de la Iglesia, ni siquiera el Código de Derecho Canónico, atribuye al Papa potestad para abolir un rito de tradición apostólica. Dice S.E. monseñor Athanasius Schneider en Credo: compendio de la Fe católica:

«771. ¿Puede un papa derogar un rito litúrgico de costumbre inmemorial en la Iglesia?

No. Así como un papa no puede prohibir o abrogar el Credo de los Apóstoles ni el Credo Niceno-Constantinopolitano por una nueva fórmula, tampoco puede abrogar los ritos milenarios de la Misa y los sacramentos o prohibir su uso. Esto se aplica tanto a los ritos orientales como a los occidentales.

772. ¿Podría alguna vez prohibirse legítimamente el rito romano tradicional para toda la Iglesia?

No. Se basa en el uso divino, apostólico y pontificio antiguo, y tiene la fuerza canónica de la costumbre inmemorial; nunca puede ser abrogado o prohibirse».

De lo que se desprende, canónica y teológicamente, que el Rito Romano tradicional no ha sido abrogado y que no puede ser revocado ni prohibido. Sigue existiendo como auténtica expresión de la verdadera lex orandi y los sacerdotes siguen teniendo derecho a celebrarlo, lo mismo que los fieles a participar en él.

En la Carta a los obispos observamos que el Papa se habría inspirado en San Pío V, el cual, tras el Concilio de Trento, estableció un único Misal Romano para toda la Iglesia latina. Con todo, el paralelo es equívoco; San Pío V no introdujo un nuevo rito. Lo que hizo fue restablecer el Rito Romano ya existente y proteger los que como mínimo tenían doscientos años de antigüedad. Mientras que el Misal de Pablo VI es una creación novedosa que rompe la continuidad, y que apoyándose en la autoridad de San Pío V habría que descartar al carecer de suficiente antigüedad. Aunque el motu proprio Traditionis custodes aparezca revestido de un tono legislativo severo, no resuelve las cuestiones doctrinales y litúrgicas surgidas a raíz de la reforma postconciliar. Intenta establecer por vía normativa algo que no se ha podido consolidar por la vía pastoral ni por la teológica.

En cuanto ordinatio rationis y no por la mera fuerza de la obediencia, la ley obliga a obedecer a una autoridad legítima. Separada del ordenamiento racional, la voluntad del legislador lleva peligrosamente a una peligrosa conculcación del derecho y a la negación de la realidad.

Según un sano concepto del derecho, alejado de maquiavelismos, es esa racionalidad la que rige la norma. Si la norma no tomase su medida de la ordinatio rationis, terminaríamos en una actitud totalmente arbitraria por parte de la autoridad. ¿Qué hizo Benedicto XVI con Summorum Pontificum? Partió de la constatación de que existían dos formas del rito en la Iglesia latina (de ahí la afirmación de que los libros litúrgicos antiguos no habían sido abrogados), una de las cuales era multisecular, y trató de encuadrarla jurídicamente con miras al bien común. Podrá discutirse si se hizo del mejor modo posible (en realidad, la afirmación dos formas del mismo rito es en sí errónea; ¿cómo es posible, por poner un solo ejemplo muy básico, que un rito en el que el sacerdote no separa los dedos índice y pulgar para no perder el menor fragmento de la Hostia consagrada tenga el mismo significado que otro que permite recibir la Comunión en la mano y que la distribuyan ministros extraordinarios?).

¿Qué hizo el papa Francisco? Decidió utilizar el derecho en contra de la realidad, inventándose que la única forma del Rito Romano sería la que salió de la reforma proyectada por Pablo VI, con lo que mandó a paseo el Rito Romano multisecular. Aunque contenga elementos de éste, ha sufrido una transformación tan radical que no es posible invocar una continuidad en la forma. En este caso, la reforma no ha consistido en una recuperación de la forma, sino en la creación de una nueva forma. Esta nueva forma señala precisamente algo nuevo. El autor cita a los autores de la reforma litúrgica, como el padre Joseph Gélineau y monseñor Anibale Bugnini, que hablaban de un Rito Romano destruido en lugar de un desarrollo del mismo. En el Consilium estaban presentes seis teólogos protestantes como asesores. Lo cual es importante teniendo en cuenta que en el Osservatore Romano del 19 de marzo de 1965 Bugnini hizo una declaración escandalosa: «Tenemos que sacar de nuestras oraciones católicas y de la liturgia católica todo lo que suponga una piedra de tropiezo para nuestros hermanos separados, o sea los protestantes»; la reforma era necesaria para que «las oraciones de la Iglesia no fueran causa de malestar espiritual para nadie». Y Jean Guitton, que desde luego no tenía nada de tradicionalista y era amigo de confianza de Pablo VI, afirmó:

«Es decir, que Pablo VI tiene la intención ecuménica de eliminar de la Misa, o al menos corregir o atenuar, lo que sea excesivamente católico en un sentido tradicional, y acercar la Misa católica –insisto– al rito calvinista»2.

Por eso declaró Klaus Gamber: «Una cosa es segura: que el Novus Ordo Missae que se nos presenta ahora no cuenta con la aprobación de la mayoría de los padres conciliares»3. De hecho, observando la realidad, no se puede menos que afirmar que el Misal promulgado por Pablo VI no se ajusta a las demandas que habían surgido de Sacrosanctum Concilium. En ningún punto prevé esta constitución apostólica «la supresión del Ofertorio tradicional ni la formulación de nuevas plegarias eucarísticas, la eliminación o modificación de casi todas las oraciones, que la celebración se realice de cara al pueblo, que el Canon se rece en voz alta ni mucho menos que la Comunión pueda recibirse en la mano»4. Ni siquiera se han respetado las indicaciones positivas sobre el mantenimiento de la lengua latina y el canto gregoriano. Por último, el voluntarismo jurídico que anima Traditionis custodes ha llevado en otros párrafos a despreciar el derecho canónico y a que se comentan errores jurídicos, como sobradamente demuestra el P. Rivoire. Es más, la cuestión litúrgica es más que un asunto de ritos; es también un tema fundamental que afecta la relación entre el Papa y la Revelación divina, que se expresa en la Escrituras y la Tradición.

«Lo desconcertante no es tanto que Francisco contradiga a su predecesor, sino que despache un rito plurisecular como si se tratara de un asunto puramente disciplinario»5.

Si la liturgia tradicional está viva hoy no es por nostalgia, sino porque expresa de modo sublime el sentido del sacrificio, la centralidad del culto divino, el silencio adorante y la íntima unión que liga fe y rito. Mientras que su rechazo se muestra como una opción ideológica en vez de pastoral, y corre el riesgo de fomentar la división en lugar de remediarla. La caridad y la verdad obligan a afirmar que el Rito Romano tradicional, calificado por el cardenal Schuster de lo más hermoso que hay en este mundo, sigue siendo un tesoro de la Iglesia que es preciso custodiar, celebrar y transmitir aunque conlleve sacrificios. El cardenal Darío Castrillón Hoyos declaró que «no puede prohibirse ni considerarse perjudicial una Misa que durante siglos nutrió al pueblo cristiano y la sensibilidad de numerosos santos como San Felipe Neri, San Juan Bosco, Santa Teresa de Lisieux […] y el padre Pío de Pietrelcina; se puede sostener que el rito antiguo expresa mejor el sentido del sacrificio de Cristo que representa la Santa Misa»6.

No se puede abolir la Tradición con un motu proprio. Las amenazas, prohibiciones y rescriptos no conseguirán extirpar la sed de lo sagrado, de la verdad y de continuidad que Dios ha grabado en el corazón de tantos fieles, sean jóvenes o mayores. Si la Jerarquía reniega de sus raíces, los católicos tienen el deber de mantenerse fieles a lo que Iglesia siempre ha creído, celebrado y enseñado.

Pietro Pasciguei


1 Mi vida, Encuentro, 2006, pp. 176-177.

2 Lumiere 101, Radio domenicale di Radio-Courtois, 19 de diciembre 1de 993.

3 The Reform of the Roman Liturgy, Harrison, Nueva York 1993, p. 61.

4 Il motu proprio Traditionis Custodes alla prova della razionalità giuridica, Amicizia Liturgica, p. 21.

5 Il motu proprio Traditionis Custodes alla prova della razionalità giuridica, Amicizia Liturgica, p. 20.

6 E. Cuneo – D. di Sorco – R. Mameli, Introibo ad altare Dei, p. 7.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

sábado, 18 de octubre de 2025

El difícil equilibrio de León XIV: Conservadores Alertas y Liberales Expectantes | Santiago Martín





DURACIÓN 18:41

¿QUÉ PASA EN LA IGLESIA? #89



DURACIÓN 34:02 MINUTOS


1. El gobierno de España quiere blindar el aborto 
2. Acto por la libertad religiosa 
3. Restauración de la Esperanza Macarena 
4. 75 años de las Misioneras de la Caridad 
5. El peligro de Halloween 
6. Sacerdotes jóvenes en USA 
7. Dudar de la virginidad de María es renunciar a la fe 
8. Canonización de José Gregorio y Madre Carmen

martes, 14 de octubre de 2025

Cardenal Robert Sarah: “La Eucaristía es el cara a cara con Dios”



En una extensa entrevista en exclusiva al medio francés Tribune Chrétienne concedida en Roma el 9 de octubre, el cardenal Robert Sarah abordó con su habitual claridad los grandes desafíos de la Iglesia y del mundo contemporáneo. Considerado una de las voces más firmes de la ortodoxia católica, insistió en que el futuro de la humanidad depende de su relación con Dios: «El hombre tiene su raíz en Dios; excluirlo de la sociedad es destruirnos». Para Sarah, la misión de la Iglesia no es adaptarse al mundo, sino volver a colocar a Cristo en el centro: «Sin Dios no podemos vivir. La Iglesia está hecha para enseñar, santificar y guiar, no para callar».

Dios en el centro

El cardenal ve en la secularización una forma de anestesia espiritual que ha vaciado a Europa de sus raíces cristianas. «Occidente vive como si Dios no existiera», afirmó, y señaló que «los gobiernos que legalizan el aborto o la eutanasia se burlan de Dios». En ese sentido, calificó de «insulto directo a Dios» la inscripción del aborto en la Constitución francesa y condenó sin matices la eutanasia: «Ninguna autoridad tiene derecho a decidir sobre la vida o la muerte de alguien». En contraste, destacó positivamente que en Estados Unidos se haya recuperado la oración en la vida pública, valorando la actitud de quienes «invitan al pueblo a volverse hacia Dios».

La liturgia: el corazón de la fe

Sarah dedicó buena parte de la conversación a la Misa y a su sentido profundo. «La Eucaristía es el único momento en que el hombre está en contacto directo con Dios, donde Él lo escucha y le habla», subrayó, lamentando que se haya convertido «en un campo de batalla entre tradicionalistas y progresistas». A propósito del motu proprio Traditionis custodes, expresó su esperanza de que el Papa León XIV «dé lugar a cada uno», recordando que «el Papa es padre de todos: de los tradicionalistas y de los progresistas». Para el cardenal, «prohibir la Misa tradicional es un error; hay que animar a quienes practican y creen».

Doctrina y verdad

Sobre la evolución doctrinal, Sarah precisó que la Iglesia puede profundizar en su comprensión de la verdad, pero sin alterar su naturaleza. «La doctrina evoluciona como un embrión: se desarrolla, pero no se transforma en otra cosa», explicó. «La enseñanza que debemos acoger con fe es la del Magisterio, no la opinión del teólogo». Rechazó la posibilidad del sacerdocio femenino recordando que «la cuestión está definitivamente resuelta por san Juan Pablo II: la Iglesia no tiene poder alguno para ordenar mujeres».

Actualidad eclesial

Preguntado por la primera exhortación apostólica del nuevo pontífice León XIV, centrada en el amor a los pobres, Sarah respondió que aún no la había leído, pero advirtió contra la tentación de politizar la Iglesia: «La Iglesia es esposa, madre, educadora y misionera; no es para los pobres ni para los ricos, es madre de todos los pueblos». En cuanto al rumbo del nuevo pontificado, celebró la prudencia y la continuidad: «No es sabio cambiarlo todo en meses; el verdadero cambio debe empezar dentro de cada uno de nosotros: sacerdotes, obispos y fieles».

Fiducia supplicans y la cuestión moral

Sobre el polémico documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe y el llamado “peregrinaje LGBT”, Sarah fue categórico: «Cada persona debe ser respetada, pero cada persona también debe respetar a Dios y la doctrina de la Iglesia». Calificó de «agresión a Dios» la introducción de banderas y símbolos ideológicos en las basílicas y apoyó los actos de reparación promovidos por varios obispos. «Respetamos a todos, pero debemos respetar también a Dios», afirmó.

Migración y misión

El cardenal considera insuficiente un enfoque meramente material hacia los migrantes. «Si solo das pan, no has dado nada; dales también a Dios», dijo. A su juicio, la verdadera ayuda es ofrecer educación, trabajo y fe en sus países de origen. Recordó que la misión cristiana sigue siendo actual: «Jesús envió a sus discípulos a enseñar y bautizar; no se trata de forzar, sino de proponer a Cristo como único Salvador».

La familia y las vocaciones

Sarah identificó la crisis de la familia como el origen de la crisis vocacional. «Si destruimos la familia, destruimos la Iglesia», advirtió. «Hay una sola familia: un hombre, una mujer y los hijos». Explicó que la fe se transmite primero en el hogar y que sin esa base «la fe se apaga». Para el cardenal, reconstruir la familia es condición indispensable para renovar la vida cristiana y la misión.

África, cultura y liturgia

El purpurado respondió a quienes lo acusan de alejarse de su continente recordando que sigue siendo profundamente africano, pero que antes que africano es cristiano: «Soy cristiano africano. Primero hijo de Dios, después africano». Criticó con firmeza las celebraciones convertidas en espectáculo: «Celebramos la muerte de Cristo; ¿María y Juan bailaban al pie de la Cruz?», preguntó, lamentando que algunos sacerdotes y obispos «banalicen la liturgia» con bailes y guitarras.

Ecología y fe

Sobre el tema de la “conversión ecológica integral” relanzado por León XIV, Sarah pidió prudencia y equilibrio: «Respetamos la naturaleza porque es obra de Dios, pero no debemos convertirla en una diosa». Recordó que «la tierra nunca ha sido llamada ‘nuestra madre’ en la Biblia» y que un exceso de discurso ecológico puede llevar al sincretismo: «La verdadera conversión es la del corazón; si el corazón se convierte, también cambia nuestra relación con la creación».

Esperanza y santidad

Al final del encuentro, el cardenal resumió su vocación y su deseo más profundo: «Mi única ambición es que Dios haga de mí un sacerdote santo». Pidió orar por los sacerdotes «muchos de ellos desanimados y solos», y repitió la frase que eligió como lema episcopal: «Mi gracia te basta». Para Sarah, ese es el núcleo de toda esperanza cristiana: confiar en que la gracia de Dios basta para sostener la fe, renovar la Iglesia y reconducir al mundo hacia su verdadera luz.


Entrevista exclusiva con el cardenal Robert Sarah (versión íntegra en español)

En el mundo católico y más allá, al cardenal Robert Sarah se le reconoce como una de las grandes voces proféticas de la Iglesia. Fue prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos y es miembro de la Congregación para las Iglesias Orientales. Fiel a la doctrina de la Iglesia, llama a poner a Cristo en el centro de la fe. Millones de fieles lo leen y lo escuchan. 

En esta conversación, repasa su mirada sobre la Iglesia, la fe y los desafíos de nuestro tiempo.

TC — Se le describe como conservador o incluso ultraconservador. L’Humanité, en abril de 2025, antes del cónclave, lo presentó como el digno heredero de la Inquisición. ¿Cómo recibe este tipo de acusación?

RS — Lo recibo como una acusación. No tengo nada que responder. Si me juzgan así, lo acepto. Pero encuentro que es una acusación infundada, que no se sostiene. Si me juzgan así, ¿qué quiere que diga? La acepto. Por definición, no tiene fundamento.

Sobre el aborto

TC — El papa Francisco llegó a decir que los médicos que practican el aborto son “sicarios”. ¿Comparte esa expresión? ¿Y cómo puede la Iglesia seguir defendiendo la vida en un mundo donde la muerte se ha banalizado?
RS —  El Concilio Vaticano II definió el aborto como un crimen abominable. Es la posición de la Iglesia: no matarás. Es un mandamiento absoluto. Comparto plenamente lo que dijo el papa Francisco. No se puede tergiversar: el aborto es un crimen abominable.
TC —  En Francia, el aborto ha sido inscrito en la Constitución.
RS —  Eso es una decisión francesa. Pero me parece una burla a Dios, una ofensa directa a Dios. Francia, hija primogénita de la Iglesia, ha llegado a insultar a Dios con este tipo de decisión.

Donald Trump y el retorno de la fe

TC — En Estados Unidos, Donald Trump ha devuelto la fe al centro de la vida pública. Hay oración y adoración en la Casa Blanca. ¿Qué le inspira este retorno de lo religioso a la política?
RS —  El hombre tiene su origen en Dios. Separarse de Dios es suicidarse. La decisión de Trump de invitar a su pueblo a volverse hacia Dios me parece sabia. Sin Dios no podemos vivir. Occidente se suicida al excluirlo. Hoy en Occidente Dios “ha muerto”. Lo hemos desterrado de la vida cotidiana y de la política. Pero sin Dios, el hombre se destruye.
TC —  ¿Y sobre el asesinato de Charlie Kirk?
RS —  No lo conocía personalmente, pero parece que vivía su fe públicamente. Vivimos en una democracia que proclama la libertad de expresión, pero no tolera una palabra diferente. Es un horror que en un país civilizado se asesine por profesar la fe.

Eutanasia

TC —El Senado francés examina una ley sobre la llamada “ayuda a morir”. ¿Qué les diría a los senadores?
RS — Ningún gobierno tiene derecho a decidir sobre la vida o la muerte de nadie. No tenemos derecho a matar a una persona, bajo ningún pretexto. Decidirlo es usurpar un poder que no les pertenece.

“No hablo en nombre de ningún partido”

TC — En Francia se le asocia con un cierto movimiento identitario.
RS — Yo nunca hablo de política. Soy sacerdote y obispo: hablo de Dios, de la doctrina, de la moral. No soy ni de derecha ni de izquierda. Algunos pueden instrumentalizar mis palabras, pero yo sólo hablo en nombre de Dios.

Sobre la exhortación apostólica de León XIV

TC —  Hoy se publica la primera exhortación del papa León XIV, centrada en el amor a los pobres. ¿Qué le inspira?
RS — Aún no la he leído. Pero diré esto: la Iglesia es esposa, madre y educadora. No es una creación humana, viene de Dios. Hay que evitar calificaciones ideológicas. La Iglesia no es “para los pobres” o “para los ricos”: es madre de todos los pueblos.

Ordenación de mujeres

TC — Sarah Mullally ha sido nombrada arzobispo de Canterbury. ¿Qué piensa?
RS — La cuestión está resuelta por san Juan Pablo II: no hay sacerdocio femenino. Y, por tanto, tampoco episcopado femenino. María fue la más santa de las mujeres, pero Jesús no la hizo sacerdote. La Iglesia no tiene autoridad para cambiar eso.

Evolución doctrinal

TC — Algunos hablan de doctrina “inspirada” frente a doctrina “revelada”, para justificar cambios.
RS — La doctrina puede desarrollarse, pero sin contradecir su naturaleza. Como un embrión que crece sin dejar de ser humano. Los teólogos pueden opinar, pero sólo el Magisterio enseña con autoridad.

Abusos sexuales

TC — Tras el informe de la CIASE, algunos quieren culpar a toda la Iglesia.
RS — Es terrible lo que han hecho algunos sacerdotes, pero representan el 3%. No se puede condenar al 97% restante. Hay una intención clara de usar estos casos para hacer callar a la Iglesia, pero la palabra de Dios no puede encadenarse.

Liturgia y Traditionis custodes

TC — Usted espera que el motu proprio sea revisado.
RS — Cristo rezó por la unidad. Y hemos convertido la Misa en un campo de batalla: tradicionalistas contra progresistas. Es una profanación. La liturgia es el momento en que el hombre se encuentra cara a cara con Dios. Los fieles que más practican hoy son los que asisten a la Misa tradicional. Hay que animarlos, no prohibirles. Espero que el Papa tenga en cuenta eso.

Fiducia supplicans y el “pèlerinage LGBT”


TC —  ¿Qué piensa de esa bendición de parejas homosexuales?
RS — Cada persona debe ser respetada, pero también debe respetar la ley de Dios. Admitir un “matrimonio” entre personas del mismo sexo no tiene sentido. Y haber introducido la bandera LGBT en una basílica es insultar a Dios. Hay que pedir perdón.

Persecución en Occidente

TC — Usted conoció la dictadura en Guinea. ¿Cómo ve la situación en Occidente?
RS — En África sufrimos persecución física. En Occidente, la persecución es más grave: se anestesia la fe. Se profanan iglesias, se legalizan el aborto, la eutanasia, la homosexualidad. Se ha perdido la raíz cristiana. Es una persecución espiritual más profunda.

Laicismo

TC — ¿La laicidad es un pretexto para atacar a la Iglesia?
RS — Sí. El Estado laico que corta sus raíces se destruye. Es una ideología contra la Iglesia. El hombre no puede vivir sin religión. Todo en la cultura europea —arte, arquitectura, música— nace del cristianismo. Negarlo es suicidarse.

Migración

TC — El papa León XIV dijo: “Los migrantes serán siempre bienvenidos”. Usted, en cambio, ha hablado de una “traición”.
RS — Mi posición es clara: ¿por qué vienen? Porque creen que Europa es el paraíso. Hay que ayudarles a desarrollarse en sus países. No basta con darles trabajo: hay que darles también a Dios. Si sólo damos pan, no damos nada.
TC — ¿Y cómo evangelizar a los musulmanes?
RS — Jesús dijo: “Id por todo el mundo y bautizad”. No se trata de forzar, sino de anunciar. Si creemos que sólo Cristo salva, debemos evangelizar. No basta el desarrollo material: hay que anunciar el Evangelio.

Familia y vocaciones

TC — ¿La crisis de vocaciones está ligada a la familia?
RS — Claro. Si se destruye la familia, se destruye la Iglesia. La familia es la pequeña Iglesia doméstica. No hay “varios tipos” de familia: sólo una, formada por un hombre, una mujer y sus hijos. Si no se transmite la fe en casa, la fe se extingue.

Ecología y misión

TC — El papa León XIV ha retomado el tema de la “conversión ecológica”.
RS — Debemos respetar la creación porque es obra de Dios, pero no convertirla en una diosa. La “Madre Tierra” no existe en la Biblia. Introducir ídolos como la Pachamama en una basílica fue un error. La verdadera conversión es la del corazón.

Sobre León XIV y el cambio en la Curia

TC —  Algunos esperaban una revolución en la Curia. No ha ocurrido.
RS — El Papa no puede cambiar todo en pocos meses. No es un mago. El verdadero cambio debe venir de nosotros: sacerdotes, obispos, fieles. El cambio auténtico es interior, de fe, de oración, de santidad.

La Iglesia de Francia

TC — ¿Está la Iglesia francesa demasiado callada?
RS — Comparada con Alemania, Bélgica o Holanda, la Iglesia de Francia no está mal. De ella han nacido muchos movimientos nuevos. Fue la única donde el pueblo salió a manifestar contra el “matrimonio para todos”. Hay que felicitarla.

África y la liturgia

TC — Algunos dicen que ya no conoce el África, que allí las Misas son festivas, con cantos y danzas.
RS — Soy africano y cristiano. Pero antes que africano, soy hijo de Dios. Jesús rezó en silencio 30 años antes de predicar. No confundan cultura con culto. No se trata de espectáculos: en la Misa celebramos la muerte de Cristo. ¿Acaso María bailó al pie de la cruz?

Su lema episcopal: “Mi gracia te basta”

TC — ¿Por qué eligió ese lema?
RS —  Lo escogí porque era joven y sin experiencia. Me recordaba que no era yo quien me había elegido, sino Dios. Y su gracia basta.
TC — ¿Nunca dudó?
RS — Sólo una vez, en el seminario de Nancy. Pero luego mi padre me dijo: “Has tenido varios superiores, cada uno distinto, pero tú no trabajas para ellos, sino para Dios”.

Su testamento espiritual

TC — ¿Qué le gustaría que se recordara de usted?
RS — Sólo deseo ser un santo sacerdote, al servicio de Dios y de la Iglesia. Nada más.
TC — Muchos sacerdotes hoy están desanimados.
RS — Sí, pero que recuerden que Cristo sufrió primero. Su sufrimiento es incomparable. Que no pierdan el valor. Y que los obispos estén cerca de sus sacerdotes.

Entrevista realizada en Roma. Texto original en francés para Tribune Chrétienne. Traducción fiel al español para InfoVaticana.

viernes, 10 de octubre de 2025

¿QUÉ PASA EN LA IGLESIA? #88 PADRE JORGE GONZÁLEZ GUADALIX



DURACIÓN 33:24

Feijóo, Presidente del PP, asegura que si gobierna garantizará que cualquier mujer pueda abortar conforme a la ley (COMENTARIOS PERSONALES AL FINAL)




El Partido Popular es un partido abortista. Por si quedaba alguna duda, su presidente, Alberto Núñez Feijóo, ha asegurado que de gobernar garantizará que todas las mujeres puedan abortar con toda la ayuda médica posible.


(InfoCatólica) Tras la polémica de los últimos días por la moción aprobada en el Ayuntamiento de Madrid para que las mujeres reciban información sobre el síndrome post-aborto y la exigencia del Gobierno a las comunidades autónomas para que creen un registro de objetores de conciencia entre el personal sanitario que no quieran participar en esa práctica inhumana, así como por la pretensión del PSOE de que el aborto sea un derecho garantizado por la Constitución, el presidente del Partido Popular ha querido dejar clara cuál es su postura y, por tanto, la de su partido.

El líder del PP asegura en un comunicado que su compromiso es garantizar a las mujeres el acceso al aborto con atención médica y psicológica adecuada, y critica al presidente del Gobierno por recurrir a «maniobras desesperadas» para ocultar los problemas reales de las familias.

Alberto Núñez Feijóo ha afirmado que garantizará que «cualquier mujer que opte por la interrupción de su embarazo pueda hacerlo con la mejor atención médica y psicológica, conforme a las leyes». El presidente del Partido Popular ha acusado al jefe del Ejecutivo, Pedro Sánchez, de reabrir debates del pasado como estrategia para desviar la atención de «la corrupción» y de la «falta de rumbo» del Gobierno.

A su juicio, «volver 50 años atrás es meter miedo a la gente con bulos sobre falsas prohibiciones del aborto» y ha reprochado que mientras se habla de este asunto, no se actúe para ayudar a «las miles de mujeres que hoy quieren tener un hijo y no pueden, entre otras cosas porque un Gobierno corrupto se ha gastado el dinero en prostitución en lugar de ayudar a los jóvenes a prosperar y poder construir una familia».

En este contexto, ha defendido que «España necesita soluciones, no distracciones» y ha expresado su intención de gobernar desde «la serenidad, la transparencia y la verdad». Frente a lo que considera una utilización política de las mujeres por parte de Sánchez, Feijóo ha asegurado que su propósito es «resolver los problemas reales de las familias y garantizarles un futuro mejor».

Según ha declarado, el verdadero debate pendiente en España es el de la natalidad, la conciliación y el futuro. Por ello, ha avanzado que promoverá medidas para que «ninguna mujer renuncie a ser madre por motivos económicos, laborales o de vivienda» y ha subrayado que «la política debe estar al servicio de la libertad real de elegir cuándo y cómo tener hijos».

Feijóo ha concluido que «Sánchez no defiende a las mujeres: las utiliza», y ha contrapuesto su proyecto político como una alternativa de «estabilidad, respeto y futuro» frente a «la división y la manipulación».

Declaración de Feijóo:

Volver 50 años atrás es meter miedo a la gente con bulos sobre falsas prohibiciones del aborto y no hacer nada por las miles de mujeres que hoy quieren tener un hijo y no pueden, entre otras cosas porque un Gobierno corrupto se ha gastado el dinero en prostitución en lugar de ayudar a los jóvenes a prosperar y poder construir una familia.

Pedro Sánchez está agotado política y moralmente. Acorralado por la corrupción y por su falta de rumbo, recurre a maniobras desesperadas para sobrevivir unos meses más. Como se vislumbra la paz en Gaza, necesita otra cosa. Hoy intenta reabrir debates del pasado para ocultar los problemas del presente. Ni me impresiona ni me condiciona. España necesita soluciones, no distracciones.

Mi compromiso es gobernar desde la serenidad, la transparencia y la verdad. Los españoles merecen un gobierno que no divida para durar, sino que una para avanzar. Yo no utilizaré causas supuestamente nobles para marcar líneas que enfrenten a la sociedad. Mi propósito es resolver los problemas reales de las familias y garantizarles un futuro mejor.

Sobre el aborto, mi posición es clara y conocida. Garantizaré siempre que cualquier mujer que opte por la interrupción de su embarazo pueda hacerlo con la mejor atención médica y psicológica, conforme a las leyes. Lo que está en riesgo es que las familias puedan tener los hijos que desean, porque el Gobierno no les ofrece condiciones para hacerlo.

El verdadero debate que España necesita es sobre natalidad, conciliación y futuro. Si queremos un país con oportunidades, debemos apoyar a quienes quieren formar una familia. Impulsaré medidas para que ninguna mujer renuncie a ser madre por motivos económicos, laborales o de vivienda. La política debe estar al servicio de la libertad real de elegir cuándo y cómo tener hijos.

Sánchez no defiende a las mujeres: las utiliza. Las convierte en su último salvavidas político, y eso es inmoral. Mientras él se aferra a los conflictos, yo propongo estabilidad. Respeto y futuro. Frente a la división y la manipulación, ofrezco un proyecto para unir y hacer avanzar a España.

Alberto Núñez Feijóo


Bueno, si todavía alguien tenía alguna duda acerca de la postura del PP frente al aborto, el presidente del PP, el señor Feijóo ha dejado muy claro cuál es la posición suya y la de su partido.

Luego, si había algún tipo de duda a este respecto (¡que, en realidad, no la había) ahora esa duda está resuelta con una claridad meridiana: el PP es un partido abortista 100%, de modo que ningún católico puede votar a este partido sin cometer un pecado grave, en cuanto cómplice de este asesinato de niños inocentes.

Y no, esto no es hacer política. Lo que está en juego es la vida de estos niños, aún por nacer, que no han ofendido a nadie y que están completamente indefensos.

No hay ahora en España ningún partido que esté a favor de la vida. Y aunque a alguien le suene esto a política, lo cierto es que sólo VOX está en contra del aborto. Lo siento, pero es así. Esa falsa idea del mal menor, de que hay que votar al PP porque si no el PSOE ganaría las elecciones es una falacia, una mentira para engañar a los ingenuos e ignorantes que, por desgracia, abundan mucho en nuestra pobre España.

¡Y que viva Cristo Rey!

¿Quién Rompe la Iglesia? El Papa y su opinión | Obispos a Favor y Contra LGTBQ | P. Santiago Martín



DURACIÓN 19:27

sábado, 4 de octubre de 2025

Cuando el Papa torpedea la batalla por la vida, y por el camino se carga la teología moral básica



En los últimos días, tras las palabras de León XIV sobre Cupich y el premio al senador Durbin, hemos podido comprobar un fenómeno devastador: los grandes medios de comunicación no han tardado en presentarse como voceros del Papa para acusar de hipócritas a los provida y blanquear a los políticos abortistas. MSNBC, como muestra, ya hablan de “tener de su parte la autoridad moral de la Iglesia” para justificar el aborto.

No es una anécdota. Cada palabra de un Papa tiene un eco inmenso. Y lo que para algunos puede parecer un matiz teológico o un guiño pastoral, en la batalla cultural, política y social se convierte en un torpedo a la línea de flotación de quienes llevan décadas defendiendo la vida en la calle, ante las clínicas, en los parlamentos y en los tribunales.

El aborto no es un tema más

La enseñanza moral de la Iglesia, plasmada con claridad en Veritatis splendor y en Evangelium vitae, por ejemplo, distingue entre males que son intrínsecamente desordenados —y por tanto nunca justificables— y otros problemas sociales y morales que admiten grados, contextos y prudencia política.

El aborto está en la primera categoría. Es la eliminación directa e intencionada de un inocente, un acto que no admite circunstancias atenuantes ni proporcionalismo posible. Colocarlo al mismo nivel que la política migratoria, la ecología o la pobreza no es “integralidad”, es una distorsión moral. Es desarmar conceptualmente la defensa de la vida y rebajarla al terreno de la opinión.

El veneno de la “túnica inconsútil”

La llamada teoría del seamless garment de Joseph Bernardin, recuperada ahora como si fuera la panacea de la coherencia cristiana, opera en la práctica como un disolvente: reduce el aborto a un elemento más de una lista, poniéndolo al lado de la pena de muerte, la contaminación o la falta de acceso al polideportivo municipal.

La consecuencia es previsible: en lugar de exigir a un político que defienda el derecho fundamental a la vida, se le permite compensar su apoyo al aborto con un buen discurso verde o con fondos para programas sociales. Es exactamente lo que ha ocurrido con Durbin.

Una bomba en Veritatis splendor

Juan Pablo II explicó con precisión que hay actos que, por su objeto mismo, son malos siempre y en todas partes. El aborto es el paradigma de esos actos. Tratarlo como un asunto opinable o relativo, rebajándolo a la categoría de “tema entre otros”, significa dinamitar uno de los pilares de la moral católica, el concepto de «intrínsecamente desordenado».

Una tragedia para la Iglesia y para el mundo

Es una tragedia que un Papa hable así, porque desarma la conciencia de los fieles, embrolla la claridad que necesitamos frente a la mentira cultural del aborto y deja vendidos a quienes en primera línea combaten en defensa de los más vulnerables.

La Iglesia no está llamada a equilibrar el aborto con otras causas secundarias, sino a proclamar con toda la fuerza profética de Cristo que no se puede matar al inocente. Esa es la línea roja absoluta, y borrarla en nombre de la “coherencia integral” no une a la Iglesia: la divide y la debilita, y entrega munición al enemigo.

Carlos Balén

¿QUÉ PASA EN LA IGLESIA? #87 PADRE JORGE GONZÁLEZ GUADALIX




DURACIÓN: 35 MINUTOS

jueves, 2 de octubre de 2025

Me temo que hay que (empezar a) preocuparse





La elección del Papa León XIV fue una gran alegría para muchos, que estábamos cansados del tormentoso pontificado anterior. Parecía inaugurarse una nueva etapa en la que se acabarían los constantes sobresaltos, las arbitrariedades, el desprecio de la moral y la doctrina de la Iglesia y la proliferación en altos cargos de personajes que, en otras épocas, no habrían pasado de porteros de convento o sacristanes. El Pontífice recién elegido, tan amable, educado y cuidadoso en las formas, era un símbolo de que, de nuevo, la Iglesia se dedicaría a lo suyo, a ser Iglesia y a enseñar la fe católica y la salvación en el Señor Jesucristo, en lugar de a intentar superar al mundo en mundanidad. ¿Cómo no alegrarse?

La discreción de León XIV, que habló poco durante los primeros cien días de pontificado, permitió mantener estas esperanzas de cambio y renovación. Esa situación idílica duró lo que duró, pero en algún momento tenía que acabar. Por desgracia, tras el verano, cuando ha empezado a hablar y actuar más, el idilio se ha enfriado y, a una velocidad inquietante, han comenzado a surgir significativas razones para preocuparse.

Ya al principio mismo del pontificado señalamos alguna disonancia, como la afirmación de que el “verdadero milagro” de la multiplicación de los panes y los peces del evangelio era el compartir. Dentro de su gravedad objetiva, aún podían atribuirse, sin embargo, a una forma desafortunada de expresarse, comprensible quizá en alguien que no estaba acostumbrado aún a su nuevo cargo. El problema con esta interpretación reside en que, a medida que el pontífice se ha ido acostumbrando a ser Papa, esas afirmaciones desafortunadas o directamente erróneas han ido aumentando en lugar de disminuir.

No hace mucho, León XIV habló en un discurso de la “fe de Jesús”, algo que es contrario a la doctrina de la Iglesia, porque nunca en la Escritura se habla de esa fe y porque el hecho de que Cristo, como Dios verdadero, tuviera la visión beatífica ya en la tierra excluye la posibilidad de la fe. Después, en relación con la guerra de Ucrania, afirmó: “creo firmemente que no podemos perder la esperanza, nunca. Tengo grandes esperanzas en la naturaleza humana”. No hace falta saber mucha teología para darse cuenta de que esto es una afirmación netamente pelagiana. La esperanza del cristiano no está puesta en la naturaleza humana, ni en las buenas intenciones ni en nada parecido, sino en Dios. Resulta, además, muy llamativo caer en ese error de poner la esperanza en la naturaleza humana precisamente en la época en que la gente es más abiertamente anticristiana e inmoral.

En cuanto a la fascinación por temas que distraen fundamental de la tarea de la Iglesia, León XIV ha mostrado ya su militante ecologismo, criticando duramente a los que “han elegido mofarse de los indicios cada vez más evidentes del cambio climático, ridiculizar a los que hablan del calentamiento global e incluso culpar a los pobres precisamente de aquello que más les afecta”. Después, de forma enigmática (y, si somos sinceros y con todo el respeto, bastante ridícula), ha bendecido un trozo de hielo o le ha impuesto las manos o no se sabe muy bien qué ni para qué ni por qué.

Es muy difícil no asombrarse de que un pontífice no se dé cuenta de que su misión no es defender el cambio climático, que es una cuestión científica y no teológica. Especialmente cuando, como suele suceder a los eclesiásticos, no se ha enterado de que el “calentamiento global” ya está pasado de moda (después de décadas y décadas en que no se han cumplido nunca las predicciones catastrofistas al respecto) y ahora solo hay que hablar de “cambio climático", que es algo más vago y vale igual para un roto que para un descosido. En fin, al menos Schwarzenegger le ha llamado por ello un “héroe de acción”.

No podía faltar el irenismo religioso al que ya estamos, por desgracia, acostumbrados. En sus intenciones de oración, León XIV ha puesto una vez más al mismo nivel a las “distintas tradiciones religiosas […] más allá de las diferencias” (como si la misión de la Iglesia no fuera, precisamente, anunciar la diferencia esencial entre el catolicismo y las religiones que no pueden salvar) y hablando de la hermandad entre las religiones (como si la verdadera fraternidad no fuera la fraternidad en Cristo). Afirmó, además que las religiones deben ser “vividas como puentes y profecía”, olvidando que Cristo es el único puente entre Dios y los hombres y que las religiones no cristianas son errores mezclados con algunas verdades, pero en ningún caso profecías (es decir, palabras dadas en nombre de Dios).

Una de las cosas más graves ha sido su reafirmación de Fiducia supplicans, el documento del Papa Francisco que permitía bendecir a las parejas del mismo sexo, como si no fuera un despropósito bendecir lo que es moralmente malo. En la misma entrevista afirmó, entre otras cosas bastante cuestionables, que “me parece muy poco probable, al menos en un futuro próximo, que la doctrina de la Iglesia respecto a lo que enseña sobre la sexualidad y sobre el matrimonio” vaya a cambiar. Esto es gravísimo, porque si el propio Papa admite que es posible que la Iglesia cambie su doctrina sobre la sexualidad y el matrimonio, eso significa que no considera que sea verdad, porque la verdad no cambia. A eso se une que a una heterodoxa organizacion pro-LGBT el Vaticano le ha permitido participar oficialmente en el jubileo, con banderas del arcoiris, lemas anticatólicos, una cruz también arcoirisada y una Misa solemne en el Gesù, celebrada por el vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana, en la que se intentó normalizar las relaciones del mismo sexo.

La gota que ha colmado el vaso para muchos, sin embargo, ha sido su asombroso apoyo a que se otorgase el premio a “los logros de toda una vida” a un senador norteamericano abortista y favorable al “matrimonio” del mismo sexo. Por si eso fuera poco, el pontífice ha pretendido fundamentar ese apoyo en que “alguien que dice que está en contra del aborto, pero está a favor de la pena de muerte, no es realmente provida”. De nuevo, no hace falta ser un teólogo para saber que el aborto es provocar la muerte a un inocente y, por lo tanto, es intrínsecamente inmoral y siempre malo. En cambio, la pena de muerte es un castigo lícito a alguien culpable de graves delitos y, por lo tanto, se puede aplicar o no en algunas ocasiones, de modo que un católico puede perfectamente estar a favor de la pena de muerte. No hay comparación posible entre ambas cosas y un Papa debería saberlo.

El sentido común nos dice que una o dos de estas cosas podrían achacarse a formas desafortunadas de expresarse, pero, en conjunto, resultan muy preocupantes. Algunos católicos, escamados por el pontificado anterior, ya se preocupaban desde el principio de este pontificado, temiendo que el nuevo Papa fuera a continuar los errores del anterior. Otros prefirieron aguardar a ver qué hacía y decía León XIV, dándole no solo el beneficio de la duda, sino el cariño y respeto que todo católico debe al Papa. Lo que ha ido sucediendo después parece decantar la balanza en dirección a la preocupación.

Es indudable que León XIV aventaja humanamente hablando a su predecesor y que le son ajenos los malos modos, los insultos, la imprudencia constante, la arbitrariedad, la dureza extrema con los enemigos y el desprecio por el derecho canónico. También es indudable que tiene en su haber muchas cosas buenas, como el enfoque más cristocéntrico de sus homilías, su amor por San Agustín, la conciencia de la importancia de la solemnidad y las buenas formas en la Iglesia o el sincero deseo de preservar la unidad eclesial. Asimismo, parece estar dispuesto a remediar algunas injusticias del pontificado anterior, por ejemplo, relajando las restricciones contra los amantes de la liturgia antigua.

Nada de eso importará, sin embargo, si falla en lo propio de un papa, que es confirmar en la fe a los católicos y proclamar esa fe a los que no la conocen. La ortodoxia doctrinal no es una simple ventaja en un Papa, sino que es esencial. Los católicos no deseamos otra cosa que obedecer al Papa, tenerle cariño y aprender de su doctrina, pero para ello tiene que ser fiel a su misión. Santo Tomás enseñaba que “toda verdad, la diga quien la diga, viene del Espíritu Santo”, pero eso supone que todo error, lo diga quien lo diga, no viene del Espíritu Santo.

Es más, en el caso de León XVI los errores doctrinales y morales serían mucho más dañinos, al presentarlos con una cara amable y educada, lo que los haría menos evidentes y, por lo tanto, más difíciles de combatir. Como decía Chesterton, “a menudo, conservador solo significa alguien que conserva revoluciones”. Si el Papa León XIV pretendiera conservar o continuar, a su modo más educado y simpático, la revolución doctrinal y moral fomentada por el Papa Francisco, los católicos, sintiéndolo mucho, tendríamos que resistirnos a ese intento, porque nadie tiene autoridad alguna contra la fe y la moral de la Iglesia, ni siquiera el Papa.

Recemos mucho por León XIV, para que el Espíritu Santo le ilumine y pueda cumplir con gozo su misión de confirmarnos en la fe.

Bruno Moreno

miércoles, 1 de octubre de 2025

Santo Padre, de lo que no puede hablar, mejor es callar



La historia es conocida y decepcionante. El cardenal Blaise Cupich, arzobispo de Chicago, decidió otorgar una medalla, algo muy típico de los yankees, al senador Richard Durbin como un «premio al logro» por su trabajo en torno a la política de inmigración (es decir, por su anti-trumpismo), a pesar del récord de votación proaborto que ostentaba el tal senador. Varios obispos estadounidenses condenaron los planes del cardenal: la Iglesia no puede premiar a alguien que abiertamente es favorable al asesinato de niños.

Finalmente, ayer nos enteramos que el Durbin declinó el honor que se le concedía, motivado seguramente por la ruidosa oposición que encontró dentro de la iglesia estadounidense.

La cuestión es que el Papa León, entrevistado por varios periodistas a la salida de su residencia de Castelgandolfo, breve e improvisadamente, dijo: «Entiendo la dificultad y las tensiones. Pero creo que como yo mismo he hablado en el pasado, es importante mirar muchos temas relacionados con las enseñanzas de la Iglesia. Alguien que dice que estoy en contra del aborto pero está a favor de la pena de muerte no es realmente provida. Alguien que diga que estoy en contra del aborto pero estoy de acuerdo con el trato inhumano a los inmigrantes en los Estados Unidos, no sé si eso es pro-vida. Así que son problemas muy complejos y no sé si alguien tiene toda la verdad sobre ellos. Así que son temas muy complejos y no sé si alguien tiene toda la verdad sobre ellos, pero pediría ante todo que tuvieran respeto los unos por los otros y que busquemos juntos, tanto como seres humanos y en ese caso como ciudadanos estadounidenses y ciudadanos del estado de Illinois, así como católicos, decir que necesitamos estar cerca de todos estos temas éticos. Y encontrar el camino adelante como Iglesia. La enseñanza de la Iglesia sobre cada uno de estos temas es muy clara«.

No vale entrar a analizar los argumentos que da el pontífice sencillamente porque no existen. Y lo que dijo no hace más que demostrar lo que decíamos la semana pasada: Robert Prevost recibió una teología pésima, en el peor momento de la iglesia posconciliar y aprendida en uno de los peores lugares que puede uno imaginarse. Por eso decíamos que no pueden pedirse peras al olmos

Afirmar que «no sé si alguien tiene toda la verdad sobre ellos» muestra una ignorancia supina en teología básica: toda la verdad sobre todos los temas la tiene Jesucristo cuyo intérprete es la Iglesia. Lo curioso es que dice efectivamente que «La enseñanza de la Iglesia sobre cada uno de estos temas es muy clara», pero pareciera que es él quien no tiene clara la enseñanza de la Iglesia. La idea de ausencia de una verdad absoluta y definitiva lleva a estas dudas en el ámbito del bien moral y por tanto la religión queda relegada a una experiencia subjetiva donde lo único importante es eso que también pide el Papa en las mismas declaraciones de ayer: «ante todo que se respeten unos a otros y que busquen juntos el camino». Desvincular la comunión de la verdad y de la fe compartida y llevarla al terreno del respeto y la tolerancia mutua, porque todos podemos tener ideas distintas de lo que es un aborto. En definitiva, lo importante de la fe termina siendo que nos respetemos y sepamos convivir.

Yo insisto en que León XIV es un hombre de buena voluntad, y que estos gruesos errores se deben a su ignancia de la teología católica. Eso no debería ser un gran problema; a lo largo de la historia de la Iglesia encontramos muchos ejemplos de Papas que no sabían teología, pero estos Papas no hablaban sino por sus documentos. Y si hablaban improvisadamente, como hizo ayer León, lo hacían para un grupo reducido de personas y allí terminaba la cuestión. Hoy, en cambio, a los Papas se les da por hablar en cuanto ven un micrófono enfrente y lo escuchan millones de personas y, por eso mismo, pueden meter gravemente la pata, como ocurrió en esta ocasión.

Me permito entonces, con humildad filial, dirigirme al Papa León y suplicarle que no hable improvisadamente. Por algo la Iglesia dispuso que existiese en la corte papal el «Maestro del Sacro Palacio», hoy llamado «Teólogo de la Casa Pontificia», siempre un dominico cuyas funciones son asesorar doctrinal y confidencialmente al Papa en temas de fe, moral y magisterio y participar en la censura teológica de libros y documentos vaticanos.

Wanderer