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sábado, 22 de noviembre de 2025

Mons. Strickland: "Descartar el título de Corredentora no es sólo una cuestión lingüística..."



“Descartar el título de Corredentora no es simplemente una cuestión lingüística. Es parte de un esfuerzo continuo por despojar a la fe de sus afirmaciones sobrenaturales, para hacer que la Iglesia parezca inofensiva ante un mundo que odia la cruz. (…)

Si la Santa Sede —y, de hecho, la misma oficina que acaba de publicar este documento— pudo conceder indulgencias a tal oración, ahora no puede pretender que la doctrina que la sustenta sea «inapropiada». El lenguaje puede requerir una explicación pastoral, pero la verdad no puede ser retractada."

En honor a la fiesta de la Presentación de Nuestra Señora que celebramos hoy, publicamos a continuación una Carta Pastoral de Mons. Strickland sobre el uso del término “Corredentora", que llamativamente no ha sido aún difundida en español, y que a nuestro juicio es oportuno que sea tomada en consideración junto a todo lo respondido al respecto..


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CARTA PASTORAL DEL Mons. STRICKLAND - 5/11/2025

LA QUE ESTÁ DE PIE BAJO LA CRUZ

Carta pastoral sobre la Santísima Virgen María, Corredentora y Mediadora de todas las gracias


Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

El 4 de noviembre de 2025, la Santa Sede publicó una Nota doctrinal a través del Dicasterio para la Doctrina de la Fe (DDF) titulada Mater Populi Fidelis, firmada por el cardenal Víctor Manuel Fernández, prefecto del DDF. En el documento, el cardenal Fernández declara que «no sería apropiado utilizar el título de «Corredentora» para definir la cooperación de María». La razón expuesta es que dicho título «corre el riesgo de oscurecer la mediación salvífica única de Cristo y, por lo tanto, puede crear confusión y un desequilibrio en la armonía de las verdades de la fe cristiana…» (párrafo 22).

Dado que muchas personas se sienten inquietas por estas palabras, y dado que el amor a la Santísima Virgen es el corazón de la auténtica fe católica, me siento obligado, como sucesor de los Apóstoles, a reafirmar la enseñanza perenne de la Iglesia sobre la cooperación singular de Nuestra Señora en la Redención.

Es sorprendente que la justificación dada —para evitar la «confusión» y por razones ecuménicas— se haga eco del mismo lenguaje que durante más de medio siglo se ha utilizado para suavizar y oscurecer la verdad católica. Este razonamiento ha embotado el filo de la doctrina hasta dejar solo un vago sentimiento. Pero la verdad no puede sacrificarse en aras de la diplomacia. El ecumenismo que silencia la verdad deja de ser verdadera unidad. El camino a seguir no es difuminar lo que distingue a la fe, sino proclamarla con claridad y caridad, confiando en que la luz de la revelación disipe la confusión, en lugar de ocultarla.

En los últimos años, este patrón se ha repetido en muchos frentes de la vida de la Iglesia. Con el pretexto de ser «acogedora» e «inclusiva», la identidad sobrenatural de la Iglesia se está sustituyendo poco a poco por una identidad sociológica. Lo que antes se definía por la gracia y la conversión, ahora se está reformulando en el lenguaje de la acomodación y la afirmación. La llamada al arrepentimiento se sustituye por la llamada a la pertenencia. Se le dice al mundo que no necesita cambiar; solo la Iglesia debe cambiar para adaptarse a él. Y así, la fe se diluye, la cruz se suaviza y el Evangelio se vuelve sentimental en lugar de salvífico. Pero el amor sin verdad no es misericordia, es engaño.

Este nuevo documento debe verse en ese contexto. Descartar el título de Corredentora no es simplemente una cuestión lingüística. Es parte de un esfuerzo continuo por despojar a la fe de sus afirmaciones sobrenaturales, para hacer que la Iglesia parezca inofensiva ante un mundo que odia la cruz. 

La Santísima Virgen es el reflejo humano más perfecto de la verdad divina. Menospreciar su papel es menospreciar la realidad misma de la gracia. Cuando sus títulos exaltados son declarados «inapropiados», no es ella quien queda menospreciada, sino nuestra comprensión de Cristo, ya que cada verdad mariana protege una verdad cristológica.

La cooperación de María en la Redención es una doctrina perenne, como atestiguan los Padres. San Ireneo enseñó que «el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María», y San Efrén la llamó «el rescate de los cautivos».

Desde los albores de la Iglesia, la obediencia de la Virgen ha sido vista como la anulación de la rebelión de Eva y el comienzo de la restauración de la humanidad.

La confusión que rodea al término «Corredentora» surge en gran medida de un malentendido del prefijo «co-». En latín, es «cum», que no significa «igual a», sino «con». María no es una redentora rival, sino la que sufrió con el Redentor. Toda su participación fue dependiente, derivada y subordinada, pero profundamente real. Así como la primera Eva cooperó en la caída, la Nueva Eva cooperó en la restauración. Su «fiat» en la Anunciación y su presencia bajo la Cruz son los dos polos de esa cooperación divina. María participó en la obra redentora de su Hijo, el único que podía reconciliar a la humanidad.


Desde el principio, la Iglesia ha profesado que el fiat de María —su consentimiento total y libre al plan de Dios— no fue un momento pasivo, sino una cooperación verdadera y activa en la obra salvadora de su Hijo. La palabra «Corredentora» aparece por primera vez en un pronunciamiento oficial durante el pontificado del papa San Pío X. En 1908, la Sagrada Congregación de Ritos pidió que se incrementara la devoción a la Madre Dolorosa y que se intensificara la gratitud de los fieles hacia la «misericordiosa Corredentora del género humano».

El 22 de enero de 1914, la Sagrada Congregación del Santo Oficio (ahora llamada Dicasterio para la Doctrina de la Fe) concedió una indulgencia parcial de 100 días por la recitación de una oración de reparación a Nuestra Señora, que dice así:
«Bendigo tu santo Nombre, alabo tu exaltado privilegio de ser verdaderamente Madre de Dios, siempre Virgen, concebida sin mancha de pecado, Corredentora de la raza humana».
Si la Santa Sede —y, de hecho, la misma oficina que acaba de publicar este documento— pudo conceder indulgencias a tal oración, ahora no puede pretender que la doctrina que la sustenta sea «inapropiada». El lenguaje puede requerir una explicación pastoral, pero la verdad no puede ser retractada.

El papa San Pío X, en su encíclica Ad Diem Illum Laetissimum (2 de febrero de 1904), enseñó:
«Ahora bien, la Santísima Virgen no concibió al Hijo eterno de Dios solo para que Él se hiciera hombre tomando de ella su naturaleza humana, sino también para que, por medio de la naturaleza asumida de ella, Él fuera el Redentor de los hombres. Por esta razón, el ángel dijo a los pastores: «Hoy os ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor».
Continuó diciendo:
María, «puesto que estaba por delante de todos en santidad y unión con Cristo, y fue tomada por Cristo en la obra de la salvación humana, mereció congruentemente, como dicen, lo que Cristo mereció condignamente, y es la principal ministra de la dispensación de las gracias».
Esto no es poesía, sino enseñanza papal. Esto define lo que la Iglesia siempre ha sabido: la maternidad de María no es solo física, sino redentora, espiritual y universal.

El papa Benedicto XV, en Inter Sodalicia (22 de marzo de 1918), escribió:
«María sufrió tanto y estuvo a punto de morir con su Hijo sufriente y moribundo; renunció tanto a sus derechos maternos sobre su Hijo por la salvación del hombre, […] que podemos decir con razón que redimió a la raza humana junto con Cristo».
El papa Pío XI, en su mensaje a Lourdes el 28 de abril de 1935, rezó:
«Oh Madre de piedad y misericordia, que como Corredentora estuviste junto a tu dulcísimo Hijo sufriendo con Él cuando consumó la redención de la raza humana en el altar de la Cruz… preserva en nosotros, te lo suplicamos, día tras día, los preciosos frutos de la Redención y de tu compasión».
El papa Pío XII, en su mensaje radiofónico a Fátima el 13 de mayo de 1946, declaró:
«Fue ella quien, como la Nueva Eva, libre de toda mancha de pecado original o personal, siempre unida íntimamente a su Hijo, lo ofreció al Padre Eterno junto con el holocausto de sus derechos maternales y su amor maternal, por todos los hijos de Adán, mancillados por su miserable caída».
El 31 de marzo de 1985, Domingo de Ramos y Jornada Mundial de la Juventud, el papa San Juan Pablo II habló de la inmersión de María en el misterio de la Pasión de Cristo:
«María acompañó a su divino Hijo en el más discreto ocultamiento, meditando todo en lo profundo de su corazón. En el Calvario, al pie de la Cruz, en la inmensidad y en la profundidad de su sacrificio maternal, tenía a Juan, el apóstol más joven, a su lado… Que María, nuestra Protectora, la Corredentora, a quien ofrecemos nuestra oración con gran efusión, haga que nuestro deseo corresponda generosamente al deseo del Redentor».
El papa San Juan Pablo II declaró el 6 de octubre de 1991, hablando de Santa Brígida de Suecia:
«Ella habló enérgicamente sobre el privilegio divino de la Inmaculada Concepción de María. Contempló su asombrosa misión como Madre del Salvador. La invocó como Inmaculada Concepción, Nuestra Señora de los Dolores y Corredentora, exaltando el papel singular de María en la historia de la salvación y en la vida del pueblo cristiano».
Además de «Corredentora», el documento Mater Populi Fidelis también abordó los títulos marianos «Medianera» y «Medianera de todas las gracias», afirmando que dichos títulos no contribuyen a una comprensión correcta del papel de María como intercesora.

Sin embargo, el papa León XIII enseñó en Adiutricem Populi (5 de septiembre de 1895):

«… Es justo decir que nada de ese gran tesoro de toda gracia que el Señor nos trajo —pues «la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo»— nos es impartido si no es por medio de María, ya que así lo quiere Dios…».
De su participación en la Redención mana su mediación maternal. Toda gracia que proviene del Corazón de Cristo pasa por las manos de su Madre, no por necesidad de la naturaleza, sino por la voluntad divina que la asocia al orden de la gracia.

El papa San Pío X, en Ad Diem Illum (2 de febrero de 1904), afirmó
«… Ella se convirtió dignamente en la reparadora del mundo perdido y, por tanto, en la dispensadora de todos los dones que nos fueron ganados por la muerte y la sangre de Jesús… y es la principal ministra de la dispensación de la gracia
Mis queridos hermanos y hermanas, este ataque a la doctrina mariana debe entenderse como parte de un desmoronamiento más amplio. El espíritu moderno busca una Iglesia que ya no ofenda, que ya no advierta, que ya no llame al pecado por su nombre. Quiere una Iglesia sin sacrificio, una Cruz sin sangre, un cielo sin conversión. Tal visión no es renovación, es sustitución.

Muchos santos previeron una estructura falsa que imitaría a la verdadera Iglesia mientras la vaciaba por dentro. Esta imitación de la Iglesia mantendría la forma exterior —liturgia, jerarquía, lenguaje— pero la despojaría de su contenido sobrenatural. Cuando se silencia a la Madre, pronto le sigue la Cruz; cuando la gracia es sustituida por la psicología, los sacramentos se convierten en símbolos y la fe se convierte en terapia.

Por eso el sueño de San Juan Bosco sobre los dos pilares resuena hoy con tanta urgencia. Él vio la Barca de Pedro azotada por las tormentas, atacada por todos lados, hasta que se ancló entre dos grandes pilares que se alzaban desde el mar: la Eucaristía y la Santísima Virgen María. El actual intento de disminuir los títulos de María es un ataque a uno de los pilares, y podemos estar seguros de que el otro pronto será atacado con más ferocidad. Ya vemos confusión sobre la Presencia Real, indiferencia ante el sacrilegio e innovaciones que oscurecen la naturaleza sacrificial de la Misa.

Atacar a María es atacar a la Eucaristía, ya que ambas están inseparablemente unidas en el misterio de la Encarnación. Ella le dio a Cristo su Cuerpo; ese Cuerpo se convierte en nuestro Alimento Eterno. Negar su papel como Corredentora y Mediadora es separar el signo visible del corazón maternal que lo dio.

Por lo tanto, debemos mantenernos firmes. No guardemos silencio cuando la verdad se desmantela bajo el pretexto de la prudencia. Los fieles tienen el derecho —y el deber— de hablar el lenguaje de la fe transmitido por los santos. Llamar a María Corredentora y Mediadora de todas las gracias no es añadir nada a la revelación, sino honrar lo que la revelación ya contiene.

Que los sacerdotes, los religiosos y los laicos pronuncien sus títulos con confianza y enseñen su significado. Que nuestros hogares, nuestros apostolados y nuestras penas sean consagrados de nuevo a su Inmaculado Corazón. En tiempos en que los pastores vacilan y se extiende la confusión, Nuestra Señora sigue siendo el signo seguro de la ortodoxia, el espejo de la Iglesia, la que aplasta la cabeza de la serpiente. A ella le confiamos la renovación de la fe, la purificación del clero y el triunfo de su Inmaculado Corazón prometido en Fátima.

Es profundamente lamentable que el documento del cardenal Fernández pretenda suprimir los venerables títulos de Corredentora y Mediadora con el argumento de que podrían confundir a los fieles. La confusión no surge de la verdad, sino de su oscurecimiento. Generaciones de santos y fieles fueron iluminados, y no engañados, por estos títulos.

No temamos decir la verdad: 

María es la Madre de Dios.

María es Corredentora.

María es Mediadora de todas las gracias.

Estas verdades no glorifican a María al margen de Cristo, sino a Cristo a través de María, pues toda su grandeza proviene de Él y conduce de vuelta a Él.

Que la Virgen Inmaculada interceda por la Iglesia en esta hora de prueba

Que nos obtenga el valor para decir la verdad con amor, la pureza para vivirla y la perseverancia para defenderla hasta el final.

Con paternal afecto en Cristo,


Obispo Joseph E. Strickland

Obispo Emérito

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Sobre este tema de María corredentora puede leerse también el artículo titulado