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miércoles, 7 de mayo de 2025

Elogio de la polarización (Bruno Moreno)




Estos días en que se habla de los cardenales del cónclave y del posible nuevo Papa, casi siempre surge algún lector que se queja de la “polarización”, diciendo que no es propio de cristianos hablar así, que hay que llevarse bien, que es un escándalo que los católicos discutan y cosas similares.

Todo muy comprensible, claro. ¿A quién no le molestan las peleas y las discusiones? ¿No dice San Pablo que las rencillas, divisiones y disensiones son “obras de la carne” (cf. Gal 5,19-29)? ¿No es Cristo el Príncipe de la Paz?

Son argumentos que parecen muy convincentes, hasta que uno se da cuenta de que el mismo San Pablo que dijo eso sobre las divisiones y disensiones dedicó gran parte de sus cartas precisamente a discutir, a veces con palabras muy duras. También el mismo Cristo, que es el Príncipe de la Paz, dijo: no penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él.

Esto indica que lo malo no son las disputas en sí, sino las disputas innecesarias, las argumentaciones basadas en celos, en rencores humanos en envidias, vanidades y soberbias. Ay de nosotros si caemos en ellas y escandalizamos a los demás. En cambio, cuando hay altos eclesiásticos que no comparten la fe católica, lo raro y preocupante sería que los católicos no se quejaran de ello. Lo que llaman polarización es solo el sensus fidelium de los católicos, que se resiste a morir.

Durante los últimos años, hemos visto a algunos obispos y cardenales rechazar los principios fundamentales de la moral católica y negar dogmas de fe. Si ante eso no nos duele el corazón y no alzamos la voz, es que o bien no tenemos fe o estamos muertos por dentro. Algunos confunden la bondad con el buenismo, la paz con la rendición y la tranquilidad con el cementerio.

En la Iglesia, hay miles de cuestiones prudenciales en las que los católicos pueden diferir legítimamente. A unos les gustarán más unas cosas y a otros otras; algunos pensarán que hay que hacer esto y otros consideran que es más prudente aquello. Esas diferencias no deben ser causa de rencillas ni de divisiones. En cambio, no caben las discusiones sobre si este artículo de fe hay que conservarlo o cambiarlo por una creencia más actual, sobre si creer toda la fe o solo partes de ella, sobre si la moral hay que modernizarla, aguarla o transformarla. La fe y la moral son innegociables, porque constituyen el fundamento de la Iglesia.

Los intentos de cambiar la fe y la moral deben ser, simplemente, rechazados de forma pública, firme e inequívoca. Actuar de otra forma no es “preservar la unidad”, sino lo contrario: disimular la brecha más grande que puede existir entre católicos y, por consiguiente, impedir que esa brecha llegue a sanarse.

Bruno Moreno