Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios (1 Cor 2, 12), el Espíritu de su Hijo, que Dios envió a nuestros corazones (Gal 4,6). Y por eso predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). De modo que si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1,9).
Monseñor Joseph Zhu Baoyu, de noventa y ocho años, chino, obispo y católico, se ha curado del coronavirus y ya son muchos los que proclaman el «milagro». La terquedad de un casi centenario, ante una patología que parece imparable, termina por sazonar un debate, el de lo que la Iglesia Católica debe hacer en China, que está en constante evolución. Puede que no se crean los milagros, pero lo sucedido al prelado asiático es ciertamente singular, así como la fe del pueblo católico chino, ya sea subterránea o no, es única.