En una entrevista exclusiva concedida a Per Mariam, el obispo Athanasius Schneider advirtió que la Iglesia Católica vive “una confusión de fe sin precedentes” y pidió al papa León XIV un acto magisterial que reafirme la doctrina y devuelva la claridad perdida en las últimas décadas.
“El Papa debe fortalecer a toda la Iglesia en la fe; ésa es su primera tarea”, recordó Schneider, “una misión que Dios mismo confió a Pedro y a sus sucesores”.
El prelado, auxiliar de Astaná (Kazajistán), señaló que la Iglesia se encuentra “sumergida en una niebla doctrinal” que afecta la fe, la moral y la liturgia, debilitando la identidad católica.
“No podemos seguir avanzando en más confusión. Eso va contra Cristo mismo y contra el Evangelio. Cristo vino a traernos la verdad, y la verdad significa claridad”, afirmó con firmeza.
Para Schneider, la solución pasa por un gesto público del Papa que reafirme la fe católica en su integridad. Propuso, en ese sentido, un documento similar al Credo del Pueblo de Dios promulgado por san Pablo VI en 1968, en plena crisis postconciliar.
“Después de más de cincuenta años, la confusión ha aumentado, no ha disminuido, especialmente durante el último pontificado. Un acto así sería uno de los mayores gestos de caridad del Papa hacia sus hijos espirituales y hacia sus hermanos obispos”.
“Fiducia Supplicans” y la confusión sobre las bendiciones a parejas del mismo sexo
Consultado sobre el documento Fiducia Supplicans y las declaraciones recientes del papa León XIV acerca de “aceptar a las personas”, Schneider fue categórico. A su juicio, el texto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe “debe ser abolido”, pues introduce ambigüedad en un tema moral central para la vida de la Iglesia.
“El documento habla expresamente de ‘parejas del mismo sexo’. Aunque se diga que no se bendice su relación sino a las personas, eso es inseparable. Es un juego de palabras que confunde y da a entender que la Iglesia aprueba esas uniones”.
El obispo recordó que la Iglesia siempre ha bendecido a los pecadores que buscan sinceramente la conversión, pero jamás ha bendecido una situación contraria a la ley de Dios. “No podemos bendecir algo que contradice la creación y la voluntad divina”, subrayó.
“Dios acepta a todos, pero llama al arrepentimiento. Aceptar al pecador sin invitarlo a cambiar no es el método de Dios ni del Evangelio”.
El prelado explicó que la verdadera acogida cristiana consiste en acompañar con caridad a quien desea dejar el pecado, no en confirmar a las personas en el error. “Debemos decirles: ‘Eres bienvenido, pero lo que vives no corresponde a la voluntad de Dios. Te ayudaremos a salir del mal, aunque lleve tiempo’. Eso es amor verdadero”, señaló.
Finalmente, advirtió contra la participación de clérigos o fieles en movimientos que buscan alterar la moral revelada:
“No podemos participar en organizaciones que tienen como fin cambiar los mandamientos de Dios. Confirmar sus objetivos sería una traición al Evangelio y a la misión de la Iglesia de salvar almas”.
Sobre el concepto de “caminar juntos”, tan repetido en el proceso sinodal, Schneider advirtió que su auténtico sentido se ha tergiversado y debe volver a sus raíces cristológicas.
“Caminar juntos” significa peregrinar hacia Cristo, no adaptarse al mundo
“Sinodalidad significa caminar hacia Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida. La Iglesia no puede hablar por sí misma, sino transmitir fielmente lo que Cristo reveló”.
El obispo explicó que la Iglesia es militante, llamada a combatir el error, el pecado y la confusión espiritual. “La Iglesia en la tierra es una Iglesia combatiente. Luchamos contra nuestras malas inclinaciones, contra el demonio y contra el espíritu del mundo”, recordó, citando a san Pablo y san Juan.
Para Schneider, el sentido del “caminar juntos” no consiste en la escucha sociológica ni en la adaptación al mundo, sino en la comunión de los fieles que peregrinan hacia la Jerusalén celestial.
“Caminar juntos significa avanzar como una procesión de creyentes que saben en quién han creído, que profesan la verdad con claridad y la expresan en la belleza de la liturgia”.
El prelado advirtió, además, contra la presencia de “falsos profetas dentro de la comunidad eclesial”, que desvían a los fieles del verdadero camino. Por eso pidió vigilancia y firmeza doctrinal.
“La sinodalidad debe servir para proclamar con mayor claridad la belleza de la verdad de Cristo y evitar toda ambigüedad. La Iglesia debe adorar a Dios con una liturgia digna y sagrada, testimonio visible de su fe”, insistió.
“El Señor no dijo: ‘Escuchen al pueblo y pidan su opinión’. Dijo: ‘Vayan y proclamen la verdad’. El Papa y los obispos tienen la tarea grave de anunciar la verdad con amor y firmeza, para liberar a la humanidad del mal”.
Dejamos a continuación la entrevista completa:
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Monseñor Schneider habló con Per Mariam sobre la necesidad de que León XIV aborde la actual crisis de “confusión” en la Iglesia, el tema de la aceptación LGBT y el “caminar juntos”.
Analizando los primeros meses del pontificado de León XIV, monseñor Athanasius Schneider ha instado al Papa a responder a la “confusión de fe sin precedentes” que atraviesa la Iglesia.
En una entrevista exclusiva concedida a Per Mariam a comienzos de octubre, Schneider respondió a preguntas sobre el estado actual de la Iglesia Católica, el impulso contemporáneo hacia la aceptación LGBT y el futuro de la jerarquía eclesial a la luz del Sínodo sobre la Sinodalidad.
“No podemos continuar como Iglesia adentrándonos en más confusión”, advirtió, pidiendo al Papa León que realice una acción clarificadora para “fortalecer a toda la Iglesia en la fe”.
Schneider también habló sobre el modo católico de “aceptar” a las personas, desarrollando los comentarios del Papa León acerca de aceptar a otros “que son diferentes de nosotros”.
Ahora que la Iglesia comienza el largo proceso de preparación hacia la Asamblea Sinodal de 2028, el tema de “caminar juntos” es ampliamente utilizado, pero poco explicado. Schneider ofrece su interpretación del término y cómo la Iglesia Católica peregrina en la tierra, siempre orientada hacia el cielo.
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La entrevista completa se presenta a continuación. Ha sido ligeramente editada para mayor claridad, ya que la conversación se llevó a cabo en inglés, idioma que no es la lengua materna del obispo Schneider.
Haynes — En los últimos días de vida del papa Francisco, y luego en los primeros días del pontificado de León XIV, usted identificó varios asuntos que requerían una acción bastante rápida. Ya nos acercamos a los cinco meses del pontificado de León XIV, y ha sido un periodo bastante tranquilo. ¿Cuáles diría usted que son las necesidades más urgentes de la Iglesia hoy?
Monseñor Athanasius Schneider: Diría que la necesidad más apremiante es que el Papa debe fortalecer a toda la Iglesia en la fe, que es su primera tarea, una de las principales funciones del pontífice que Dios mismo confió a Pedro y a sus sucesores.
Es evidente para todos que la vida de la Iglesia está inmersa en una confusión de fe sin precedentes, en lo que respecta a la fe, la moral y la liturgia. La Iglesia está realmente envuelta en una especie de polvo o niebla de confusión.
No podemos continuar como Iglesia avanzando hacia más confusión. Esto va contra Cristo mismo, contra el propio Evangelio. Cristo vino a traernos la verdad, y la verdad significa claridad. Por tanto, la tarea más urgente es que el Papa realice un acto de su magisterio que fortalezca a todos en la fe.
Podría hacerse mediante una especie de profesión de fe, similar, por ejemplo, a lo que hizo Pablo VI en 1968, llamado el “Credo del pueblo de Dios”, donde expresó en forma de profesión de fe los temas que entonces estaban siendo negados o confundidos en la Iglesia.
Esto es aún más urgente después de casi cincuenta años; la confusión ha aumentado, no disminuido, especialmente durante el último pontificado. Por tanto, ésta sería la tarea más urgente, que al mismo tiempo constituiría uno de los mayores actos de caridad del Papa hacia sus hijos espirituales, los fieles, y hacia sus hermanos los obispos.
Haynes — Recientemente, en su extensa entrevista con Crux, el Papa León habló sobre Fiducia Supplicans y sobre “aceptar” a las personas. En un pasaje dijo: “Fiducia Supplicans básicamente dice que, por supuesto, podemos bendecir a todas las personas, pero no busca ritualizar algún tipo de bendición porque eso no es lo que enseña la Iglesia. Eso no significa que esas personas sean malas, pero creo que es muy importante, una vez más, entender cómo aceptar a otros que son diferentes de nosotros, cómo aceptar a las personas que hacen elecciones en su vida y respetarlas.”
Entonces, en términos de la comprensión católica, ¿cómo “aceptamos” a alguien y, al mismo tiempo, permanecemos fieles a la enseñanza de la Iglesia y a la plenitud de la doctrina?
Monseñor Schneider: Lo primero es que, sin embargo, Fiducia Supplicans utiliza expresamente las palabras “parejas del mismo sexo”. Así lo dice el documento. Y eso ya causa una enorme confusión, porque trata sobre una bendición. Aunque se diga “no bendecimos su relación, sino a la pareja”, esto es imposible, es inseparable. Ellos se presentan precisamente como parejas del mismo sexo. Así que se trata solo de un juego de palabras que confunde a la gente y que, para una persona normal que lea el texto, se entiende como un permiso para bendecir uniones o parejas del mismo sexo, u otras parejas extramatrimoniales que viven públicamente en estado de pecado.
Por tanto, este documento debe ser abolido, porque es evidente —ya que está redactado con gran ambigüedad en un tema de suma importancia para la Iglesia y también para quienes están fuera de ella— que incluso los católicos lo leen como un texto que bendice a las parejas del mismo sexo.
No podemos continuar con este juego. Además, para bendecir a una persona, no hace falta emitir un documento. La Iglesia siempre ha bendecido incluso a un pecador que se acerca y pide una bendición. Por supuesto, la bendición se da bajo la condición de que realmente pida sinceramente la ayuda de Dios para su conversión. No siempre podemos bendecir algo según el motivo que la persona pida. Por ejemplo, no podemos bendecir a alguien que diga: “Padre, deme una bendición para abortar” o “bendígame para que pueda robar algo”. Evidentemente, eso no es posible. Pero estas parejas viven en una situación estable de pecado, cuya unión misma ya es contraria a la voluntad y al mandato de Dios. ¿En qué se basan para unirse? ¿En hacer obras de caridad o en una atracción erótica hacia el mismo sexo? Esto va contra la creación de Dios, contra su voluntad. Por lo tanto, no podemos bendecirlo.
La segunda parte de la pregunta se refiere a “aceptar” a las personas. Por supuesto, Dios acepta a todos, pero Dios llama al arrepentimiento. Esta es la primera palabra que pronunció el Dios encarnado, Jesucristo, al comenzar su misión pública de enseñanza: “Arrepentíos”.
Y cuando el Señor resucitado se apareció a los Apóstoles antes de ascender al cielo, al final del Evangelio de san Lucas, dijo que la Iglesia debía predicar la penitencia a todos los pueblos. Y esto fue lo primero: la penitencia, la conversión del mal al bien con la ayuda de Dios. Esta es la tarea de la Iglesia. Por tanto, Dios acepta a todos los pecadores, siempre que tengan un sincero deseo de convertirse, de aceptar la voluntad de Dios y abandonar el mal.
Aceptar a los pecadores sin transmitirles —aunque sea con amor— la necesidad de conversión no es el método de Dios. No es el método del Evangelio, ni lo ha sido de la Iglesia a lo largo de dos mil años. De otro modo, sería un fracaso confirmar a las personas en el mal.
Por supuesto, debemos decir:
“Eres bienvenido, pero te invitamos a reflexionar seriamente sobre lo que estás haciendo y viviendo, porque no corresponde a la voluntad de Dios. Por tu propia salvación, debemos expresarte esto como un acto de amor hacia ti. Siempre eres bienvenido y te ayudaremos a dejar el mal y todo lo que sea contrario a la voluntad de Dios, aunque lleve tiempo.”
Sin embargo, lo importante es que estas personas decidan abandonar el estilo de vida pecaminoso y aceptar la voluntad de Dios. En cualquier caso, la Iglesia debe evitar la complicidad con el mal o la connivencia con él. Eso no es Jesucristo, ni los apóstoles, ni la Iglesia entera. Sería un método completamente extraño: colaborar y darles la señal de que su estilo de vida está bien. Eso debemos evitarlo.
Debemos decir: “Te amamos como persona, incluso si aún no estás dispuesto a convertirte, pero te amamos y rezamos para que aceptes la voluntad de Dios y te conviertas.” Es el único camino hacia la salvación eterna; no hay otro sin conversión.
Debemos transmitirles esto, pero no participar en organizaciones públicas como las LGBT, que por su objetivo oficial buscan cambiar los mandamientos de Dios. Estas organizaciones pretenden que su estilo de vida pecaminoso sea confirmado por la Iglesia.
Esto es una traición al Evangelio: la Iglesia traicionaría su misión de salvar almas y de llamar a todos al arrepentimiento.
Repito, el método debe ser con amor, pero debemos evitar confirmar los objetivos de estas organizaciones de cambiar la voluntad de Dios, los mandamientos de Dios o la enseñanza inmutable de la Iglesia. Ese es el verdadero sentido de la aceptación.
Haynes — Ahora tenemos la Asamblea Sinodal de 2028, después del Sínodo sobre la Sinodalidad. Uno de los grandes temas es “caminar juntos”. Como obispo y pastor de almas, ¿cuál es el significado de “caminar juntos” en relación con mantener la estructura jerárquica de la Iglesia tal como Cristo la instituyó?
Monseñor Schneider: Sí, “caminar juntos”, o en griego synodus, es el único camino que la Iglesia tiene y conoce. Como dijo Nuestro Señor: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Ese es el programa.
Sabemos con claridad que Jesús dijo: “Yo mismo soy el camino, soy la verdad, y les revelo toda la verdad que el Padre me dio a revelar. Por eso les envío el Espíritu Santo, que les recordará lo que les dije. Él los introducirá en la plenitud de la verdad. El Espíritu Santo no hablará por sí mismo, sino solo de lo que oyó de mí, Jesucristo, la verdad, la Palabra de Dios.”
Esta es la tarea permanente de la Iglesia: no hablar por sí misma, sino, como el Espíritu Santo, transmitir fielmente lo que Cristo reveló. La Iglesia debe proclamarlo con mayor claridad, no con menos, sino con más claridad.
Esa es la misión del Espíritu Santo en la Iglesia: guiarla hacia una comprensión más clara y profunda, no disminuirla ni hacerla ambigua. San Pablo también dice que nadie puede correr en la arena sin conocer la meta, pues no alcanzará el objetivo. San Pablo escribe que nosotros, la Iglesia, debemos saber con claridad adónde vamos.
También dice que quien lucha no puede simplemente dar golpes al aire sin saber cómo combatir. La Iglesia en la tierra es una Iglesia militante, una Iglesia combatiente. Esa es la realidad terrenal. Estamos continuamente luchando —primero contra nosotros mismos, nuestras malas inclinaciones, el pecado, la carne y el diablo en el mundo—, como lo escribieron los apóstoles san Pablo y san Juan, y el mismo Señor Jesucristo.
Así pues, debemos ser conscientes de caminar juntos hacia Cristo, que es nuestra única meta. Caminamos hacia la eternidad. Esta es la Iglesia peregrina en la tierra. ¿A dónde peregrinamos? Hacia el cielo, hacia la Jerusalén celestial que nos espera. La Iglesia debe presentar siempre esto a los fieles: que esa es la meta de nuestro caminar juntos, la Jerusalén celestial.
Esa es nuestra meta y nuestra realidad. En este caminar, como predijo Jesucristo, habrá muchas tentaciones y ataques del espíritu del padre de la mentira, así como los ataques de los falsos profetas.
Nuestro Señor nos advirtió sobre los falsos cristos y falsos profetas, y lo mismo hicieron san Pablo y san Juan en el Nuevo Testamento. Advirtieron sobre los falsos profetas dentro de la comunidad.
Por tanto, en nuestro caminar tenemos lamentablemente falsos profetas en medio de nosotros, y debemos estar vigilantes para que no confundan ni perviertan a los demás.
Debemos caminar como en una procesión peregrina, con alegría y convicción, y todos los que caminan juntos deben poder decir con san Pablo: “Yo sé en quién he creído”, y debemos estar profundamente convencidos de la verdad católica.
Ese es el objetivo del camino sinodal: proclamar y presentar con más claridad la belleza de la verdad revelada de Cristo, evitando la confusión y la ambigüedad, y mostrando la belleza de la oración. La primera tarea de la Iglesia es adorar a Dios, como lo hace toda la creación, y ese será nuestro fin en el cielo. Ese es el fin de la Iglesia triunfante: alabar a Dios por toda la eternidad. Por tanto, en nuestro caminar juntos debemos expresarlo también en una liturgia sagrada, bella y digna.
Esto es un poderoso instrumento de evangelización: invitar a los no católicos, a los no creyentes que, metafóricamente, observan nuestra procesión. Cuando ven que sabemos en quién creemos, que presentamos la verdad con belleza y claridad, que oramos y adoramos a Dios con dignidad y sacralidad, eso los atraerá con fuerza a unirse a nuestra hermosa procesión y a este caminar conjunto de la Iglesia.
Por eso nuestro Señor dijo: “Vayan y proclamen mi verdad. Vayan y anuncien el Evangelio. Enseñen a todos los pueblos lo que les he mandado y enséñenles a vivirlo.” No dijo: “Vayan y escuchen al pueblo, vayan y pidan su opinión.” Eso no es Cristo. Ese es un método mundano, no el método de Jesucristo ni de su Iglesia.
Por tanto, la Iglesia, el Papa y los obispos tienen la gravísima tarea de proclamar la verdad, de asegurarse de que toda la existencia terrenal de la Iglesia proclame la Verdad.
La Iglesia es la única que ha recibido de Dios esta misión en la tierra: proclamar con amor la belleza y la claridad de toda la verdad divina, y guiar el camino hacia la adoración de Dios con dignidad. Y también mostrar al mundo que creemos verdaderamente en Cristo, que tenemos la misión de liberar a la humanidad del mal: en primer lugar, del mal mortal que destruye la vida espiritual del alma, el pecado contra Dios; y además, liberar a la humanidad de las cadenas del pecado y de las organizaciones del pecado contra el Primer Mandamiento, como la idolatría, y luego la fornicación y todos los pecados contra el amor.
Debemos mostrar esto al mundo con nuestra vida. Por supuesto, el amor es el primer y fundamental mandamiento, pero también debemos ser buenos médicos que liberen a la humanidad de las enfermedades espirituales mortales de los vicios y de las estructuras de pecado contrarias a la voluntad de Dios.
Esa es la tarea y el verdadero significado de “caminar juntos”.