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lunes, 29 de septiembre de 2025

La entrevista a León XIV





No me acostumbro a que los Papas den entrevistas; preferirían que evitaran este género, y sólo espero que León XIV no le agarre el gustito y terminemos con una entrevista semanal como en el caso del Difunto. Pero dado que ya tenemos una emanación pontificia de este tipo, veamos qué podemos decir al respecto.

I. El Papa es católico

En primer lugar, y como dije en el artículo anterior, resulta claro que el Papa es católico: “Yo creo firmemente en Jesucristo y esa es mi prioridad, porque soy el obispo de Roma y sucesor de Pedro, y el papa necesita ayudar a la gente a entender, especialmente a los cristianos, a los católicos, que esto es lo que somos. […] Pero no tengo miedo de decir que creo en Jesucristo y que murió en la cruz y resucitó de entre los muertos, y que juntos estamos llamados a compartir ese mensaje”. Ya sé que nos está repitiendo los rudimentos del catecismo, pero venimos de la experiencia de Francisco que no solamente nunca dijo esto, sino que dijo, o dio a entender, más bien lo contrario. León XIII es católico y, a diferencia de su predecesor, cree en las verdades inmutables: “No sé si tengo una respuesta que no sea seguir diciéndole a la gente que existe la verdad, la verdad auténtica. No tengo mucha tolerancia cuando escucho a la gente decir «bueno, este es un conjunto alternativo de hechos», algo que hemos oído en el pasado”. Estaría tentado, si tuviera un campanario en mi casa, a mandar que las campanas repicaran al vuelo. Desde las épocas de Benedicto XVI no escuchábamos definiciones tan claras y tan católicas.

Pero además de ser católico, León XIV tiene muy claro también cual es su munus, su oficio: “Ser papa, llamado a confirmar a otros en su fe, que es la parte más importante, es también algo que solo puede suceder por la gracia de Dios; no hay otra explicación. El Espíritu Santo es la única forma de explicarlo. […] Espero ser capaz de confirmar a otros en su fe, porque ese es el papel fundamental que tiene el sucesor de Pedro”. Volvemos a escuchar la doctrina clásica sobre el papado y, además, excluye de modo explícito las fantasías que tuvieron pontífices recientes que se creyeron “expertos en humanidad”, como Pablo VI, o “expertos en climatología e inmigración”, como Francisco. El papa Prevost dice: “No veo que mi papel principal sea el de tratar de ser el solucionador de los problemas del mundo. No veo mi rol así en absoluto”. Y no ve que ese sea su rol, porque su rol, su oficio, su munus, es confirmarnos en la fe.

II. La sinodalidad

Cuando la periodista le pregunta sobre la sinodalidad inaugurada por el Papa Francisco, el pontífice asegura que continuará por ese camino, pero sin demasiadas sutilezas explica que lo que él entiende por sinodalidad es hacer lo que la Iglesia hizo a lo largo de muchos siglos: escuchar la voz de todos. Eso eran, y son, los concilios ecuménicos. Y tanto es así, que el Concilio de Trento (sí, el de Trento) invitó a hablar a Lutero; éste no fue, pero envió a su delegado Melachton. Como ya dije, a mi no me gustó que el Papa recibiera a James Martin S.J., o a la monja Caram (que está completamente loca), pero debo admitir que ese fue durante mucho tiempo el modo de actuar de la Iglesia. No se sabe con certeza si Arrio fue escuchado en el Concilio de Nicea, pero sí estuvo, expuso y defendió sus ideas su amigo Eusebio de Nicomedia. Nestorio participó activamente del Concilio de Éfeso (431) y Macario de Antioquía hizo lo propio en Constantinopla III (680-681) defendiendo personalmente el monotelismo. Repito, no me gusta ver la foto de Martin o de la Caram con León XIII, pero siglos atrás hubiese visto otras similares, con herejes bastante más peligrosos que la dominica descocada o que el suave Martín.

Por eso mismo, la sinodalidad, tal como la entiende León, no consiste en “intentar transformar la Iglesia en una especie de gobierno democrático, ya que, si miramos a muchos países del mundo hoy en día, la democracia no es necesariamente una solución perfecta para todo”. Cuando escuchemos la palabrita mágica con la que el viejo y difunto jesuita encandilaba, debemos saber que su sucesor está hablando de cosas bastante distintas.

III. El proselitismo

Otra diferencia diferencia con pontificados anteriores, es que Prevost fue durante muchos años misionero en Perú, y todos sabemos que muchas veces, luego del Vaticano II y, sobre todo, con el “magisterio” de Francisco, los misioneros no tenían como función predicar el evangelio; el proselitismo estaba prohibido, y no sólo en los países de misión sino también en los países ex-cristianos. De hecho, sé de varios casos en que sacerdotes franceses y españoles se han negado a aceptar conversos del islam o de otras sectas cristianas. León XIV, en cambio, celebra este acercamiento de jóvenes y adultos al bautismo y a la fe: “Ayer me reuní con un grupo de jóvenes franceses. Hubo miles el año pasado que libremente, ahora adultos jóvenes, buscaron el bautismo. Quieren venir a la Iglesia porque se dieron cuenta de que sus vidas están vacías, o de que les falta algo, o de que no tienen sentido, y están descubriendo de nuevo algo que la Iglesia tiene para ofrecer”. Y lo que tiene para ofrecer es ni más ni menos que a Jesucristo, en el que él cree. El cambio, aunque se presenta de un modo sutil, es rotundo.

IV. La ordenación de mujeres

Dice al respecto: “Espero seguir los pasos de Francisco, incluyendo la designación de mujeres en algunos roles de liderazgo, en diferentes niveles, en la vida de la Iglesia, reconociendo sus dones y su contribución de muchas maneras”. Y sin esquivar la cuestión, aclara que el problema real es si las mujeres pueden recibir el orden sagrado. No se le ocurre siquiera imaginar la existencia de mujeres sacerdotisas; habla de las diaconisas. Y sutilmente, desliza un argumento ad hominem que, en pocas palabras, dice lo siguiente: “El Vaticano II restauró el diaconado permanente, y en muchas diócesis hay diáconos permanentes, y sin embargo, todavía nos estamos preguntando qué son y para qué sirven”. Ergo, no nos metamos a ordenar diaconisas.

Pero la frase más clara al respecto es: “Yo, por el momento, no tengo la intención de cambiar la enseñanza de la Iglesia sobre el tema”. Es decir, mientras yo sea Papa, no habrán diaconisas. Lo que hace ruido en esta caso y en el de los LGBT, es la expresión “por el momento”; y es comprensible que cause descontentos, y que mucho asuman, creo yo injustificadamente, que esa expresión implica necesariamente que el Papa considera que en el futuro esa enseñanza puede cambiar. Y yo creo que no. Veámoslo desde el punto de vista estrictamente lógico; a fin de cuentas, Prevost es matemático. La expresión restringe la negación (“no tengo la intención”) al tiempo presente (t), sin extenderla a tiempos futuros (t’). Si la proposición es ¬I(y, C, t) (donde I es “tener la intención de cambiar”, y es el hablante, C es la enseñanza, t es el momento actual), “por el momento” enfatiza que la negación solo se aplica a t, dejando indefinido el estado en t’. La expresión controvertida convierte la proposición en una afirmación condicional temporal: ∀t’ (t’ = t → ¬I(y, C, t’)), donde t es el presente. No hace afirmaciones sobre t’ ≠ t.

Hacer esta afirmación, ¿implica que el Papa cree que va a cambiar la doctrina en un futuro? No. Lógicamente, no hay implicación de creencia en un cambio. La expresión es neutra respecto a las creencias del pontífice sobre el futuro; solo deja abierta la posibilidad lógica de cambio (o no cambio) en t’, sin afirmar ninguna creencia específica. No se deriva lógicamente que el León XIV crea en P (la intención de cambiar) para t’, ya que ¬I en t no conlleva expectativa de I en t’.

Eliminemos la creencia del Papa. ¿Implica que cambiará? No. No hay implicación lógica de que el cambio ocurra en el futuro. La expresión no afirma ni niega acciones futuras; solo describe la ausencia de intención en t. Lógicamente, ¬I(y, C, t) no conlleva I(y, C, t’) ni la realización efectiva del cambio (que requeriría no solo intención, sino capacidad y acción).

Desde el punto de vista lógico, entonces, no puede atribuirse al Papa ninguna afirmación o suposición sobre el cambio de doctrina al respecto del diaconado femenino o sobre la aceptación de los actos homosexuales para el futuro. Pero que la lógica nos diga esto, no implica que la expresión no sea problemática porque muchos, fácilmente, pueden hacer una inferencias inválida, como de hecho ha sucedido. ¿Por qué entonces el Papa la incluyó? Veo dos opciones: o porque efectivamente piensa que la doctrina católica puede cambiar, o a fin de que la afirmación no cayera tan fuerte y sirviera para tranquilizar a los y las feministas de los que está rodeado. Sabrá él cuál de las dos es la correcta pero, como dije, Prevost es católico, por lo que me inclino por la segunda. De más está decir, que se trata de una ingenuidad propia de un yankee pretender que diciendo eso se calmarán las aguas. No logra tranquilizar a nadie, pues las feministas están cabreadas como lo están los gays, que más que cabreados están furiosos por lo dicho por el Papa. Basta repasar los últimos post de Specola y ver las noticias que allí reporta de las histerias que está sufriendo por estos días el “colectivo” feminista y el “colectivo” LGBT. Prevost, en la entrevista, habla a todos los católicos, y tiene el “cuidado”, en mi opinión inútil, de no ofender, al menos de no ofender demasiado, a nadie. Y el resultado es que fastidia a todos. Pero lo importante de la cuestión es que, en buena lógica, no hay motivos para suponer que esa afirmación implique una opinión del Papa sobre futuros cambios de doctrina en temas tan sensibles y delicados.

Y en cuanto a nosotros, nos tranquiliza saber que durante un muy buen tiempo —se estima que tendremos un pontificado largo— no habrá cambios traumáticos que llevarían seguramente al cisma. Como dijo un comentarista con respecto al artículo anterior, “ganamos tiempo”. Y sobre eso los argentinos estamos curtidos.

V. Los LGBT

Pasemos al tema LGBT. Reconozco que las siglas me resultan desagradables, pero las uso simplemente por su practicidad a la hora de escribir un artículo periodístico.

El Papa comienza definiendo ante la pregunta de la periodista: “Me parece muy improbable, ciertamente en un futuro cercano, que la doctrina de la Iglesia cambie en términos de lo que enseña sobre la sexualidad y el matrimonio”. Clarísimo, y sobre la confusa expresión “en un futuro cercano”, ya lo explicamos más arriba. Y poco más adelante, insiste: “La enseñanza de la Iglesia continuará como está, y eso es lo que tengo que decir al respecto por ahora. Creo que es muy importante”.

Y, por otro lado, recuerda la doctrina tradicional: “Las familias necesitan ser apoyadas, lo que llaman la familia tradicional. La familia es padre, madre e hijos. El papel de la familia en la sociedad, que ha sufrido en las últimas décadas, debe ser reconocido y fortalecido una vez más”. E insiste: “La familia es un hombre y una mujer en un compromiso solemne, bendecidos en el sacramento del matrimonio. Pero incluso al decir eso, entiendo que algunas personas se lo tomarán mal”. Sabe que no les gustará a los LGBTQ, pero se los dice igualmente y con todas las letras.

Lo que más ha confundido a muchos es otra afirmación sobre el tema: “Lo que intento decir es lo que Francisco dijo muy claramente cuando decía, ‘todos, todos, todos’. Todos están invitados”. Pero aquí hay una diferencia fundamental: mientras Francisco no ponía condiciones, por lo que sus palabras fueron entendidas como una acogida incondicional que rozaba el relativismo, el Papa León desliza un lenguaje religioso que revierte el significado de lo que dijo Francisco: “Pero no invito a una persona porque tenga o no una identidad específica. Invito a una persona porque es hijo o hija de Dios”. Es decir, no se entra a la Iglesia definiéndose como gay, bisexual o trans y exigiendo que todos lo acepten como se presenta. Ya hablamos en otra ocasión que, para la doctrina católica, el homosexual como categoría antropológica no existe, y es caer en una trampa adoptar esa mentira. Lo que existen son hombre y mujeres que tienen tentaciones contrarias al sexto mandamiento con personas de su mismo sexo, así como existen personas tentadas con oprimir a los pobres o con defraudar a los obreros en su salario, todos estos casos, tentaciones que si se materializan, constituyen pecados que claman al cielo. Dios llama a todos a través de su Iglesia sin etiquetarlos, pero esos todos tampoco deben autoetiquitarse y exigir ser reconocidos y enorgullecerse de sus tentaciones y pecados enumerados en la etiqueta. A la Iglesia se entra como persona creada y necesitada de redención. Ser hijo de Dios implica la transformación de las categorías seculares en la búsqueda de la santidad. Y es esto lo que dice el Papa León: “Invito a una persona porque es hijo o hija de Dios”, es decir, porque se ha dejado transformar por la gracias y es un hombre nuevo.

Y para reforzar esta idea no se priva de dar un zurrazo a los alemanes y belgas con pocas sutilezas: “En el norte de Europa ya están publicando rituales para bendecir «a las personas que se aman», es la forma en que lo expresan, lo que va específicamente en contra del documento que el papa Francisco aprobó, Fiducia Supplicans”. Les está diciendo “Eso no se puede hacer”, como una advertencia: “Si no dejan de hacerlo, lo prohibiré”.

Muchos han visto en esto una confirmación de Fiducia Supplicans. Yo veo, en cambio, una astuta maniobra propia de un canonista. No les está diciendo que está mal la cuestión de los rituales apoyándose en el Liber gomorrhianus de San Pedro Damián; eso no habría tenido efecto alguno. Se lo dice basándose en un documento reciente y vigente; ellos —los alemanes— no tienen argumentos para seguir haciéndolo. Es la misma táctica que refutar a Mons. Colombo o a Mons. Lozano sus prohibiciones sobre la comunión de rodillas o en la boca con el mismísimo Misal Romano de Pablo VI, que no me gusta nada, y no hacerlo con textos de San Pío V o del cardenal Ottaviani, pues mal que nos pese, en esos casos la argumentación perdería toda efectividad.

VI. La misa tradicional

Y pasemos ahora al último tema: la misa tradicional. Dice el pontífice: “Hay otro tema, que también es polémico, y sobre el que ya he recibido varias peticiones y cartas: la cuestión sobre cómo la gente siempre menciona [volver a] la misa en latín. Bueno, se puede decir misa en latín ahora mismo. Si es el rito del Vaticano II, no hay problema. Obviamente, entre la misa tridentina y la misa del Vaticano II, la misa de Pablo VI, no estoy seguro de hacia dónde va a ir eso. Es evidentemente muy complicado”.

En este primer párrafo señalemos algunas cuestiones. Una, tiene que ver con la expresión “Latin Mass”, que es con la que habitualmente, y erróneamente, los anglohablantes se refieren a la misa tradicional. El Papa dice que si se trata de “misa en latín” a secas, puede tratarse de la misa de Pablo VI celebrada en latín, “y en eso no habría problema”. El problema es que aún en ese caso hay problemas. Hemos dicho hace muy poco en este blog que varios obispos argentinos prohiben a sus fieles comulgar de rodillas y, más aún, prohiben que en las misas de sus parroquias se cante en latín. Cualquiera puede imaginar la suerte que correría el sacerdote al que se le ocurriera celebrar la misa en latín, por más novus ordo que fuera. O el Papa no está enterado de lo que realmente sucede en buena parte del orbe católico, o intenta “marear la perdiz”, es decir, dar rodeos para evitar el tema realmente candente.

Pero no es lo que hace, pues aborda la cuestión de frente: “Creo que a veces el, digamos, «abuso» de la liturgia de lo que llamamos la misa del Vaticano II, no fue útil para las personas que buscaban una experiencia más profunda de oración, de contacto con el misterio de la fe, que parecían encontrar en la celebración de la misa tridentina. Una vez más, nos hemos polarizado, de modo que [planteamos eso] en lugar de poder decir: «Bueno, si celebramos la liturgia del Vaticano ii de una manera adecuada, ¿realmente encuentras tanta diferencia entre esta experiencia y esa experiencia?”. Aquí encuentro dos problemas: los abusos de la misa del Vaticano II no fueron útiles sino que fueron dañinos no solamente para un grupo determinado de personas (las que “buscaban una experiencia más profunda de oración, de contacto con el misterio de la fe”) sino para todos los católicos, para la liturgia romana y para la Iglesia misma. Un abuso nunca puede ser útil para nadie y nunca debe ser admitido. Y pareciera —y destaco el condicional— que León ofrece una solución: “Celebremos la misa de Pablo VI piadosamente y solucionamos el problema”. Demás está decir en este ámbito que eso no es la solución de nada . ¿Será que el Papa no logra percibir el meollo de la cuestión y reduce todo el entuerto a una cuestión de sensibilidades piadosas diversas? Es probable y no sería extraño que así fuera.

Una persona amiga muy cercana e inteligente estaba particularmente furiosa con esta afirmación: “León XIV no entiende que liturgia es algo recibido y forma parte de la Tradición y, por eso mismo, no puede ser reformada por un grupo de sabiondos, y tampoco por un Papa”. Así es; ni más ni menos que lo que decía el Papa Benedicto XVI. Pero la cuestión es que este punto tan importante y tan sensible tampoco lo entendían Pablo VI, que autorizó esa reforma; ni Juan Pablo II, que la consolidó, ni Francisco que estableció que era el único modo de la lex orandi. Más aún, me animo a decir porque lo he escuchado, que tampoco lo entiende buena parte de los miembros de la FSSPX y de la FSSP, para quienes “si la reforma de la misa la hubiese hecho un Papa ortodoxo, ellos la habrían aceptado”, tal como aceptaron las reformas de Pío XII y Juan XXIII. Me parece, entonces, injusto pedirle al Papa León, formado en la peor teología de los ’70, claridad en un punto que ni siquiera poseen los más allegados a la Tradición, y mucho menos sus predecesores inmediatos.

Y finaliza con una buena noticia, más aún, con una noticia buenísima: “No he tenido la oportunidad de sentarme realmente con un grupo de personas que aboguen por el rito tridentino. Pronto se presentará una oportunidad, y estoy seguro de que habrá ocasiones para tratarlo. Pero ese es un tema del que creo que también, tal vez con la sinodalidad, tenemos que sentarnos y hablar. Se ha convertido en el tipo de tema que está tan polarizado que la gente, a menudo, no está dispuesta a escucharse mutuamente”.

Algunos recalcitrantes han pasado esto por alto sin darse cuenta que es una novedad que puede cambiar radicalmente la situación en la que nos encontramos los defensores de la misa tradicional. El Papa recurre a la sinodalidad como él la entiende: escuchar. Si bien Francisco se reunió con los superiores de la FSSP y del Instituto Cristo Rey Sumo Sacerdote, no fueron reuniones “sinodales”, y con esto quiero decir que no fueron reuniones destinadas a escuchar las razones del otro para discutir y tomar una decisión sobre un problema concreto. La solución la había tomado él antes con Traditiones custodes, como la había tomado Juan Pablo II con Ecclesia Dei antes de recibir a los flamantes superiores de la FSSP. Creería que la única reunión “sinodal” de un Papa para tratar el tema de la liturgia tradicional fue la que mantuvo Pablo VI con Mons. Marcel Lefebvre el 11 de septiembre de 1976 —hace casi cincuenta años—, y la tal reunión duró sólo 38 minutos. Previsiblemente, no sirvió para nada.

Concretamente, luego de 50 años un Pontífice afirma que convocará a una reunión a los que sostienen y defienden la liturgia tradicional para escucharlos y encontrar una solución. Los Papas anteriores se asesoraban con los miembros de su Curia para decidir; León quiere escuchar a todos. Desconozco cómo será el mecanismo de esa reunión y quiénes serán los convocados, pero el sólo hecho de que León XIV se comprometa públicamente a convocarla, me parece una novedad que no podemos menos que celebrar.

En fin, que en término generales, la entrevista me parece buena y auspiciosa. Habrán cuestiones que nos gusten menos y otras que no nos gusten nada, pero eso no autoriza la infamia de decir que el Papa León es un “Francisco con buenos modales”. Él es católico; el Difunto no lo era.

Wanderer

El libro sobre León XIV: la biografía




Este fin de semana leí León XIV. Ciudadano del mundo. Misionero del siglo XXI, la primera biografía del Papa León. El libro tiene dos parte claramente diferenciadas: la biografía en sí, que es la más extensa, y una larga entrevista. Pueden leerse de modo autónomo, aunque lo que el Papa dice en la entrevista se entiende mejor luego de haber leído su biografía, pues se cae en la cuenta que no podría haber respondido de otro modo a las preguntas. Publicaré mis impresiones de la primera parte de libro en este post, y el miércoles próximo lo haré de la entrevista.

En mi opinión, para que una biografía sea buena, debe reunir dos condiciones iniciales: que el biografiado haya ya muerto y que el autor no sea un periodista. Caso contrario, el libro será malo. Lo cierto es que ninguna de estas condiciones se cumplen en este caso, y el libro no es malo, sino malísimo. Podría haber tenido la mitad de la extensión que tiene y no se hubiese notado, porque está lleno de repeticiones agregadas solamente para engordarlo. Por otro lado, la autora es una periodista norteamericana: Elise Ann Allen, proclamada como los medios como “vaticanista”, lo cual ya de por sí indica que hay que ser cauteloso. Pero en este caso hay que serlo doblemente porque esta mujer tuvo un entuerto de joven con el Sodalitium, al que perteneció y se marchó en 2013. Estimo que habrá sufrido algún tipo de abuso de autoridad o psicológico, lo cual es lamentable, pero más lamentable aún es que la convirtió en una resentida contra todo lo que tenga que ver con esa disuelta institución religiosa y contra todo lo que huela a ultraconservador.

Consecuentemente, es un libro sesgado, completamente sesgado en cuanto a los datos que proporciona de Robert Prevost, porque eligió sesgadamente las fuentes a las cuales recurrir. El lector conocerá solamente un cariz de la vida del pontífice, aquél que ella quiere que se conozca, y desconocerá el resto. Pongo un ejemplo: para el importante capítulo destinado a relatar la vida de Prevost como obispo de Chiclayo, recurre solamente a tres o cuatro testimonios, de laicos y un sacerdote claramente progresistas, y que conocieron a su obispo sólo de modo circunstancial. Lo lógico hubiera sido que entrevistara también a los sacerdotes que convivieron siete años con él en la catedral de Chiclayo, como el P. Jorge Millán, que concedió muy interesantes reportajes a diversos medios como dimos cuenta aquí. Pero Millán, como la mayor parte de los sacerdotes y laicos de Chiclayo son conservadores, porque se trata de una diócesis que fue gobernada durante casi cincuenta años por obispos del Opus Dei, y en la que Bergoglio ubicó a Prevost creyendo que desarmaría el ambiente católico que se había generado, cosa que no sucedió aunque sí imprimió un aspecto más social a la labor de la Iglesia. Allen, entonces, entrevista a lo largo del libro a enemigos declarado de la Obra que, indefectiblemente, fuerzan los hechos a fin de presentar a Prevost como lo opuesto. Esto genera que los lectores, yo incluido, se queden con sólo una parte de los hechos. No es una sorpresa; lo mismo habría hecho Elizabetta Piqué o cualquier otro vaticanista.

Pero vayamos a las impresiones que deja la lectura del libro sobre León XIV. Una cosa queda clara después de la lectura del libro, del testimonio de aquellos que conocieron a Prevost y de lo él mismo dice: es un hombre que tiene fe católica, y con esto quiero decir que cree en Dios y cree que Jesucristo es el Hijo de Dios encarnado en el seno de María la Virgen y el único redentor del género humano. Y viniendo de donde veníamos y sabiendo los candidatos que se asomaban para suceder al Difunto, esto es mucho. Parece una broma pero no lo es; que un obispo, y en este caso el obispo de Roma, tenga fe católica es ya mucho.

En segundo lugar, es claro que fue un buen religioso, y por esto me refiero a que cumplió los votos que hizo el día de su profesión solemne. Fue un hombre obediente a todo lo que sus superiores le pedían, y le pidieron cosas difíciles.

Es además, un hombre disciplinado y trabajador, como los religiosos clásicos. Durante su etapa como formador en el noviciado agustiniano de Trujillo, se relata: “A las cuatro de la mañana ya estaba en pie; a las cinco estaba en la capilla; a las seis celebraba la eucaristía. Era una persona muy estricta […] Nunca dejó de estar en los programas o en los compromisos que teníamos. Creo que ese temple dio testimonio para todos. Siempre nos exigía el tema del estudio, de los compromisos, de las responsabilidades”. Y si bien Prevost no es un académico, es un hombre formado e, insisto, un religioso clásico. Cuenta, por ejemplo, quien lo sucedió en el gobierno general de los agustinos, que Prevost, siendo prior general, tradujo el inglés el propio de la orden, es decir, las oraciones de la misa y del oficio de todas las fiestas propias, que son habitualmente la de los santos que fueron agustinos. Y esto supone dos cosas: que tiene inclinación y valora la liturgia, y que sabe muy bien latín, porque esta es la lengua original desde la que tradujo.

La etapa de formador en Trujillo, que se dio entre 1988 y 1998, muestra otro de los rasgos interesantes de su personalidad. Tanto él como el resto de los religiosos norteamericanos fueron perseguidos y amenazados de muerte por Sendero Luminoso, y a pesar de que en varios ocasiones se lo instó a que regresara a su país hasta que la situación se calmase, como hicieron varios de sus hermanos, lo cierto es que él permaneció en su puesto. Relata él mismo: “La mayoría de nosotros nos quedamos. Hubo varios mártires. En la diócesis al sur de Trujillo, Chimbote, tres sacerdotes fueron asesinados. Pero nos quedamos, pues era muy importante permanecer al lado de las personas a las que servíamos y estar con ellas. Y eso fue lo que hicimos”. Por otra parte, cuando el presidente Fujimori logró erradicar al terrorismo marxista de Sendero Luminoso, se levantó en Perú todo un cuestionamiento a los modos violentos que tuvo para hacerlo —como si hubiese otra opción—, y grandes demostraciones motorizadas por los conocidos “organismo internacionales de derechos humanos”. La particularidad en este caso fue la participación de amplios sectores de la Iglesia en estas actividades. Narran los novicios agustinos de ese momento, que el P. Prevost nunca participó de ellas, aunque no les prohibía que ellos participaran.

Y esto tiene que ver con otros de los aspectos de la personalidad del Papa actual que aparecen en el libro, mal que le pesen a la autora. Prevost nunca fue un sostenedor de la interpretación marxista de la Teología de la Liberación, tan cercana a toda la iglesia peruana porque peruano era su fundador Gustavo Gutierrez. Más aún, Prevost era, y seguramente seguirá siendo, un decidido contrario al marxismo. Dice él mismo hablando de otros colegas religiosos de la época: “[eran] de hecho, quizá demasiado amigables con ideas marxistas, incluyendo el uso de la violencia para luchar por los derechos de los pobres. Yo nunca fui alguien que estuviera de acuerdo con eso”.

Estaríamos quizás tentados a pensar entonces que Robert Prevost es conservador. Y no, no lo es. Si bien es un hombre “leído” (título de grado en matemáticas y doctor en derecho canónico), no es un teólogo, y la teología que tuvo fue pésima. Se formó en esta disciplina a fines de los ’70 y comienzo de los ’80 en el Catholic Theological Union de Chicago, que es una suerte de facultad o instituto teológico que habían establecido algunos años antes un buen número de congregaciones religiosas para que allí se formaran sus miembros. Cualquiera puede imaginar la teología que allí se enseñaba en aquellos años. La autora del libro entrevista a dos de sus antiguos enseñantes: son dos monjas, y sabrá disculparse mi actitud machirula, pero yo desconfío profundamente de las monjas que enseñan teología… Más aún, uno de los frailes agustinos peruanos a los que entrevista Allen y que conoce de cerca Prevost —y que es el más progresista que pudo encontrar— relata que es “alguien a quien le gustan mucho teólogos como el cardenal francés Yves Congar y el cardenal alemán Walter Kasper. Teólogos posconciliares, que han trabajado mucho en temas con una visión más abierta también de Jesucristo en la Iglesia”. No dudo de la veracidad de esta afirmación pero, insisto, se trata de una versión sesgada, pues no sabemos qué otras lecturas teológicas tiene y no conocemos el testimonio de otros allegados que tienen una tendencia más conservadora.

Decimos, entonces, que Roberto Prevost no es conservador. ¿Es, entonces, progresista? Yo diría que sí, pero un progresista de baja intensidad, un progresista circunstancial porque fue eso lo que conoció; en lenguaje de Karl Rahner, diría que es un “progresista anónimo”. Quizás este breve párrafo que pronuncia él mismo a la periodista, ilustre lo que quiero decir: “Fue como el Vaticano II, que quería renovar la vida de la Iglesia y lograr un sentido mucho más claro de comunión, de personas estando juntas en la Iglesia, y no de una espiritualidad individualista o una piedad privada donde yo le rezo a Dios, yo voy a misa y espero que Dios me salve. Ahora tenemos un sentido de «bueno, sí, nosotros vamos a misa, nosotros nos convertimos en comunidad eclesial, juntos somos testigos de la presencia de Cristo en el mundo”. ¿Es herético lo que dice? ¿Está mal? No, en absoluto, está bien, pero es la clásica poesía vacía vaticanosegundista que ya sabemos que no condujo a nada o, en todo caso, terminó provocando un gran daño a la Iglesia. Prevost, como todos nosotros, es hijo de su tiempo y de su formación, y no pueden pedirse peras al olmo.

Una persona amiga me decía: “Podría haber reaccionado a ese discurso progre”. Ciertamente, podría haber sido así. De hecho, mientras él era formador en Trujillo, había otra casa de formación agustiniana en Perú, ubicada en Lurín, a las afueras de Lima, dirigida por el ex-sacerdote Ricardo Coronado (en la web podrán seguir el confuso recorrido de esta persona), que era claramente conservadora. Pero me parece injusto pedirle a alguien que se dedicó fundamentalmente a las misiones que se desembarazara totalmente de la pésima formación teológica recibida y que descubriera el “mundo tradicional”. Por otro lado, si hubieran así sucedido las cosas, en el mejor de los casos, estaría todavía misionando en la costa peruana como simple fraile mendicante.

Sin embargo, y a pesar de todo esto, creo que es el hombre adecuado para dirigir a la Iglesia católica en este momento histórico. No se trata de una persona excepcional, un outstandig como dirían los gringos, como lo fue Juan Pablo II con su personalidad arrolladora, o como lo fue Benedicto XVI con su inteligencia prodigiosa, o como lo fue Francisco con su audacia para obrar el mal. Es un hombre gris y hasta opaco, pero que posee dos características que son las dos que debe tener un Papa para manejar la barca de Pedro en este momento histórico concreto: preocupación por la unidad y capacidad de gestión de conflictos.

Estos dos aspectos lo repiten una y otra vez los entrevistados. Prevost siempre estuvo preocupado y siempre bregó por la unidad, por superar los conflictos y no ahondarlos. En más de una ocasión hemos hablado en este blog de la preocupación casi obsesiva que tienen mucho por la unidad de la Iglesia a la que sacrifican la verdad. Y todos sabemos que la unidad verdadera sólo puede encontrarse en la Verdad. Yo creo que esto lo tiene claro el Papa León, pero también creo que Bergoglio dejó a la Iglesia en un estado de estrés muy alto, y que sólo un hombre de consensos podía dirigirla y evitar que se produjera un cisma. Si el elegido hubiese sido Palorín o Höllerich, por ejemplo, hubiese sido inevitable un cisma del grupo más conservador, desperdigado por todo el mundo; y si el elegido hubiese sido Erdö o Müller, el cisma lo habrían provocado los progresistas. León XIV es el indicado, me parece, para no apagar el pabilo humeante y para no quebrar la caña cascada (Isaías 42:3).

Y la otra característica no menor es su capacidad de gestión. Se dice que el hecho determinante que impulsó a Francisco a llevar a Roma fue el modo cómo resolvió un conflicto muy grave desatado en la diócesis de El Callao por un obispo español neocatecumenal. Éste fue desplazado y Prevost nombrado administrador apostólico. En un año se dedicó a escuchar a todos (y esta es una característica que aparece una y otra vez en el libro); escucha, pregunta pero no opina. Y se toma el tiempo para escuchar a todos, todos, todos. Dicen: “Resolvía conflictos de manera efectiva a través de la escucha y del diálogo con todas las partes, y no dudaba en tener mano firme cuando era necesario”. O bien: “La modestia y la humildad en él se acompañan de una gran valentía y, cuando es necesario, de una gran firmeza”. Tiene, para decirlo en lenguaje eclesial contemporáneo, una “actitud sinodal” que me parece imprescindible para el momento actual de la Iglesia. Así como escuchó al jesuita James Martin -lo cual no sólo no me gustó sino que opino que fue un gesto equívoco para toda la Iglesia-, escuchó también a Burke, y seguramente dentro de poco escuchará a Müller. Ese será su estilo; nos gustará poco o mucho, pero ese es Prevost: Se tomará todo el tiempo que sea necesario y decidirá, pero cuando lo hago, nadie lo moverá de lo decidido. Él mismo dice: “Soy capaz de ser decisivo cuando se necesita ser decisivo, que es otro aspecto del liderazgo que a veces falta en la gente. No puedes quedarte dando vueltas en «pensemos en esto y hablemos de ello para siempre». Tienes que tomar decisiones para poder seguir adelante. Soy capaz de hacer eso, y no tengo miedo de hacerlo”.

¿Es el Papa que a mi hubiese gustado? Ciertamente no. Y no pretendo pedirle peras al olmo. Algunos me dirán: “Pero nosotros queríamos un peral, no un olmo”, pero, aunque suene paradójico, creo que es mejor en este momento, tener un olmo y conformarnos con sámaras mientras olvidamos momentáneamente las peras. Porque estoy pensando que León XIV es el Papa que la Iglesia necesita en este momento tan complejo; una última oportunidad para evitar una nueva Reforma.

The Wanderer