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lunes, 22 de septiembre de 2025

El santo desparpajo




No hay que tener vergüenza en hablar de Dios y de sus cosas. Más bien, lo propio del cristiano es el santo desparpajo del que está a gusto hablando de Dios. Si la Trinidad misma habita en nuestro corazón por la gracia, ¿de qué otra cosa vamos a hablar? De lo que rebosa el corazón habla la boca.

La gente habla con entusiasmo de su equipo de fútbol, de su trabajo o de su salud, es decir, de las cosas que les enorgullecen, les gustan y les interesan. ¿Cómo no vamos a hablar nosotros con mucho más entusiasmo de lo que es nuestra gloria? El que se gloríe, que se gloríe en el Señor, decía San Pablo y lo ponía en práctica hablando de Dios un día sí y otro también.

He conocido a varias personas que tenían en grado extremo este desparpajo para hablar de las cosas de Dios y siempre me han admirado y han avivado mi esperanza. A menudo, además, lo hacen con gracia (tanto sobrenatural como humana), igual que debían de hacerlo San Francisco Javier y el propio San Pablo. O, muy especialmente, Santa Teresa de Jesús, que podría ser la santa patrona del desparpajo en las cosas de Dios. Por algo en todos los conventos de carmelitas descalzas, se pueden leer estos versos en el locutorio: 
“Hermano, una de dos: 
o no hablar, o hablar de Dios,
que en la casa de Teresa, 
esta ciencia se profesa”.
Necesitamos hablar de sobre Dios y el mundo entero necesita escucharlo. Por eso, hablar de las cosas de Dios forma parte del primer mandamiento desde el tiempo de los israelitas: hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas.

Nos pueden avergonzar nuestros pecados o una inconfesable propensión a llevar calcetines blancos con sandalias, por ejemplo, pero nunca hay que avergonzarse de las cosas de Dios. Si alguien se avergüenza de mí y de mi enseñanza, entonces yo me avergonzaré de él cuando venga en mi gloria y en la gloria de mi Padre y de los santos ángeles. Incluso los pecados, una vez perdonados, también pueden servir para que demos gloria a Dios por habernos sacado de ellos.

El santo desparpajo es un don y, por lo tanto, hay que pedirlo con insistencia a Dios. Por si ayuda a algún lector, he escrito una pequeña oración para hacer precisamente eso:
Dame, Señor, el santo desparpajo
para que hable a todos de ti,
con alegría y con su punto de sal,
sin miedo ni respetos humanos,
a tiempo y a destiempo,
en casa y de camino
a los que me escuchen
y a los que no me escuchen.
Haz que arda tu palabra
como fuego en mis entrañas
y que sea tu santo Espíritu
quien hable por mis labios,
de modo que yo disminuya
y seas Tú quien crezca.
Así, cantando tus maravillas,
te anunciaré a las naciones
y proclamaré tu gloria
ante todos los hombres.
Mi Señor del Viernes Santo,
no dejes que, en tu pasión,
me avergüence nunca de ti,
para que Tú tampoco
tengas que avergonzarte de mí
cuando vengas en tu gloria
como Rey victorioso,
con los ángeles y los santos.
Amén.

Bruno Moreno 

Por qué el encuentro de León XIV con el cardenal Sarah es tan importante




Hoy el Papa ha recibido en audiencia al cardenal Robert Sarah, una de las personalidades más singulares y luminosas de la Curia Romana. En él se unen una fe profunda y una serenidad fruto de un camino difícil pero fecundo: desde sus humildes orígenes en un poblado de Guinea, donde los misioneros espiritanos sembraron en su corazón la semilla de Cristo, hasta su arriesgado ministerio como arzobispo de Conakry bajo la presión de un régimen hostil. Aquellas experiencias, vividas con fidelidad y perseverancia, forjaron a un pastor que luego se movería con excelencia en la Curia, pero siempre enraizado en la verdad.

Una rara avis en el Vaticano

Robert Sarah es, sin duda, una rara avis en los pasillos vaticanos. Tiene el carisma contemplativo de un monje trapense, pero también la firmeza necesaria para vivir en medio del ruidoso caos y el cinismo que, desgraciadamente, impregnan a menudo la Curia. Su sola presencia es testimonio de que la fe no es una costumbre ni una teoría abstracta, sino una fuerza real que ilumina e impacta. El simple hecho de pasar un rato con Robert Sarah sirve para comprobar cómo una fe vivida con coherencia y radicalidad no deja indiferente. Son cientos los testimonios que lo han experimentado.

La batalla decisiva: la Santa Misa

El cardenal guineano está convencido de que, antes de cualquier batalla humana, existe una batalla espiritual decisiva: la de la liturgia. Para Sarah, la Santa Misa es la fuente y el culmen de la vida cristiana, el lugar donde se juega el futuro de la Iglesia. Su certeza es clara: si vencemos en esa batalla, los frutos espirituales harán posible afrontar con fuerza y esperanza las demás luchas humanas.

La perseverancia en la doctrina, la coherencia de los obispos, la fidelidad de los cardenales y la fortaleza de los fieles dependen de una fe alimentada por la Eucaristía. Sin una liturgia vivida con reverencia, verdad y amor, no hay renovación ni misión auténtica.

Un mensaje para el Papa

Hoy, probablemente, León XIV ha escuchado de primera mano esa visión de la Iglesia que Sarah ofrece con sencillez y brillantez, convencido hasta tal punto que abruma. No se trata de estrategias humanas ni de ideologías pasajeras, sino de la certeza absoluta de que Dios actúa en los sacramentos, y de que la fidelidad a ellos es la clave de todo lo demás.

Recemos para que este testimonio de fe, fruto de una vida entregada a Cristo, toque también el corazón del Papa y fortalezca su mirada sobre la Iglesia que le ha sido confiada.